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Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania
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viernes, 21 de septiembre de 2012

Rendición de Lisboa el Día de las Once Mil Vírgenes.

Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron.
 
Artículo tomado del Boletin de la Real Academia de la Historia. TOMO CLXXI. NUMERO III. AÑO 1974.
Fortaleza antígua de Lisboa.
 
LA RENDICION DE LISBOA EN EL DIA DE
 LAS ONCE MIL VÍRGENES.

RELATO DE DODECHINO

A través de los cistercienses, inspiradores de la Orden militar de Avís, filial de Calatrava, las reliquias de las Once mil Vírgenes pudieron haber llegado también muy temprano a Portugal. Mucho antes del incremento que experimentó su culto en el siglo XVI por tierras lusitanas con ocasión de la preponderancia ejercida por los jesuitas en Lisboa y Coimbra, podemos aducir aquí, por lo menos, dos acontecimientos decisivos de la historia de Portugal relacionados con Colonia y con la veneración del sacro ejército de las Once mil Vírgenes y de su capitana Santa Úrsula. 

El primero fue la conquista de Lisboa en 1147 por los cruzados nórdicos, impulsados en gran parte por las fervientes predicaciones de San Bernardo. Ya sabemos que las santas vírgenes y mártires de Colonia protegían a sus partidarios en la lucha frente al enemigo y asistían a los moribundos que se confiaban a su tutela.

Las fuentes alemanas del asedio y toma de Lisboa, basadas en relatos epistolares muy semejantes de testigos presenciales: el del sacerdote coloniense Winando, el de Dodechino al abad Cuno de San Disibodo y el de Arnulfo al obispo Milo de Toruenne, están concordes en subrayar que "esta victoria divina, no humana", fue alcanzada el 21 de octubre, "en la fiesta de las Once mil Vírgenes".

Algunos de los cristianos muertos durante la acción y enterrados delante de la ciudad de Lisboa manifestaron  prosecución del culto de los patronos tutelares, entre los cuales el de Santa Ursula y sus compañeras ocupaba uno de los lugares más destacados. En la obra de Herculano, t. IIl, pp. 307-310, el lector encontrará reseñados las fuentes históricas de la conquista de Lisboa. Muchas de estas fuentes fueron recogidas por este mismo autor en sus Portugaliae Monumenta Historiea (Scriptores), vol. 1. Aunque Herculano conoció el resumen de la carta de Dodechino publicado en la colección Illustrium Veterum Scriptorum, hecha por J . Pistario Nidana, t. J. pp. 473-74, Francfurti, 1583, no pudo leer el informe en su totalidad. Por esta razón, y por su interés para nosotros a causa especialmente de las arribadas que los cruzados hicieron en las costas del Cantábrico y en las costas gallegas, queremos ofrecerla aquí íntegra en nuestra versión castellana. Dice así :
"Para el Sr. D. Cuno abad por la gracia de Dios en el Monte de S. Disibodo (Disenberg) y para los hermanos que allí le sirven, de Dodechino, humilde sacerdote en Logenstein por la misma gracia, oraciones y obediencia.

"Deseando acomodarme en todo a vuestro mandato, carísimo padre, me he propuesto escribiros sumariamente algo acerca de la expedición naval que por la virtud de Dios se llevó a cabo delante de Lisboa. Porque si pretendiera escribir esta empresa con todos sus pormenores, refiriendo las tempestades por las que fuimos acosados y zarandeados, los trabajos y tribulaciones que hubimos de soportar tanto en la tierra como en el mar, hasta que Dios nos otorgó con su gracia su consuelo, menester seria toda una serie de libros para dar cabida a todas las peripecias de esta larga historia. Mas yo, en atención a la brevedad, me limitaré tan sólo a aquellas cosas más dignas de mención, comunicándoselas a vuestra paternidad tal como pasaron ante mis ojos.

"En el año de la Encarnación de nuestro Señor de 1147, en la octava de Pascua, que fue el 27 de abril, se puso en movimiento desde Colonia el ejército naval. El 19 de mayo llegamos al Puerto inglés de Dartmouth (Derthmute), donde encontramos al conde Arnoldo de Aerschot con casi 200 naves, compuestas, por partes iguales, de ingleses y flamencos. Allí nos detuvimos tres días, y el viernes antes de las Rogaciones (23 de mayo) continuamos viaje navegando esforzadamente y sin descanso en alta mar por espacio de ocho días y ocho noches. En la víspera y en el día de la fiesta de la Ascensión (28 y 29 de mayo) tuvimos que arrostrar una violentísima tempestad. Por fin el día 30, con casi 50 naves y las demás dispersas, entrarnos en un puerto de España llamado Gozón ("Gozzim": en Arnulfo: "Gollim" o "Gozzem"; en Ann. Magdeb., t. XVI de los MGH. SS., p. 189: "Gozim".) A continuación nos dirigimos al puerto que llaman Vivero (Viver), situado en la misma costa. Después de salir de aquí, el 6 de junio, alcanzarnos el puerto de Galicia llamado Tambre ("Thamara"; en Arnulfo: "Fambre"; en los Ann. Magdeb.: "Tambre"). el cual dista 8 millas de Santiago. En la víspera de Pentecostés (7 de junio) fuimos a visitar el venerable cuerpo del Apóstol, y allí celebramos con gran alegría la santa festividad. Volviendo al puerto, el día 15 navegamos de nuevo, y el 16, entrando por el río que llaman Duero ("Drius" o "Dorus"), fondeamos en la ciudad de Oporto ("Portugal" o " PortugaJim"). Alli el obispo de la ciudad, que esperaba ya nuestra llegada, nos recibió con grandes muestras de júbilo y regocijo por mandado del rey. Aquí nos quedamos once días, mientras esperábamos las naves del conde Arnaldo de Arschot, las cuales, a causa de la referida tempestad, se habían separado de nosotros. Durante este tiempo, por la Buena disposición del rey hacia nosotros, obtuvimos a precios equitativos lo mismo vino que toda suerte de delicados manjares. Al llegar el conde y los suyos reanudamos la navegación, y dos días después, vísperas de San Pedro y San Pablo (28 de junio), penetrando por la desembocadura del río llamado Tajo ("Tagus"), anclamos delante de Lisboa ("Ulixibona").


"Esta ciudad, según refieren las historias de los sarracenos, fue fundada por Ulises después de la destrucción de Troya, y edificada sobre un monte inexpugnable para los humanos, a causa de la admirable estructura y disposición de sus muros y baluartes. En torno a la ciudad levantamos las tiendas de campaña, y el 1 de julio, con la ayuda del poder divino, nos apoderamos valerosamente de los suburbios. Después de haber dirigido varios asaltos cerca de las murallas, no sin grandes pérdidas por nuestra parte, el tiempo transcurrido hasta el 1 de agosto lo pasamos haciendo máquinas de guerra. Y así con gran esfuerzo construimos dos torres móviles, junto a la orilla, una en la parte oriental, ocupada por los flamencos, y otra en la parte occidental, donde los ingleses habían puesto los campamentos. Dispusimos también cuatro puentes en siete naves, por medio de los cuales nos resultaría más fácil el acceso a la ciudad por encima de las murallas. Cerca de la fiesta de la Asunción (15 de agosto), avanzando con todos estos pertrechos, fuimos rechazados con grandes pérdidas por los sarracenos. Pues éstos, saliendo impetuosamente de la ciudad, demolieron con sus máquinas nuestras torres, y la torre de los ingleses la destruyeron arrojando fuego en su interior. De la misma manera la máquina que había sido construida para minar la muralla la quemaron, y con ella pereció también su artífice. Aparte de los innumerables muertos que los enemigos nos causaron con flechas y maganeIas, ellos fueron también castigados duramente por los nuestros con pérdidas no menos elevadas. Aunque pasajeramente quebrantados por las pérdidas sufridas en hombres y material, los cristianos, puesta su confianza en la misericordia divina, se dispusieron a reparar las máquinas y demás ingenios de guerra. Entretanto el hambre empezó a estrechar a los sarracenos, y, cosa inaudita, éstos llegaron a devorar perros y gatos. Muchos hubo también que huyendo en secreto se entregaron espontáneamente a los cristianos. Una parte de ellos, una vez bautizados, fueron recibidos en la sociedad cristiana, algunos fueron degollados y otros con los miembros mutilados fueron devueltos a la ciudad. Pero para no pecar de prolijo, muchas otras cosas que entonces nos sucedieron, prósperas unas y adversas otras, como acontece siempre en la guerra, las pasaré en silencio, reservándolas, si acaso, para aquellos que quieran explicarlas más por extenso.

