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Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania
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viernes, 21 de septiembre de 2012

Devotos de Santa Ursula. Luis de Lanuza S.J.


Padre Luis de Lanuza Sacerdote Jesuita, de sangre ilustre. Hallábase su padre D. Juan de Lanuza, hijo de otro D. Juan, justicia de Aragón, desempeñando el cargo de virrey de Sicilia, cuando nació Luis en Leocata el año 1591. Posteriormente, nombrado su padre general en jefe de las tropas que España tenía en aquel reino, siguióle el joven Lanuza llevando con distinción al lado suyo el honroso uniforme militar. Más la funesta jornada en que D. Juan perdió la vida, apartó del servicio de las armas a Luis para alistarse en otra milicia; que era la de Jesucristo. Abrazó pues, el instituto de San Ignacio de Loyola el 6 de Enero de 1608, en el cual hizo rápidos progresos en las ciencias.

Enseñó por algún tiempo humanidades; mas observando sus superiores que su vocación le inclinaba a los trabajos del apostolado, para los cuales tenía relevantes disposiciones, le destinaron a las misiones de Sicilia, alcanzando en ellas tanta reputación, que fue llamado el apóstol de aquel reino. Murió en Palermo el 21 de Octubre de 1656, después de haber escrito las obras siguientes:
1: Antídoto precioso contra la pestilencia del pecado mortal, Palermo, por Nicolás Bua, 1640, escrita en español y dedicada a las tropas de su patria. Publicóse primero sin nombre de autor, más adicionada después, imprimióse con su nombre en italiano por Carlos Lacio, 1662. En lo sucesivo se hicieron de esta obra muchísimas reimpresiones.
2: Le due macchine potentissime per convertire l'amme a Dio coie le considerazioni delle due morti temporale ed elerna, Palermo. Por Carlos Lacio, 1695 y 1699, Venecia, por Sebastián Coletu, 1753,
3: Varios libros de Sermones dignos de la luz pública.

Hablan del Padre Luis con mucho elogio diferentes autores, tales como Mongitore, Casani, Frazzetta, el Padre Marlon, etc.

 
 
 Páginas 61-66.

Muerte del Padre Luis de Lanuza.

….. agradeció el enfermo el buen ofrecimiento, y le suplicó lo pusiese en ejecución; tomó el padre el breviario, empezó a leer el salmo (117) con gran devoción, y pausa, haciendo alguna suspensión entre versículo y versículo, para dar lugar a la meditación del enfermo, así proseguían todos hasta que el asistente llegó a aquel versículo que dice: Fortitudo mea, Et laus mea dominus, Et factus est mibi, in salutem (El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.); aquí, con los ojos y boca llamó el Padre Luis al asistente, pidiéndole se acercase para decirle en voz baja: basta, ya basta, estoy en seguro, no diga nada Vuestra Reverencia a nadie mientras vivo, que poco tiempo le obligará el secreto, ya puedo decir con mi San Luis Gonzaga (y aquí, esforzando la voz que oyeron todos, porque todos acudieron) Laetatus sunt in bis, quae dicta sunt mihi, in domum Dei ibimus (inicio del salmo 121); y clavando los ojos en unas estampas de papel que tenía enfrente, de Cristo, de su Madre, de nuestro Santo Padre (Ignacio de Loyola), y de San Luis Gonzaga, expiró el 21 de octubre de 1656 y a los 65 años de su edad.

Circunstancias son el día y el año de la muerte, que no parece que se elevan a mayor esfera, que de accidentes, ni a primera vista pasan de casualidad; pero dieron entonces, y son siempre asunto de muchas reflexiones y discursos. Nació nuestro Luis el año 1591, y en el anterior siglo, año 1491, vio al mundo aquel grande héroe, aquel capitán de la más gloriosa Compañía de Jesús,  nuestro santo padre San Ignacio. Murió al mundo y fue trasladado al Empíreo nuestro santo padre a los 65 años de su edad, año de 1556, y a los mismos 65 años de edad y con correspondencia de los mismos 100 años del nacimiento, murió nuestro Luis el año de 1656, un siglo de distancia con correspondencia en los años hizo muy parecido este retrato al original, y no será aquí mucho que digamos, que semejantes varones son de un siglo; porque es dichoso un siglo, que en su duración logra la dicha de venerar a cada uno: esto por lo que toca al año; por lo que mira al día le tenía muy previsto, y sabido con aquella luz, en que no cabe engaño, y le había profetizado; aunque siempre entre oscuras no conocidas proposiciones.