"Por último, cerca de la Natividad de Nuestra Señora (8 de septiembre), un hábil ingeniero de origen pisano emplazó una torre de extraordinaria altitud en aquella parte donde primeramente había sido destruida la torre de los ingleses, y esta obra digna de alabanza, costeada por el rey y ejecutada con el esfuerzo y colaboración de todo el ejército, quedó lista a mediados de octubre. Pero también un cierto número de soldados oriundos de nuestra patria, por el mismo tiempo en que la torre del pisano quedó terminada, a pesar de la fuerte oposición de los sarracenos, habían hecho enormes socavones por debajo de las murallas, los cuales terminaron rellenándolos con gran cantidad de troncos. Y en la misma noche de la fiesta de San Gallo abad (l6 de octubre) le plantaron fuego a los troncos, y un lienzo de la muralla, de casi 200 pies de longitud, se vino al suelo. Los nuestros, despertando del sueño por aquel estrépito, echaron mano a las armas y se lanzaron, dando grandes gritos, hacia aquella parte arruinada de la muralla, creyendo poder entrar en la ciudad sin más dificultad. Pero encontraron a los sarracenos que, espantados por el estruendo de la ruina, se habían aprestado a defender la brecha, y repelieron valerosamente a los cristianos, de modo que los nuestros, frustrados sus intentos y afligidos por tantos golpes, se vieron obligados a replegarse al campamento. Por su parte, los sarracenos pasaron el resto de la noche ocupados en restaurar aquella parte de la muralla, y acarreando tierra y piedras levantaron un terraplén a la altura de un hombre, y, apilando encima tablas de navíos y puertas de casas, se parapetaron detrás dispuestos a resistir virilmente a los cristianos.


Los nuestros, por el contrario, desde el comienzo de esta operación, los estuvieron hostigando toda la noche con maganelas, flechas y toda clase de armas, y. al rayar el día, invocando la clemencia de Cristo, se dispusieron unánimes a destruir aquella improvisada fortificación, pero de nuevo los nuestros fueron rechazados con grandes bajas de muertos y heridos. Finalmente los cristianos casi sin saber a qué atenerse, invocando con lágrimas en los ojos la misericordia de Cristo, la torre ya mencionada, recubierta de mimbres y forrada de cueros de buey, y atestada de guerreros, la arrimaron valientemente a la muralla. Los defensores, al ver aquella torre sobresalir por encima de sus murallas y de sus casas, les entró tal pánico, inspirado más bien por divina que por humana virtud, que, arrojando las armas, pidieron condiciones para rendirse. Las cuales le fueron concedidas, y así se firmó un pacto entre ellos y nosotros, según el cual todos los haberes lo mismo en oro que en plata, vestidos, caballos y mulos serían para nosotros, mientras que la ciudad se la entregarían al rey. Y a ellos, si no quebrantaban el acuerdo establecido, se les dejaría marchar respetando la integridad de sus cuerpos. Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron. Pues en el lugar fuera del campamento donde habían recibido sepultura los cuerpos de nuestros mártires, muchos, a quienes la divina piedad concedió semejante privilegio, vieron brillar luces en la oscuridad de la noche; y dos mudos bien conocidos de todo el ejército, uno por la fiesta de San Gereón (10 de octubre), y otro por la de Todos los Santos (1 de noviembre) recibieron el uso del habla en aquel mismo lugar. Y todos estos prodigios no fueron producto de nuestra fantasía, sino que, confirmados por veraces y numerosos testigos, los vimos con nuestros ojos y los palpamos con nuestras propias manos. Después de esta empresa, tan felizmente realizada, los nuestros pasaron el invierno en la ciudad hasta el 1 de febrero. Desde allí, navegando en intervalos diferentes, arribaron, como habían prometido, al sepulcro del Señor. ¡Sea con salud vuestra santidad!"

Durante el gobierno de Cuno (1136-1155), cuarto abad del monasterio benedictino de S. Disibodo, se había concluido el nuevo monasterio (novuro monasterium), comenzando, según los Annales S. Disibodi, en el año 1108, bajo Buchardo, ex abad del monasterio de Santiago en Maguncia, el cual, por designación del arzobispo Rulhardo, fue nombrado primer abad en el Monte de S. Disibodo (Disenberg o Dlslbodenberg). En 1139 habían sido trasladadas ya las reliquias de S. Disibodo de la antigua iglesia (a veteri ecclesia) al nuevo cenobio. En 1143, con la terminación del altar mayor, el monasterio fue dedicado por el arzobispo Enrique de Maguncia en honor "de nuestro beatísimo padre Disibodo", Y en el mismo año fueron reconocidas de nuevo las reliquias del santo patrón y colocadas en un túmulo de piedra, detrás del altar mayor, en dos recipientes de plomo, en uno los huesos, y en el otro, un poco mayor, las cenizas. En este mismo túmulo se pusieron, en nichos de madera, tres cuerpos de las Once mil Vírgenes, así como algunas reliquias de la Legión Tebana. En virtud del predominio cada vez mayor del Cister, el 9 de marzo de 1259, con el asentimiento del abad Otón y de todo el convento reunido, la abadía de S. Disibodo pasó a ser filial del monasterio cisterciense de Otterburgo, dependiente de Morimundo, según Dubois (MGH. SS., t. XVlI , páginas 20-26; L. Janauschek, Origo, pp. 251-252) .

lunes, 10 de septiembre de 2012

De undecim milibus virginibum. La Leyenda Aurea o Dorada.

 
La Leyenda Aurea (Edición 1688)

Jacobo de Vorágine es famoso sobre todo por sus escritos. Se le ha atribuido la traducción de la Biblia al italiano, pero, en caso de que la haya hecho realmente no queda ningún ejemplar de esa obra. La razón de la fama del beato es que fue el autor de la «Legenda Sanctorum», más conocida con el nombre de «Legenda Aurea» («La Leyenda Dorada»). Dicha obra es sin duda, entre las colecciones de leyendas o vidas de santos, la más divulgada y la que mayor influencia ha ejercido. Desde el punto de vista crítico, carece absolutamente de valor histórico; pero tiene la ventaja de poner de relieve la mentalidad sencilla y crédula del público para el que fue escrita. Por otra parte, considerada como libro de devoción y edificación, la obra de Jacobo de Vorágine es una verdadera obra de arte. El autor realizó perfectamente el objetivo que se había fijado, que consistía en escribir un libro que el pueblo leyese y que le enseñase a amar a Dios y a odiar el pecado. De no haber sido por la Reforma, la traducción inglesa del libro de Jacobo, habría ejercido gran influencia sobre la literatura de Inglaterra. En otras lenguas la traducción de la «Leyenda Dorada» ejerció gran influencia sobre la literatura. La estrechez del humanismo histórico llevó a Luis Vives, a Melchor Cano y a otros, a despreciar la obra de Jacobo de Vorágine; por el contrario, los bolandistas que poseían un espíritu verdaderamente científico, jamás han dejado de admirarla. El P. Delehaye dice:

Durante mucho tiempo la «Leyenda Dorada», que representa tan fielmente la actitud de los hagiógrafos medievales, fue tratada con supremo desprecio y los eruditos denigraron implacablemente al gran Jacobo de Vorágine: «El autor de la 'Leyenda' -declaró Luis Vives- tenía una boca de bronce y un corazón de plomo».
Tal severidad no sería exagerada, si se admite que hay que juzgar las obras populares según las normas de la crítica histórica. Pero tal método tiene cada vez menos defensores; y quienes han penetrado en el espíritu de la «Leyenda Dorada», están muy lejos de despreciarla. «Por mi parte, confieso que al leerla es, algunas veces, muy difícil dejar de sonreír. Pero se trata de una sonrisa de simpatía y de tolerancia que no perturba en lo más mínimo la emoción religiosa que suscita el relato de las virtudes y los actos heroicos de los santos.
La obra de Jacobo de Vorágine nos presenta a los amigos de Dios como lo más grande que existe sobre la tierra; los santos son seres humanos que están muy por encima de la materia y de las miserias de nuestro pequeño mundo. Los reyes y los príncipes acuden a consultarles y se mezclan con el pueblo para ir a besar sus reliquias e implorar su protección. Los santos viven en la tierra, pero íntimamente unidos con Dios. Y Dios les concede, además de inmensos consuelos, cierta participación de su propio poder. Pero los santos sólo emplean ese poder para bien de sus semejantes y, por eso, el pueblo acude a ellos para obtener la curación de sus enfermedades de cuerpo y de alma. Los santos practican todas las virtudes en grado sobrehumano: la bondad, la misericordia, el perdón de las injurias, la mortificación, la abnegación; hacen amables estas virtudes y exhortan a los cristianos a practicarlas. La vida de los santos es la realización concreta del espíritu del Evangelio. Y por el sólo hecho de poner al alcance del pueblo ese ideal sublime, la «Leyenda Dorada», como cualquier otra forma de poesía, posee un grado de verdad más elevado que el de la historia.
(«The Legends of the Saints», c. VII, pp. 229-231)

 
 
 
Traducción al español que aparece en el libro
La leyenda de las once mil vírgenes, de Jaime Ferreiro Alemparte.
(Pág. 49-53)
 
“De las Once mil Vírgenes”, según el relato de Jacobo de Voragine en la “Leyenda Áurea”. He aquí nuestra versión del texto latino editado por Th. Graesse (1864), pp. 70 1•705:
 
El martirio de las Once mil Vírgenes sucedió de esta manera. Había en Bretaña un rey cristiano llamado Notho o Mauro, el cual tenía una hija llamada Úrsula. Era esta doncella de tanta honestidad, discreción y hermosura que su fama corrió pronto por todas partes. El rey de Inglaterra, que era muy poderoso y tenía sujetos muchos pueblos bajo su imperio. al llegar a sus oídos los elogios que hacían de la doncella, pensó en lo feliz que sería si pudiera entregársela en matrimonio a su hijo único. El joven no deseaba otra cosa. Envió, pues, solemnes mensajeros al padre de la doncella para que, a fuerza de dádivas y promesas, dieran cima a su negocio, o que, caso de que quisiera hacerles volver con las manos vacías, le intimidaran con fuertes amenazas. El rey de Bretaña estaba en gran aprieto, pues le parecía indigno entregar a su hija, favorecida ya con la fe de Cristo, a un hombre que aún seguía rindiendo culto a los ídolos, y porque además se imaginaba que ella tampoco se prestaría de buena gana a aquel enlace. Por otro lado no se atrevía a desairar al rey por el gran temor que le inspiraba su conocida ferocidad.
 
Pero Sta. Úrsula, por inspiración del cielo, persuadió a su padre para que accediera a aquella demanda, aunque bajo la condición de que el rey y su hijo se comprometieran a dar a la novia, para su solaz, diez doncellas elegidas entre las más nobles, cada una de las cuales vendría acompañada de otras mil para que las atendieran y sirvieran, junto con mil más para el séquito de la prometida. Luego mandarían aparejar naves en las que se embarcasen. y se les concedería un plazo de tres años para que durante ese tiempo pudieran dedicarse al ejercicio de su estado virginal ; el joven pretendiente se haría bautizar y aprovecharía este plazo para instruirse en la fe . Con estos obstáculos, sabiamente inspirados, Úrsula pretendía, o bien desviar y refrenar los acuciantes apetitos del joven, o bien aprovechar la ocasión que le brindaban para convertir tantas vírgenes y consagrarse con ellas a Dios. Mas el joven aceptó gustoso las condiciones impuestas, se hizo bautizar al punto y convenció a su padre para que cumpliera con la mayor diligencia todo lo que la doncella había solicitado. El padre de Úrsula, que amaba mucho a su hija, dispuso sin embargo, que en el séquito de la muchacha fuesen también algunos varones, para que las asistieran y les prestaran ayuda en todo lo necesario. Pronto empezaron a llegar multitud de doncellas de todas partes, y hombres llenos de curiosidad por contemplar aquel espectáculo. También llegaron muchos obispos, que habían de hacer el viaje con ellas. y entre los cuales estaba Pantulo, obispo de Basilea, que luego las condujo a Roma, y al regreso recibió el martirio con ellas.
 
Y Sta. Gerásina, reina de Sicilia la que a su marido, rey cruelísimo, había convertido de lobo en cordero. y era hermana del obispo Mauricio y de Daría, madre de Sta. Úrsula. Sta. Gerásina, pues, tan pronto como el padre de la santa le comunicó por cartas los designios que Dios había revelado a su hija, se hizo a la mar en dirección a Bretaña, llevando consigo a sus cuatro hijas. Babila, Juliana. Victoria y Aurea, y con su hijo pequeño llamado Adriano, el cual por amor a sus hermanas quiso embarcarse también, y así la reina dejó el reino a otro hijo suyo. Por consejo de Sta. Gerásina se les juntaron otras doncellas de diversas partes del reino, y ella fue siempre su capitana, y por último sufrió también el martirio con ellas. Cuando estuvieron reunidas las vírgenes y aparejadas las naves, con arreglo a lo pactado, y las vituallas listas, Sta. Úrsula descubrió a sus compañeras lo que secretamente acariciaba en su corazón, y que por intercesión divina le había sido inspirado. Todas al oírla se juramentaron para aquella nueva milicia. Comenzaron, pues, a ejercitarse como para un torneo. En ocasiones corrían juntas, en otras se separaban, haciendo como si se aprestasen a luchar o a emprender la fuga. Y así pasaban el tiempo en estos y otros ejercicios, sin omitir ninguno de cuantos se les ocurrían. A veces regresaban de estas expediciones al mediodía, otras al atardecer. Príncipes y nobles acudían deseosos de ver el grandioso espectáculo de aquellos juegos, y se quedaban absortos de admiración y rebosantes de alegría. Por fin, cuando Sta. Úrsula había convertido a la fe a todas las vírgenes, un día, con viento próspero, levaron anclas y fueron a dar a un puerto de la Galia llamado Tyela, y desde allí, a Colonia, donde un ángel del Señor se le apareció a Úrsula y le predijo que cuando regresaran de nuevo a Colonia recibirían la corona del martirio. Luego, siguiendo las indicaciones del ángel, se dirigieron a Roma. En Basilea dejaron las naves y continuaron el viaje a pié.
 
El papa Ciriaco, que era oriundo de Bretaña y tenía parentesco con muchas de las vírgenes, se alegró mucho con su llegada, y, acompañado de todo el clero romano, les dispensó un honroso recibimiento. En aquella misma noche Dios le reveló que habría de recibir con ellas la palma del martirio. De esto no dijo nada, pero bautizó a las vírgenes que aún no eran cristianas. Cuando creyó llegado el plazo, después de haber sido el décimo nono de los papas y haber regido la iglesia de S. Pedro por espacio de un año y once semanas, convocó una asamblea general, y, declarando su propósito en presencia de todos, resignó su cargo y dignidad. Todos le opusieron viva Resistencia, especialmente los cardenales, pues creían que no estaba en su sano juicio al pretender dejar la cátedra pontificia por ir tras unas fatuas mujerzuelas. Con todo no se dejó convencer y puso en su lugar a un varón santo llamado Ameto, y le nombró sucesor. Pero como había dejado la sede contra la voluntad del clero, su nombre fue borrado del catálogo de los papas, y desde aquel momento el sacro ejército de las vírgenes perdió también el favor que había tenido en la Curia romana.
 
Por aquel tiempo estaban al frente del ejército romano dos príncipes inicuos llamados Máximo y Africano, los cuales, viendo aquella multitud de vírgenes y temiendo que se les sumaran otros muchos hombres y mujeres, y que de este modo se incrementara considerablemente el número de los que profesaban la fe en Cristo, se informaron circunstanciadamente sobre la ruta que iban a seguir, y enviaron mensajeros a Juliano, príncipe de los hunos y pariente de ambos, para que, sacando el ejército contra ellas, las mataran, por ser cristianas, cuando llegaran a Colonia. Sin embargo el venturoso Ciriaco salió de Roma con el noble ejército de las vírgenes. A él se sumó Vicente, cardenal presbítero. Y Jacobo, nacido en Bretaña y que había sido siete años obispo de Antioquía: había venido a visitar al papa, y cuando ya dejaba la ciudad oyó hablar de la llegada a Roma de las vírgenes, entonces dio la vuelta para sumarse a ellas, siendo de este modo su compañero de viaje y de martirio. También se unió a ellas Mauricio, obispo de la ciudad Lavicana, hermano de la madre de Babila y Juliana. Y Folario, obispo de Lucca: y Simplicio, obispo de Rávena, que por aquellos días había ido a Roma: todos se concertaron para acompañar a las vírgenes.