Devoción a Santa Ursula y profecía.

 
Vióle un día orar con singular devoción ante el altar de Santa Úrsula un su conocido canónigo, y haciendo reparo en un sujeto siempre tan devoto su singularidad y exceso en la devoción, se atrevió a preguntarle así: ¿Es V.P. muy devoto de Santa Úrsula?, a lo que respondió pronto: Bien sabe la santa cuán estrechamente la tengo obligada con tiernos votos, y que hemos de hacer juntos cierta jornada en su día. Esta proposición está clara, y patente sucedido su gloriosísimo viaje al cielo el día de la santa; pero más claro habló con una buena mujer virtuosa, beata de las Terceras de Santa Teresa; era su espíritu bueno, su alma pura, pero su sinceridad de paloma, y su simpleza candidísima; encontróse con el Padre, y con tanta simplicidad le preguntó: ¿Qué hacía V.P. tan devoto, a quien estaba encomendando a Dios, qué hay de nuevo? Ahora nada, respondió el Padre (era a principios de octubre) pero lo habrá de aquí a poco, porque el día de Santa Úrsula volará al cielo en el Convento del Monte Santo, que es de religiosísimos carmelitas, una virtuosa alma, que ha cultivado con perfección las virtudes, y en mi casa profesa, habrá ese día, y en el siguiente un concurso jamás visto; la primera parte no le hizo eco a la beata; la segunda le excitó la curiosidad y replicó: Pues yo Padre Luis, por lo mucho que asisto a la casa profesa, tengo bien de memoria el calendario de sus fiestas y no hay ese día motivo para concursos: ea, ea, respondió el padre, no me sea curiosa, vaya allá y lo verá.

Llegó el día, y la Beata fue cuidadosa a Monte Santo (así se llama el convento de religiosísimos Padres Carmelitas) y halló la triste nueva de haber perdido aquel día al ejemplo de toda su santa comunidad el V.P. Fr. Juan María de Perralia: depósito de la más acendrada virtud, ejemplo de Palermo, extático en la oración, favorecido de Dios en ella, doctísimo en la contemplación, y tal, que con razón le dio el Padre, sin decir su nombre, el renombre de virtuosísimo Siervo de Dios: viendo su candidez verificada la profecía, voló a la casa profesa, aunque el día acababa y venía la noche, y halló la iglesia llena de gente, que entraba y salía a lo interior de la casa; preguntó la novedad, supo la causa, y aguardó hasta que sacaron el cuerpo, en cuya ocasión hizo contra su genio la reflexa de que jamás había visto tanto concurso en casa; y siguiendo su candidez natural, publicó la profecía, verificada ya en dos sujetos, ambos a dos tan plausiblemente santos. Ni quiso Dios quedase sobre la palabra del Padre aquel verso, tan dulcemente cantado como cisne a la hora de la muerte: In domum Domin ibimus; porque no sufriéndole al actual compañero, que le seguía en las misiones el corazón bien morir a quien tanto amaba, se fue a consolar con Dios sacramentado a la iglesia, y al mismo punto que expiró, se le representó en la imaginación, que volaba al cielo, como en triunfo, acompañado de nuestros santos Padre, San Javier y San Luis Gonzaga, y de multitud de almas, que sus misiones habían introducido en el cielo, precursoras de su gloria, y que ahora bajaban a cantar su triunfo, cuya visión le alumbró , que ya había expirado, lo que supo al punto: pues levantándose con el cuidado, le avisó el clamor de todos, que previno al de las campanas, y los ayes, y llantos con que se explicaban sus desconsolados devotos, a quienes publicó su visión o representación , en que se le había representado volando al cielo.

Pero en cuanto aquella dichosa alma sigue el camino, que nosotros no podemos seguir más que con el deseo, será bien que nos entretengamos en lo que pasó en la tierra. Alborotóse aquella multitud devota que aguardaba a ver lo que sucedía, y sucedió una conmoción universal, todos andaban y todos se paraban a cada paso en la iglesia, y en el colegio todo era hablar del padre, y todo preguntar lo que pasaba: en una parte la beata del Carmen refería su profecía; en otra su confesor publicaba la revelación de su gloria; aquí se acordaban de la devoción de Santa Úrsula; y allí su compañero repetía la imaginaria visión que había tenido, sin merecerla, Unos daban a los jesuitas la enhorabuena; otros pedían los diesen el pésame; lloraban todos la pérdida y a todos tenía poseído un singular gozo, y sin más libertad que la confusión, se llevaban los unos a los otros, todos anhelaban por ver, y aún por adorar el cadáver.

Hechos y milagros en sepelio del Padre Lanuza.

Los enfermeros, con prevenida disposición, se habían encerrado para que les diesen tiempo de vestir el cuerpo, y faltó poco para que forzando la puerta, les impidiesen su oficio; pero esta misma resistencia inquietó toda la casa, porque unos, por verle antes, y otros por no dejar de verle, ocuparon los tránsitos y muchos, por verle y venerarle más despacio, daban tiempo, ocupándose en los aposentos de los otros jesuitas. Esta confusión en el interior de la casa obligó al P. Preposito a disponer se bajase el cuerpo a la Iglesia, porque el concurso, que se preveía era menos inconveniente que el que se padecía, y mucho menor que el que se podía temer, debiéndose recelar que las mujeres rompieren la clausura, hasta que entonces habían tenido respeto. Esta resolución desahogó el interior de la casa, porque fueron muchos a coger lugar, y a otros rindió la cortesía, con que se les pedía dejasen libre el interior, cuando se les franquearía el depósito en la iglesia; pero lo que enteramente la desembarazó, fue ver que vestido ya, y compuesto en la caja, se conducía el cadáver, y como esta alhaja era la que deseaba el respeto, la veneración, el cariño y la ternura, todo el desembarazo en el interior de la casa fue el aumento de confusión en la iglesia; los jesuitas procuraron defender el cadáver, pero la devoción lo desnudó muy presto, dándose por dichoso quien lograba por reliquia algún pedazo del vestido; y no fue poco el cuidado y esfuerzo que costó, que no despedazasen el cuerpo, a que se atrevió la devoción, cortando algunos pedazos de carne; pero como los jesuitas eran bastantes en número, pudieron conseguir vestirle segunda vez.

Creyeron con esto contrastar  contra el ímpetu de la devoción, porque no sabían lo que sucedería lejos del féretro; y era que los que habían conseguido alguna reliquia, la daban a besar a los que no podían llegar; y este contacto logró por efecto, muchas instantáneas maravillas; estas obligaron a los demás a dar un asalto tan fuerte, que no sólo le hurtaron todos los vestidos, sino que abrazando el cuerpo desnudo le despedazaban: hurto que siendo tan sagrado, le excusaba la devoción de sacrilegio: varios jesuitas le libraron, recobrándole como pudieron, abandonando el féretro, que todo dividido en pequeñas astillas, le repartía entre sí la multitud; dispúsose otro y se previnieron las avenidas con guardas bastantes para defender los insultos; pero ni estas bastaron para impedir la rapiña, ni fueron suficientes para dar lugar a las exequias; estas se intentaron en repetidas horas del siguiente día, ideando las que más libres se juzgaron por más incómodas, hasta la resolución de tocar el oficio después de comer, creyendo que por hora en que está ocupada la gente en este ejercicio, evacuaría la iglesia; pero como a los concurrentes les importaba más que el comer el sanar, ni a aquella hora concedieron tiempo ni sosiego para esta religiosísima función, quizá con providencia del cielo, que explicó por este medio, que no necesitaba de sufragios aquella alma, por cuyos méritos Dios hacía tanto bien a los más necesitados.

Esta excusa tenía el pueblo en su concurrencia, porque a la verdad, fueron innumerables los prodigios con que Dios quiso ser este día glorificado en su siervo; diré alguno, no habiendo vida ni papel para referirlos todos.

Guillermo Dogana vivía mortificadísimo de una doble quebradura, cuyos dolores le imposibilitaban de ejercicio, y sobre dolorido se había reducido a mendigo; llegó a la iglesia, tuvo la fortuna de que otro le prestase un pedacito de la camisa que el Padre tenía en el féretro, y aplicada a la parte, le soldó instantáneamente, quedando fuerte y robusto para ganar con su oficio, que era de trabajo, la comida. 

Antonio Pifa padecía una fístula pútrida debajo del oído derecho; logró en el asalto un pedacito de la sotana del Padre, que aplicada a la fístula la cerró, dejando bueno al sujeto por largos años.

Cristina Cacabense, no pudiendo lograr reliquias, tocó al cuerpo unas flores, y con las flores un oído que tenía perdido, y aunque la flor por su olor es objeto del olfato, y por su hermosura de la vista, en esta ocasión, sino fue objeto de remedio, y milagro, porque al punto empezó a oír el murmullo y el clamor de los demás.