Eterio, el prometido de Sta. Úrsula, había permanecido en Bretaña. Allí se le apareció un ángel, que le pidió exhortase a su madre a hacerse cristiana, pues el padre de Eterio había muerto en el mismo año que se hiciera cristiano. Cuando las santas vírgenes con los mencionados obispos, regresaban de Roma, Eterio fue avisado por el Señor para que se pusiese en camino y fuese al encuentro de la prometida, y con ella recibiese el martirio en Colonia. Eterio oyó el aviso de Dios e hizo bautizar a su madre. y poco después emprendió el viaje con su hermana pequeña Florentina, que era ya cristiana, y con el obispo Clemente, los cuales yendo al encuentro de las vírgenes compartieron con ellas el martirio. Aleccionados por una visión llegaron también a Roma, para juntarse al ejército de las vírgenes y compartir con ellas su destino. Márculo, un Obispo de Grecia, y su sobrina Constancia, hija del rey Doroteo de Constantinopla y de la reina Frandina. Constancia había sido destinada a casarse con el hijo de un rey; pero habiendo muerto su prometido antes de la boda, determinó consagrar a Dios su virginidad. Así pues, todas las doncellas con los obispos mencionados continuaron viaje en dirección a Colonia.

La ciudad se encontraba a la sazón asediada por los hunos, los cuales, al descubrir a las vírgenes cayeron sobre ellas con gran griterío, y como lobos enfurecidos en las ovejas dieron cuenta de toda aquella santa multitud. Cuando todas fueron degolladas se acercaron a donde estaba Sta. Úrsula, y el príncipe de los hunos, al verla, quedó prendado de su extraordinaria hermosura, e intentó consolarla de la muerte de sus compañeras, prometiéndole unirse a ella en matrimonio. Pero Úrsula le rechazó con toda su alma. El, al verse despreciado, montó en cólera y la atravesó con un dardo, consumando de esta manera su martirio.

Había entre ellas una doncella llamada Córdula, la cual llena de miedo había pasado toda aquella noche escondida en la nave. Pero al amanecer salió de su escondite y se ofreció también voluntariamente a la muerte, recibiendo, lo mismo que todas las demás, la corona del martirio. Pero como no había muerto en el mismo día no se celebraba su festividad, hasta que pasado mucho tiempo se le apareció a una reclusa y le reveló que su fiesta debía celebrarse al día siguiente de la de sus compañeras. El martirio tuvo lugar en el año 238 del Señor. Algunos sin embargo no están de acuerdo de que el martirio sucediese en ese año, pues ni Sicilia ni Constantinopla eran reinos, como aquí se dice de que las reinas de ambos países habían estado con las vírgenes. Por eso me parece más digno de crédito admitir que el martirio se produjo mucho después del emperador Constantino, cuando los hunos y los godos asolaron la región, es decir, en tiempo del emperador Marciano (como leemos en una Crónica), que reinó en el año del Señor de 452.

A continuación Jacobo de Voragine inserta estos dos milagros tomados, como ya se ha dicho, del Speculum historiale de Vicente de Beauvais:
1. Era un abad que había obtenido de una abadesa de Colonia el cuerpo de una de las santas vírgenes, con la promesa de colocarlo solemnemente en su iglesia en un cofre de plata. Pero lo dejó estar un año entero sobre el altar en una caja de madera. Una noche en que el abad cantaba los maitines acompañado de sus monjes, he aquí que la virgen bajó corporalmente del altar, se inclinó con reverente humildad y, ante la estupefacción de los monjes, atravesó por medio del coro y desapareció de su vista. El abad corrió a ver la caja y la encontró vacía. Aprisa se fue a Colonia y contó a la abadesa todo lo sucedido. Ambos fueron a la sepultura de la que habían extraído el cuerpo de la virgen, y vieron que yacía allí de nuevo. El abad pidió perdón y rogó a la abadesa que le devolviera el cuerpo de aquella virgen o que le concediera el de otra. Pero su ruego no fue atendido.

2. Era un religioso que sentia gran devoción por las santas vírgenes. Sucedió que estando enfermo en el lecho se le apareció una virgen. Era en extreme hermosa, y le preguntó si la conocía. El monje, admirando absorto aquel rostro, le respondió que no acertaba a decir quién pudiera ser. Entonces la virgen le dijo: “ Yo soy una de las once mil vírgenes, por las que tú has tenido siempre tanto amor. Ahora te va a ser recompensado. Reza en amor y devoción once mil padrenuestros, y nosotras vendremos a auxiliarte y consolarte en la hora de tu muerte”. Y desapareció. El religioso cumplió su encargo con la mayor diligencia. Mandó luego llamar al abad y le pidió la extremaunción. Cuando le fue administrada, dijo de pronto a todos los hermanos allí presentes que se retiraran, para que las santas vírgenes pudieran entrar. El abad le pidió que se explicara, y el monje le contó entonces lo que la virgen le había prometido. Lo dejaron, pues, solo, y poco después, cuando volvieron comprobaron que había fallecido.

La brevedad con que están contados estos dos milagros inspirados en la leyenda de las once mil vírgenes es propia de la literatura edificante destinada a ilustrar y amenizar la predicación, tarea que se encomendó especialmente a la Orden dominicana.



domingo, 9 de septiembre de 2012

Vida de los Santos por Rev. Alban Butler

Santas Úrsula y compañeras vírgenes, vírgenes y mártires.

 
Alban Butler (Northamptonshire, Inglaterra, 1709 - Saint-Omer, Francia, 1773) fue un sacerdote católico y hagiógrafo.

Fue educado en el colegio inglés Douai, donde tras su ordenación en 1735 tuvo sucesivamente los cargos de filosofía y divinidad. Laboró por algún tiempo como sacerdote misionero en Staffordshire, tuvo varias posiciones como tutor a jóvenes nobles católicos, y fue finalmente apuntado como presidente del seminario inglés en St Omer, donde permaneció hasta su muerte.

La gran obra de Butler, The Lives of the Fathers, Martyrs and Other Principal Saints ("Butler's Lives of the Saints" - La Vida de los Santos),1 resultado de treinta años de investigación, primeramente se publicó en cuatro volúmenes, en Londres en 1756-1759, conteniendo la vida de 1,486 santos.

La obra Lives of the Saints ha pasado por muchas ediciones y traducciones. Una edición revisada en 12 volúmenes, fue publicada por el padre Herbert Thurston, SJ, entre 1926 y 1938. La segunda edición fue publicada en 1956 por Donald Attwater.



INICIO DEL PREFACIO DEL LIBRO VIDA DE LOS SANTOS

CARDENAL SPELLMAN

Por dos siglos, las "Vidas de los Santos" de Butler se han considerado como autorizada norma de los principales santos más conocidos por los católicos de habla inglesa. Esta última edición, completamente revisada por el competente erudito, Sr. Donald Attwater, se ha hecho en vista de la creciente demanda de datos precisos sobre los elegidos propuestos a nuestra veneración y emulación.
Encontraremos aquí una maravillosa constelación de victorias de hombres, mujeres y niños, que se enfrentaron a dificultades y peligros y que, con su triunfo, hacen patente el cumplimiento del fin que Dios tuvo al crearnos. Después de soportar heroicamente las pruebas y tormentos de este mundo, para la mayor honra y gloria de Dios, viene la recompensa de la eterna felicidad con El en el cielo.


Alban Butler. Vida de los Santos
Pag. 167

Santas Úrsula y compañeras vírgenes, vírgenes y mártires
fecha: 21 de octubre
†: c. s. IV - país:Alemania
canonización:pre-congregación

Cerca de Colonia, en Germania, conmemoración de las santas vírgenes que entregaron su vida por Cristo, en el lugar de la ciudad donde después se levantó una basílica dedicada a santa Úrsula, virgen inocente, considerada como la principal del grupo.
patronazgo: Úrsula es patrona de Colonia, de las jóvenes, de la juventud, los maestros, educadores y comerciantes de telas, de las Universidades de Colonia, Viena y Coimbra; protectora en tiempo de guerra, para pedir un buen matrimonio, una muerte tranquila, y contra las enfermedades de la infancia y los tormentos del purgatorio.

refieren a este santo: Santa Isabel de Schönau
La Iglesia trata con gran reserva el caso de santa Úrsula y sus compañeras, martirizadas en Colonia. La comisión nombrada por Benedicto XIV tenía el proyecto de suprimir su fiesta, que llegó a considerarse por completo fantástica y carente de todo valor. Ya el Martirologio Romano de 1922 suprimía algunas referencias históricas, como el tradicional número de once mil vírgenes, y las circunstancias concretas del martirio. Al respecto, puede ser útil comparar las redacciones respectivas de los elogios de 1922 y de la edición de 2001:
«En Colonia Agripina, santas Úrsula y compañeras, quienes, a causa de la religión cristiana y de la preservación de la virginidad, fueron asesinadas por los Hunos, llevando a término su vida en el martirio; muchos de sus cuerpos fueron conservados en Colonia.» (Martirologio de 1922)
«Cerca de Colonia, en Germania, conmemoración de las santas vírgenes que entregaron su vida por Cristo, en el lugar de la ciudad donde después se levantó una basílica dedicada a santa Úrsula, virgen inocente, considerada como la principal del grupo.» (Martirologio de 2001)

Es notable la desaparición de toda circunstancia histórica, quedando todo el peso del elogio en la basílica construida en honor de las mártires, que, como veremos luego, es lo único concreto de toda esta memoria.