Cathalina Genovasia había dado a luz un infante con felicidad; pero cuando se creyó libre del parto, le sobrevinieron unos tan agudos y tan vivos dolores de vientre, que sin penetrar la causa, ni aún poderla inferir los médicos, la desahuciaron; en esta aflicción estaba al segundo día de su parto, cuando una vecina, lastimada del dolor y ansias de la enferma, le llevó una reliquia de la sotana del Padre, que había logrado en el segundo saqueo, y poniéndola sobre el vientre de la enferma, al punto, sin dolor alguno se aligeró un segundo feto que sentía, y arrojó en un monstruo vivo, con la cabeza muy semejante a un topo con dientes, que causaron admiración a la medicina no hubiese roído las entrañas.

Estas maravillas alborotaron la ciudad y nuestra iglesia, dice el P. Pozo, no era templo para orar, sino mercado de favores, en donde a poco precio se dispensaban milagros; y si en las ferias suelen los que venden pregonar sus mercaderías, en la iglesia todo era lastimosos tiernos gritos, en que los compradores pedían al precio de su fe milagros. Padre mío, clamaba uno, que me he vestido para besaros los pies, y para que me libertéis de estas tercianas. Padre santo, imploraba otro, remedio para mi hijo que se muere sin remedio, Padre Luis, decía otro, quitadme este continuo dolor. Padre Lanuza, gritaba otro, dadme vista; y si no todos, los más lograban hablar bien de esta feria, por lo bien que les iba.

Fue tan franca, que aun a quien no acudía a comprar, se hallaba feriados los milagros; así le sucedió a María de Judicis, que siete años antes había cegado de una fluxon tan acre, que se creía la había consumido los ojos: llovía cuando pasó por las puerta de la iglesia, y sin saber nada de lo que pasaba, la introdujo dentro quien la guiaba, para refugiarla del agua: oyó los clamores, supo la causa, entró en confianza, avivó su fe, y mandó la acercasen al féretro: consiguiólo a costa de no tan poco trabajo, y tentando, encontró con las manos del Padre, agarrólas con firmeza e imploró así: Padre santo, santo mío, no os he de soltar si primero no me concedéis la salud: fue estupendo el milagro, porque al punto vio, se le quitaron los continuos dolores que padecía en los ojos y empezó con otros muchos a clamar: Milagro, milagro del santo Lanuza.

Estos ecos llegaron a los oídos de una pobre doncella Ana Badulata, esta de su nacimiento había padecido agudos dolores de ojos, y tanto, que decía que le parecía le entraban espinas por las niñas; el corrimiento era continuo y sin alivio, añadiéndose la pena verse ciega por el largo tiempo de siete años: oyó el milagro, y con el deseo de otro semejante, rogó tanto a su madre la llevase a la casa profeta, que si bien esta no se rindió, por no llevara una ciega entre tanto concurso, su abuela, movida a compasión, le dijo: ven, que yo te llevaré, siquiera porque nos dejes; así lo hizo; pero presto se arrepintió, porque la iglesia estaba tan embarazada y tan impenetrable al concurso, que no juzgó posible que una muchacha ciega pudiese  conseguir llegar al féretro como deseaba; pero la ciega con su fe y con el brío de la mocedad, sin más tino ni guía, que dejarse llevar de las olas, consiguió acercarse al féretro, y tocó con las manos el ataúd, asióle bien y abriendo con el esfuerzo de una fe ciega, y de un deseo vivo los párpados, vio los pies del Padre; ya con esta certidumbre aplicó los ojos a los pies, que luego besó con ternura y levantando la cara, vio con distinción a todo el concurso, y todo el concurso vio sana a la que había llegado ciega, hacia el que la había de sanar.

Con estas maravillas no fue posible dar sepultura al cuerpo en todo el día, ni hubiera sido posible en muchos, si la Providencia no hubiese tenido a su favor las tinieblas de la noche, con cuya sombra, como era Moner el tropel de la gente, cuando se halló en un rato menos embarazada la iglesia, a costa de repartir mucha parte de los vestidos que el Padre tenía puestos, se consiguió depositarle entre los nuestros, sin que esta ocultación impidiese el curso de muchos milagros, que obraron por largo tiempo aquellas reliquias de sus vestidos, su memoria en los corazones de quienes le conocieron, su poderosa intercesión en sus devotos, y la fe en los que le invocaban: de estos prodigios se autenticaron muchos, y se pueden leer en la Vida, que difusamente escribió en latín el P. Andrés del Pozo, aunque en compendio y la trasladó el Padre Mathias Tanner sus varones ilustres: hace mención del Padre Luis de Lanuza el Menologio de la Compañía a los veinte y uno de octubre.





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