En la iglesia de Santa Úrsula, en Colonia, hay una inscripción latina, que data probablemente de la segunda mitad del siglo IV o principios del siglo V. Su texto dice:
 

DIVINIS FLAMMEIS VISIONIB. FREQVENTER
ADMONIT. ET VIRTVTIS MAGNÆ MAI
IESTATIS MARTYRII CAELESTIVM VIRGIN
IMMINENTIVM EX PARTIB. ORIENTIS
EXSIBITVS PRO VOTO CLEMATIVS V. C. DE
PROPRIO IN LOCO SVO HANC BASILICA
VOTO QVOD DEBEBAT A FVNDAMENTIS
RESTITVIT SI QVIS AVTEM SVPER TANTAM
MAIIESTATEM HVIIVS BASILICÆ VBI SANC
TAE VIRGINES PRO NOMINE. XPI. SAN
GVINEM SVVM FVDERVNT CORPVS ALICVIIVS
DEPOSVERIT EXCEPTIS VIRCINIB. SCIAT SE
SEMPITERNIS TARTARI IGNIB. PVNIENDVM


No hay una traducción aceptable del texto, ya que se trata de una inscripción bastante oscura. Pero parece conmemorar el hecho de que un tal Clemacio, senador, tuvo ciertas visiones en las que se le ordenó que emprendiese la reconstrucción en ese lugar, que era de su propiedad, de la basílica de las vírgenes que habían sido martirizadas allí. Debe tenerse presente que la inscripción no dice nada sobre el número y los nombres de las vírgenes, ni sobre la época y las circunstancias de su martirio, no nombra a Úrsula ni a los Hunos. Toda su importancia proviene de que menciona, si es que la inscripción está bien datada en el siglo IV o V, una básilica anterior, quizás preconstantiniana, testigo de un culto muy antiguo. Esta es toda la base sobre la que descansa el culto de santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes, cuya leyenda es tan famosa.

La forma más antigua de la leyenda es un sermón compuesto en Colonia, probablemente a principios del siglo IX, con motivo del día de la fiesta. El autor confiesa que no existía entonces ningún escrito sobre el martirio y se limita a repetir la leyenda oral, sin dar pruebas sobre la veracidad de su contenido. Las doncellas eran muy numerosas, tal vez varios miles. La principal era Vinosa o Pinosa. El martirio tuvo lugar durante la persecución de Maximiano. Según una variante, las vírgenes habían llegado a Colonia con la Legión Tebana, aunque el autor se inclina más bien a pensar que eran originarias de Inglaterra. Ninguno de los martirologios clásicos de la época menciona a estas mártires, pero Usuardo conmemora a las vírgenes Marta y Saula y sus compañeras, martirizadas en Colonia y Wandelberto de Prüm, mediados del siglo IX, habla de los millares de vírgenes de Cristo que padecieron el martirio a orillas del Rin el 21 de octubre.

La primera mención del nombre de santa Úrsula, que formaba parte de un grupo de unas pocas vírgenes (no once mil), data de fines del siglo IX. Varias fuentes litúrgicas de esa época, dicen que santa Úrsula formaba parte de un grupo, pero a veces menciona a cinco, otras ocho, otras once vírgenes; por ejemplo: Úrsula, Sencia, Gregoria, Pinnosa, Marta, Saula, Brítula, Saturnina, Rabacia, Saturia, y Paladia. Por supuesto que ninguno de estos documentos es anterior al siglo IX, pero al menos son testimoniso independientes a las leyendas ursulinas -que recién comenzaban a circular- y su testimonio no queda invalidado por dichas leyendas. En una sola de estas listas Úrsula está primera.

Sin embargo, ya a principios del siglo X se comenzó a hablar de «once mil» vírgenes, aunque no se sabe cómo ni por qué. Se puede quizás pensar que se juntó el dato de las once de uno de los listados litúrgicos, con la idea de «miles de vírgenes» en el Rin, que provenía de otras fuentes, según vimos; y según una teoría, la abreviación «XI M.V.» (undecim martyres virgines) se tradujo equivocadamente por undecim milia virgines. Sea como sea que se haya llegado a pasar de un puñado de no más de once a nada menos que once mil, para el siglo X estaban todos los elementos básicos de tan fantástica história, y sólo faltaba que la imaginación popular y moralizante dieran una forma agradable y transmisible a todo este conjunto.

ésta es, pues, la forma que tomó más tarde en Colonia: Un rey pagano solicitó la mano de Úrsula, hija de un monarca cristiano de Inglaterra. La joven quería permanecer virgen y obtuvo un plazo de tres años, que empleó en continuas travesías marítimas. Tenía diez damas de honor y cada una de ellas, lo mismo que Úrsula, llevaba mil compañeras. La expedición constaba de once navíos. Al cumplirse el plazo de tres años, los vientos arrastraron los navíos a la desembocadura del Rin. La caravana de doncellas se dirigió entonces a Colonia y después, a Basilea. Allí desembarcaron Úrsula y sus compañeras, quienes cruzaron los Alpes y fueron a Roma a visitar el sepulcro de los Apóstoles. Después, volvieron por el mismo camino a Colonia. Como Úrsula se rehusase a contraer matrimonio con el rey de los hunos, fue asesinada por los bárbaros junto con todas sus compañeras. Los ángeles se encargaron de dispersar a los asesinos, de suerte que los habitantes de la ciudad pudieron recuperar los cadáveres. Clemacio construyó en su honor una basílica.

Godofredo de Monmouth, en el siglo XII, da otra versión de origen galo, no menos fantástica: El emperador Maximiano, es decir, Magno Clemente Máximo, conquistó las Galias el año 383 y fundó en Bretaña una colonia inglesa, compuesta en gran parte por soldados, bajo las órdenes de Cinán Meiriadog. Cinán pidió al rey de Cornwall, llamado Dionoto, que enviase algunas mujeres para poblar la colonia. Dionoto respondió generosamente y envió a su propia hija, Úrsula y a otras 11.000 doncellas nobles, así como a 60.000 jóvenes del pueblo. Úrsula, que era muy hermosa, debía contraer matrimonio con Cinán. Pero una tempestad arrastró los navíos hacia el norte, a unas islas extrañas pobladas por los bárbaros, y las doncellas murieron a manos de los hunos y de los pictos.

La versión de Colonia constituye la leyenda que podríamos llamar «oficial». Esa versión sitúa el martirio en el año 451: «Atila y los hunos, cuando se replegaban después de su derrota en la Galia, tomaron Colonia, que era entonces una ciudad cristiana muy floreciente. Sus primeras víctimas fueron Úrsula y sus compañeras inglesas» (así rezaba una antigua lección del Breviario en Inglaterra). En el curso del siglo XII, la historia se complicó aún más, gracias a las «revelaciones» de santa Isabel de Schönau y del beato Germán José, canónigo premonstratense. Actualmente, todo el mundo está de acuerdo en que tales revelaciones eran puramente ilusorias, pero en la época en que tuvieron lugar se «descubrieron» en Colonia (1155) numerosas reliquias e inscripciones (naturalmente falsas), que pasaban por ser los epitafios de san Ciriaco Papa, de san Marino de Milán, de san Papunio, rey de Irlanda, de san Picmenio, rey de Inglaterra y de otros muchísimos personajes imaginarios que habían sufrido el martirio con santa Úrsula y sus compañeras. Las pretendidas «revelaciones» del beato Germán (si es que existieron realmente) eran aún más sorprendentes que las de santa Isabel, ya que tenían por finalidad resolver los múltiples problemas de la leyenda y explicar la presencia de los huesos de hombres y aun de niños recién nacidos, entre los restos de las mártires. Indudablemente lo que se descubrió en 1155 fue una fosa común. Por otra parte, todos los indicios nos llevan a pensar que los dos abades de Deutz falsificaron impíamente los hechos y complicaron en el fraude a santa Isabel y al beato Germán, sin que éstos lo supiesen. Todavía se conserva una gran cantidad de «reliquias» en la iglesia de Santa Úrsula en Colonia, sin contar las que se hallan esparcidas en el mundo entero.

Dejando a un lado la leyenda, la inscripción de Clemacio dice que éste restauró una pequeña basílica o cella memorialis, que probablemente había sido saqueada por los francos alrededor del año 353 (y por tanto carece de toda relación con los hunos). Ahí se hallaba el sepulcro de las mártires, y Clemacio prohibió que se diese sepultura en ese lugar a otras personas. El texto de la inscripción no indica absolutamente que se tratase de un vasto cementerio en el que había millares de esqueletos. Durante la Edad Media, se inventaron, poco a poco, los nombres de las compañeras de santa Úrsula que figuran en diversos calendarios y martirologios. Una de las invenciones más famosas y quizás más entrañables, sea la de «santa Córdula», que atemorizada por el martirio escapó de la matanza, pero «al día siguiente, arrepentida, se entregó a los hunos y fue la última que conquistó la palma del martirio» (así lo decía la inscripción del Martirologio Romano de 1922, retirada en la actualidad).

Según se sabe, la autora de esta invención fue la monja Helentrudis de Heerse en el documento «Fuit tempore». De cada detalle la predicación ha sacado ejemplos notables y valores permanentes; la iconografía, qué duda cabe, se ha recreado en pintar de mil maneras distintas estos «hechos». Aun en la teología del siglo XX no sabríamos a qué hace referencia el libro de Hans Urs von Bathasar «Córdula, o el acontecimiento auténtico», si no tuviéramos conocimiento de estos desarrollos legendarios. Pero, como lo hemos señalado otras veces, el Martirologio no es un reservorio de leyendas entrañables, sino la celebración de hechos de la fe veraces y fundamentales, que dieron lugar a la nuestra. Muchas veces no tenemos para ellos más que la vaga evocación de una basílica cuyo recuerdo subsistió, o un nombre que ha quedado desprovisto de toda densidad. La historia de la fe nos ofrece muchas veces esa «ascesis de la curiosidad» que la leyenda pretende suavizarnos. Pero lo que debe permanecer es el recuerdo de que nuestra fe está construida sobre martirios auténticos, aunque no conozcamos de ellos más que los retazos que lograron fijarse en una inscripción o un pergamino borroso.

El P. Víctor de Buck consagró al estudio de la leyenda 230 páginas in-folio en Acta Sanctorum, oct., vol. IX (1858). El cardenal Wiseman resumió dicho artículo en un discurso que no fue publicado en sus obras completas; puede leerse en un volumen titulado Essays on Religión and Litterature, publicado por Manning (1865), donde aparece con el nombre de The Truth of Supposed Legends and Fables (pp. 285-286); ahí mismo se encontrará un facsímil de la inscripción de Clemacio. El P. de Buck aportó muchos datos nuevos y útiles para la solución del problema, ya que publicó varios de los textos más importantes, pero sus investigaciones posteriores no han confirmado sus conclusiones, particularmente por lo que se refiere a su hipótesis de que la fiesta conmemora el asesinato de un gran número de vírgenes cristianas, llevado a cabo por los hunos el año 451. El estudio más importante que ha aparecido desde entonces, es el del eminente especialista en cuestiones medievales, W. Levison, en Das Werden des Ursula-Legende (1928). El historiador defiende la autenticidad de la inscripción de Clemacio, pero está de acuerdo con otros arqueólogos en admitir que la inscripción es claramente anterior a la invasión de los hunos. Además de la inscripción de Clemacio, el Sermo in natali y las cortas noticias litúrgicas arriba mencionadas, el documento más importante es el antiguo relato Fuit tempore. Desgraciadamente, el P. de Buck no le atribuyó importancia alguna, porque no leyó el prólogo. Fue publicado por primera vez en Analecta Bollandiana, vol. m (1884), pp. 5-20. La leyenda comenzó a desarrollarse a partir de esa base, pero su evolución es demasiado complicada y la bibliografía demasiado nutrida para que podamos ocuparnos aquí de ellas. Sobre estos puntos, véase a M. Coens, en Analecta Bollandiana, vol. XLVII A1929, pp. 80-110; G. Morin, en Études, Textes, Découvertes (1913), pp. 206-219, quien cita hábilmente a Procopius, De Bello Gothico, lib. iv, c. 20; T.F. Tout, Historical Essays; H. Leclercq, en DAC, vol ni, ce. 2172-2180; LBS., vol. iv (1913), pp. 312-347; y Neuss, Die Anfdnge des Chnstentums in Rheinlande (1933). Una de las últimas obras sobre el tema, particularmente lo que concierne a las representaciones en el arle, es el libro de Guy de Tervarent, La légende de Ste Ursule (2 vols., 1931). El texto de Clemacio puede verse también en LBS., DAC, y Catholic Enciclopedia, loe. cit. Nuestra cita de Godofredo de Monmouth está tomada de su History of the Kings of Britian lib. v, ce. 12-16. Por lo que toca a la afirmación de que San Dunstano transmitió la leyenda tal como se cuenta en Fuit tempore, es curioso notar que el santo recibió la consagración episcopal el 21 de octubre y que varios de los santos citados en esa leyenda eran venerados desde muy antiguo en Glastonbury y en el occidente de Inglaterra. Si, como se cree actualmente, San Dunstano nació en 910 y no en 925, es muy posible que haya conocido a Hoolf, el enviado del emperador Otto.

 
 


Sobre la Leyenda Dorada de Santiago (o Jacobo) de Vorágine

Hay libros que pese a tener una importancia capital en la cultura de nuestro mundo, apenas son conocidos, y desde luego sus autores casi no llegan al mundo de la cultura popular pese a haber contribuido de un modo imprescindible con sus obras a hacer nuestro mundo como es.
 

SINTESIS: La Legenda áurea (donde se encuentra la historia de las once mil vírgenes) fue creada con la intención de propiciar la religiosidad popular, y cumplió su propósito, pero a costa de la verosimilitud y la fidelidad histórica.

Este estudio está tomado del web: http://dinamis.avmradio.org/

El EQUIPO DINAMIS hace años que se dedica a la animación y formación de grupos de educadores y catequistas, grupos de oración y a la catequesis infantil, familiar y de adultos, para poner al alcance de quien lo desee el material que ha sido objeto de los cursos que han impartido durante estos últimos años. Los ejes de su trabajo han sido EL ARTE, LA BÍBLIA Y EL SÍMBOLO desde el punto de vista hermenéutico y especialmente de la CATEQUESIS BÍBLICO-SIMBÓLICA.

BIOGRAFIA DEL AUTOR DE "LA LEYENDA DORADA"

Beato Santiago de Vorágine
Nombre Jacopo della Voragine
Nacimiento c. 1230 Varazze
Fallecimiento 13 ó 16 de julio de 1298 ó 1299 Génova
Venerado en Iglesia católica romana
Beatificación 1816, Pío VII
Santiago de la Vorágine es el nombre españolizado del beato Jacopo da Varazze o Jacopo della Voragine (en latín Jacobus de Voragine) (Varazze, 1230 - Génova, 1298), hagiógrafo dominico italiano.

Fue obispo de Génova entre 1292 y 1298. Escribió una crónica de la ciudad de Génova, y es considerado como autor de la La leyenda dorada, la más célebre recopilación de leyendas piadosas en torno a los santos y desde luego la más influyente en la iconografía pictórica y escultórica de los mismos.

En 1244 tomó los hábitos de la Orden de los Predicadores, fundada por Domingo de Guzmán. Tras pasar por las etapas habituales de novicio y profeso, enseñó Escritura y Teología desde 1252 en las casas de su orden y obtuvo un cierto éxito como predicador en los más altos púlpitos del norte de Italia.

Fue elegido provincial de Lombardía en 1267, conservando este cargo hasta 1286, en que se convirtió en definidor de la provincia lombarda de los dominicos. Fue representante de su provincia en los capítulos de Lucca (1288) y de Ferrara (1290) y el papa Nicolás IV le encargó pedir la destitución de Munio de Zamora, maestre de la Orden de los Predicadores desde 1285, que sería, en consecuencia, destituido por una bula pontifical fechada el 12 de abril de 1291.
En 1286, a la muerte del Arzobispo de Génova Carlos Bernard, es propuesto como su sucesor, pero se niega a aceptar el cargo y queda en su lugar Obizzo Fieschi, Patriarca de Antioquía, quien fue transferido a la Sede de la arquidiócesis de Génova por Nicolás IV, en 1288.
En 1288, la ciudad de Génova envió a Santiago de la de Vorágine ante el papa para pedir la liberación de los genoveses de la excomunión a que se les había condenado por apoyar a los sicilianos contra el rey Carlos II de Nápoles y Sicilia.
A la muerte de Obizzo Fieschi, es elegido arzobispo por segunda vez y acepta la dignidad. En 1292, Nicolás IV lo llamó a Roma para consagrarlo pero, al llegar, se lo encontró gravemente enfermo y falleció sin haberlo consagrado, por lo que fueron los cardenales del cónclave sucesorio los que realizaron el acto.

En su cargo, Santiago de la Vorágine multiplicó sus esfuerzos por reconciliar a güelfos y gibelinos, lo que consiguió en enero de 1295. También participó, como enviado del papa, en las intermediaciones del conflicto que opuso Génova a Venecia. Poco antes de su muerte, ordenó que el dinero destinado a sus funerales fuera repartido entre los pobres.
Santiago de la Vorágine comenzó a escribir la Legenda aurea o Leyenda dorada en 1250 (el primer
manuscrito aparecido es de 1260) y se dedicó a esta tarea hasta 1280. En algunas de sus primeras ediciones, la Legenda aurea se tituló Lombardica Historia, originando una falsa idea de tratarse de trabajos distintos, debido a que de la Voragine dedica el segundo y último capítulo de su obra, a la vida del papa Pelagio, incluyendo un resumen de la historia de los lombardos, hasta 1250.
La obra está compuesta por 177 capítulos (182, según algunos estudiosos). Está dividido en cinco apartados de acuerdo con el año litúrgico: de Adviento a Navidad, de Navidad a Septuagésima, de Septuagésima a Pascua, de Pascua a la Octava de Pentecostés, y de la Octava de Pentecostés de nuevo al Adviento.

No podemos evaluar a la Leyenda áurea como un documento histórico apegado a la narración de hechos reales, pues el objetivo principal de Jacopo de la Voragine y de otros hagiografístas medievales, no fue el redactar biografías fidedignas o escribir tratados científicos para eruditos, sino libros de devoción para la gente común, que estaba inmersa en la creencia inquebrantable, de la omnipotencia de Dios y su cuidado paternal, que los llevaría a alcanzar una vida santa. Por lo tanto, "La leyenda Dorada" ofrecía a través de su páginas, la posibilidad de conocer modelos de vida dignos de ser emulados.

La Legenda áurea fue creada con la intención de propiciar la religiosidad popular, y cumplió su propósito, pero a costa de la verosimilitud y la fidelidad histórica, como denunciaron los humanistas Juan Luis Vives y Melchor Cano. Aunque, sin duda, hay que tener en cuenta que el sentido medieval de la historia era distinto que el de la Edad Moderna. De muchas historias no hay fuente comprobada (aunque se esfuerza por citar muchas veces autores en los que supuestamente se basa) y no existe sentido crítico alguno sobre los hechos, acumulados de forma heterogénea y sin discernimiento, de forma que incluso es posible encontrar alusiones a hechos de la vida de Buda en la historia de Barlaam y Josafat. En algunas de sus historias toma datos de textos apócrifos.
El prestigio de la obra fue sin embargo inmenso entre los artistas, que utilizaron sus conmovedoras
narraciones para pintar y esculpir escenas devotas a lo largo de la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco.
El culto de Jacopo de Voragine parece haber comenzado poco después de su muerte, en el año de 1298, y fue ratificado por el papa Pío VII en 1816. El mismo Papa permitió al clero de Génova, Savona y a la totalidad de la Orden de Santo Domingo, celebrar su fiesta, como la de un santo.


LA LEYENDA DORADA
 
Como Leyenda dorada o, en latín, Legenda aurea se conoce a una compilación de relatos hagiográficos reunida por el dominico Santiago (o Jacobo) de la Vorágine, arzobispo de Génova, a mediados del siglo XIII. Titulada inicialmente Legenda Sanctorum ("Lecturas sobre los Santos"), fue uno de los libros más copiados durante la Baja Edad Media y aún hoy existen más de un millar de ejemplares incunables.

Con la invención de la imprenta, dos siglos más tarde, su reputación se había consolidado y antes del fin del siglo XV aparecieron numerosas ediciones impresas.
El texto original, redactado en latín, recoge leyendas sobre la vida de unos 180 santos y mártires cristianos a partir de obras antiguas y de gran prestigio: los propios evangelios, los apócrifos y escritos de Jerónimo de Estridón, de Casiano, de Agustín de Hipona, de Gregorio de Tours y de Vicente de Beauvais. Junto con ellas, presenta una explicación basada en los evangelios de las fiestas del calendario litúrgico, así como una breve historia de la cristiandad en Lombardía, que le valió el nombre de Lombardica Historia.

La intensidad de los relatos, preocupados menos por la fidelidad histórica y filológica —ofreciendo, por ejemplo, etimologías fantásticas similares a las de Isidoro de Sevilla— que por la intención doctrinaria y ejemplificadora, fue sin duda una de las principales razones del éxito de la Legenda. Buena parte de las escenas de martirio que llegarían a poblar el repertorio iconográfico de Occidente alcanzaron difusión de este modo, como las conocidas escenas del martirio del apóstol Bartolomé y de Sebastián Mártir o el combate de Jorge de Capadocia y el dragón. Del mismo modo que la progresiva elaboración de las biblias pictóricas en las catedrales, la Legenda fue elaborada como una herramienta para la difusión de la fe a través de imágenes vívidas, más cercanas a la experiencia del vulgo que las dificultosas parábolas bíblicas.

El éxito de la Legenda condujo también a numerosas ediciones en las copias manuscritas. Así, se han conservado ejemplares del siglo XV en que las 180 historias que constan en el manuscrito más antiguo conservado —un ejemplar de 1282, parte del fondo de la biblioteca Estatal de Munich— se habían duplicado. Otras leyendas, consideradas inverosímiles por el copista, se fueron suprimiendo
progresivamente.
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La leyenda dorada en la colonización española en América.

El término leyenda negra se aplica al punto de vista de muchos historiadores sesgado en contra de las actuaciones de Castilla (y España a partir del emperador Carlos I de España) en Europa y en la conquista y colonización de América. El origen de tal término (en la obra de Julián Juderías y Loyot) es la contraposición con las hagiografías contenidas en la leyenda dorada. Posteriormente, sobre todo en el ámbito americano, por una nueva contraposición se denominó leyenda dorada o leyenda rosa a una visión favorable o apologética de los procesos de colonización.

 
 


Los Mártires, grandezas del Cristianismo


SANTA URSULA Y LAS ONCE MIL VÍRGENES Y MÁRTIRES.

por el Conde de Fabraquer


José Muñoz Maldonado (Alicante, 6 de febrero de 1807 - 1875), primer conde de Fabraquer desde el 26 de mayo de 1847 y vizconde de San Javier, periodista, novelista, historiador, jurista y político español.

Ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, dirigió el Semanario Pintoresco Español, El Museo de las Familias, El Mentor de la Infancia, El Domingo y Flor de la Infancia. Historiador, novelista por entregas y autor dramático, escribió crónicas, cuentos, leyendas de la Historia de España, bajo el título de La España caballeresca, Los Misterios del Escorial, Historia, leyenda, tradiciones, Historias, tradiciones y leyendas de las Imágenes de la Virgen aparecidas en España.

Colaboró en la revista ilustrada madrileña El Globo Ilustrado1 y en El Panorama, Periódico de Literatura y Arte; fue un habitual traductor de folletines franceses de Paul de Kock; también tradujo Los Miserables de Víctor Hugo. Fue senador vitalicio en la legislatura 1867-1868 y por la provincia de Zamora en la de 1872-1873.




En los primeros atlas del siglo llI, época bárbara y feroz, en que la, fe sufría las persecuciones de los hombres, uno de los siete distritos del reino de la Hibernia, llamado hoy Irlanda, era gobernado por un hombre según el corazón de Dios.

Aquel rey generoso y sabio se llamaba Theonote. Su mujer era sumisa y piadosa, y su matrimonio había sido bendecido con una hija que desde sus primeros años parecía eminentemente favorecida por el cielo. Los paganos de aquella isla contaban que las hadas habían bailado alrededor de la cuna de Úrsula, y le habían dado la belleza y las gracias. ! Los cristianos decían que los ángeles y la Santa Madre Dios habían derramado sobre ella los tesoros del candor y de la castidad! … Úrsula, agradable a Dios y a los hombres, crecía en el retiro como una azucena cuyo perfume debía embalsamar un día el palacio del Rey de los reyes.

La fama de la belleza y de las gracias de la joven virgen se había difundido lejos, y el rey Theonote vio un día llegar a su palacio a Conan, hijo de un rey vecino llamado Agrippino, que no era conocido de los cristianos sino por persecuciones que les hacía padecer. El joven príncipe venia a pedir la mano de Úrsula; empero la bendita virgen tuvo horror a aquella unión. Temió sin embargo declarar su negativa, porque la petición de Conan estaba apoyada por Agrippino y todos temían sus victoriosas armas. Úrsula, con el corazón lleno de angustia, oró largo tiempo. Se durmió al fin, con un tranquilo sueño, y entonces  oyó una voz que le decía que fuese a un país lejano a aguardar allí la voluntad de Dios. La joven al despertarse, declaró las órdenes del cielo, y sus padres se apresuraron a secundarlas.

Se prepararon los navíos y las compañeras de Úrsula, elegidas entre las más nobles familias, se dispusieron a seguir a la real fugitiva en su misteriosa peregrinación. Un gran número de vírgenes se postraban a los pies de sus padres para solicitar si bendición al despedirse; y todas ellas animadas con un santo fervor, se embarcaron en las naves, cuyos blancos pabellones ofrecían la imagen la cruz. Jóvenes llenas de entusiasmo, y unidas por un voto solemne de castidad, las servían de escolta y de defensa. Los sacerdotes repetían las palabras de Dios;  y al eco de los himnos sagrados se hizo a la vela la escuadra.

Impelida la escuadra  por el viento divino, se adelantó desde las costas de Irlanda hasta la embocadura del Rhin; y subiendo el curso de aquel río, llegó delante de Colonia, ciudad real y poderosa que debía a los romanos el brillo con que resplandecía ante todas las ciudades de la Germania.

Anclaron los navíos delante de aquella ciudad y Úrsula creyó haber llegado al término de su viaje; pero una segunda visión le anunció que la revelación de su suerte le aguardaba en Roma, y que de los labios del soberano Pontífice (entonces oscuro é ignorado) sabría su futuro destino.
Sumisa, cual el joven Samuel a las divinas inspiraciones, la princesa volvió á seguir el curso de su peregrinación, la escuadra volvió a subir el Rhin; pero al llegar a Basilea las jóvenes viajeras seguidas de los sacerdotes y de los caballeros, abandonaron sus navíos y continuaron el camino á pié para Italia.

Nada las detuvo, ni las heladas cumbres ni las amenazadoras rocas, ni 'las nieves amontonadas por los siglos, ni la abierta sima de los precipicios; y superando todos los obstáculos, llegaron al fin ante la ciudad Reina. Entraron con respeto en la ciudad consagrada, purificada por el holocausto de aquellos mártires que tenían ya altares en las frías regiones donde el mismo César no había podido penetrar. El venerable Siricio, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, recibió la errante tropa con un amor paternal; oró con ella en el sepulcro de los Apóstoles; la guió en las catacumbas, asilo sagrado donde los vivos se albergaban cerca de los muertos; y movido también por una visión profética, anunció á Úrsula que volvería a pasar los montes, y que llegaría a las orillas del Rhin, donde la palma del martirio la aguardaba.

Volvieron a pasar los Alpes, llegaron a Basilea, y los buques, siguiendo el curso del rio, las transportaron ante las murallas de Colonia, que saludaron cual un lugar de triunfo y de descanso!
En aquel tiempo reinaba en Roma, es decir, en el mundo entero, un soldado bárbaro salido de las tribus de los godos, que más tarde anonadaron por sus belicosas irrupciones el Imperio Romano, débil, afeminado y ya caduco. Maximino se había revestido la púrpura teñida con la sangre de su predecesor. El imperio se estremecía a su nombre; el Senado ofreció sacrificios, a fin de que permaneciese alejado de Roma y los cristianos veían en él el heredero de los furores de Nerón y de Domiciano.

En aquel momento Maximino había plantado sus águilas en las orillas del Rhin; y los viajeros de la Irlanda vieron desde lejos las alineadas tiendas que formaban su numeroso campamento. Apenas hubieron puesto el pié sobre la orilla cuando fueron asaltados por una nube de dardos y de flechas: les llegaba el martirio por la mano de los compañeros feroces del Emperador. Las vírgenes fueron inmoladas sobre los humeantes cadáveres de los Sacerdotes, y los caballeros heridos por la espada recibían con alegría el golpe  que abreviaba su peregrinación, y les abría las puertas del cielo: solo Úrsula escapó a la matanza.

Fue arrastrada delante de Maximino: aquel bárbaro la miró, y un rápido amor se apoderó de su corazón: le enseñó á un lado los lictores, y al otro el altar del campo donde los sacerdotes iban a ofrecer un sacrificio.
-¡Sé mi mujer, o muere! dijo.
 Sonrióse Úrsula, y respondió:
-Estoy pronta a morir.
Inmediatamente dio la señal a los verdugos, y la joven doncella, atravesado el pecho con un dardo, pasó á gozar de las delicias celestiales.

Tal es la historia de Úrsula y de sus compañeras, cuyos restos se veneran aún todavía en la Catedral de Colonia.

Cuando en 1156 se descubrieron en Colonia una docena de sepulcros con inscripciones, que expresaban encerrar los restos de Santa Úrsula y de sus, compañeras, los escritores ascéticos, muy comunes en aquella época de ardiente fe, se dieron gran pena y trabajo en reconstruí, con ayuda de unos huesos reducidos a polvo, una historia devorada por los siglos. Por de pronto, un franciscano fue el que arrancó de aquellos silenciosos testigos la genealogía de Úrsula, hija de un príncipe de la Irlanda y parienta de muchas casas soberanas.

Vienen en seguida los cronistas ambicionando la gloria de fijar la fecha del martirio de Santa Úrsula: empero mientras coloca el uno este suceso en el año 384, su émulo, para mayor exactitud, la aproxima hasta en 453, sin que podamos decir cuál de ellos se equivoca o si se engañan los dos. Después vienen los legendarios con la pretensión de determinar el número de las compañeras de Úrsula. Los unos la dan once, los otros mil, otros once mil, número adoptado por la creencia popular y al que se debe las Once mil vírgenes. Adriano de Valois y el padre Sirmond, personajes muy doctos, reconocen que los legendarios, simples traductores de un antiguo martirologio, han tomado la palabra Undecimillia, nombre propio de la única compañera de Úrsula, por una expresión numérica, y reducen el número de Once mil a la simple unidad. Sin embargo, en el Oficio Divino se hace mención de Santa  Úrsula y sus compañeras.

Si la historia y la leyenda de Santa Úrsula nos dejan algunos detalles que desear, en cambio de esto, tenemos la evidencia de la gran veneración que inspiró su memoria y de los muchos prodigios que en bien de la humanidad obró el Señor en su sepulcro.

Su culto, adoptado con entusiasmo religioso, hacía mucho tiempo por los habitantes de Colonia, se difundió rapidísimamente en el siglo XII por toda la cristiandad. Tres corporaciones sabias, las más ilustres del mundo literario y científico de entonces, la Sorbona de París, la universidad de Coímbra en Portugal y la de Viena en Austria, la proclamaron por su Patrona y venían todos los años en el día de su festividad, el 21 de octubre, a postrarse delante de su imagen.

Santa Úrsula, que condujo al cielo a tantas almas santas que ella había formado con su instrucción y sus ejemplos, es mirada como el modelo de las personas que se aplican a dar una educación a la juventud, y bajo su invocación se han formado gran número de establecimientos religiosos para la educación de las jóvenes doncellas.

En 1537 la bienaventurada Ángela, llamada de Brescia, en la Lombardía, porque había permanecido largo tiempo en aquella ciudad, instituyó las Ursulinas. Doncellas o viudas reunidas en congregación libres en un principio de votos, se consagraron a la educación de las jóvenes de su sexo. Después de algunos años de satisfactorias pruebas, el papa Paulo III, edificado de su celo, autorizó su instituto por un breve de 1544. Más tarde, en 1572, a instancia, de San Carlos Borromeo, el Pontífice Gregorio XII erigió la nueva congregación en Orden religiosa, bajo la regla de San Agustín, y obligó a las Ursulinas a guardar clausura.

A los tres votos ordinarios de religión tuvieron que añadir el cuarto voto de educar gratuitamente a las niñas. El pontífice Paulo V aprobó la regla de esta Orden también en su bula de 13 de junio de 1612. La utilidad de esta Orden, establecida en Francia en un principio, la ha hecho rápidamente multiplicarse por todo el mundo cristiano. En España hay Ursulinas con clausura, en Murcia y en Sigüenza. Hay Ursulinas también, en otras varias provincias, donde, a pesar de las bulas de Gregorio XIII y de Paulo V, estas comunidades religiosas persisten en la regla de Ángela de Merici, su fundadora; y no han querido pronunciar sino votos simples y sin someterse a clausura; pero de todos modos prestan un gran servicio a la Religión y a la sociedad!!!


 
 
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