Lapida

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Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania
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domingo, 23 de septiembre de 2012

Panegírico de Santa Úrsula, virgen y mártir. Nicolás Cáceres.

Predicado en la iglesia de Santo Domingo en Bogotá, 1895.
La virginidad realzada por el martirio.
Tu gloria Jerusalén.
Tú, la gloria de Jerusalén.
Judith 15,10

1 Si efectivamente no hay nación tan grande como el pueblo cristiano por razón de los favores con que lo ha distinguido su Dios, el único Dios verdadero, grande y bueno; tampoco hay pueblo en la historia que aventaje al nuestro en grandeza de ánimo y prodigios de heroísmo. Célebre fue por sus héroes, muchos de ellos fabulosos, la Grecia; famosa fue Roma por sus capitanes, la Judea por sus incomparables heroínas, Judit, Débora…; pero ¿qué tiene que ver ninguno de los pueblos antiguos con el cristiano, ni en el número o en la calidad de sus héroes y heroínas? Ahí tenéis una que vale por millares, la esclarecida y nunca bastantemente alabada Santa Úrsula, heroína que ciñe dos coronas, de virgen y de mártir, cuyo solo nombre, tan popular en todos los países de la cristiandad, basta para eclipsar a todas las celebridades femeninas de la antigüedad pagana. Verdaderamente, no hay una sola que pueda comparársela: ¿qué digo? Ni aún en las páginas de esta iglesia, tan brillante por los grandes hechos que registra, apenas podría encontrarse otro más glorioso y digno de admiración, que el triunfo de Santa Úrsula y sus once mil compañeras. Una delicada princesa, nacida en la opulencia de pagana corte, combatiendo al frente de un ejército de tiernas doncellitas, por la doble causa de la fe y la castidad, derramando su sangre generosa antes que ceder a la tiranía, venciendo moralmente a un ejército de bárbaros y asombrando al mundo entero con tan pasmoso heroísmo, decid: ¿puede imaginarse suceso más maravilloso? ¿ha ocurrido otro semejante en el mundo? ¿No es digna la esclarecida virgen de ser aclamada por todas las voces, como en otro tiempo la valerosa libertadora de Betulia: Tú, la gloria de Jerusalén; tú, la alegría de Israel; tú, la honra de nuestro pueblo? ¡Jerusalén celestial, ciudad de Dios! ¡cómo te inunda de gloria la santidad de esta tropa de ángeles humanos que sube a poblar tus palacios eternos! ¡Israel, casa de Dios sobre la tierra, Iglesia de Jesucristo, alégrate una y mil veces, enaltecida ante el cielo y la tierra con el triunfo de tus once mil vírgenes! ¡Pueblo cristiano! !He aquí tus verdaderos timbres de honor, la magnanimidad de tus héroes, la fortaleza incomparable de tus heroínas! Y es porque solo este pueblo, solo la sociedad cristiana, cuenta con auxilios superiores a todas las fuerzas del hombre, con la asistencia contínua de su Dios, que no la desampara un solo instante y la sostiene con su omnipotente brazo en la hora de las grandes luchas. Nequé enim est alia natío tam grandis, etc (Deut 1,c). ¿Cómo podría explicarse de otro modo que por el influjo del poder divino, el enigma del martirio de Santa Úrsula y sus innumerables compañeras?  Así lo siente la iglesia católica (In orat. “Deus qui inter caetera”).

2 Detengámonos cristianos, sobrecogidos de admiración y religiosa ternura para contemplar las maravillas del que es “admirable en sus santos” (Salmo 67, 36), y lo fue extraordinariamente en las que hoy celebramos. Penetrémonos bien del heroísmo de Santa Úrsula, pasando luego a reflexionar sobre sus causas y motivos, para admirar, finalmente, la grandeza de sus premios. Tal es el asunto que propongo a vuestra atención y para cuyo desarrollo imploro con vosotros el socorro de la Reina de las Vírgenes. AVE MARIA.

I
3 Ser mártir, en la acepción rigurosamente histórica de esta palabra. Es llegar a la cumbre del heroísmo. No se necesita menos que ser héroe, llevar el corazón guarnecido de fortaleza sobrehumana para dar la vida y verter la sangre entre las ruedas dentadas, o al filo de espadas desnudas, por sostener la afirmación de un sólo Dios, creador del cielo y de la tierra, y un solo Jesucristo, hijo de Dios. “ ¡Creo y nadie me arrancará la fe del corazón, aunque éste me lo arranquen del pecho!”. ¡Firmeza incomparable!!Nobilísimo heroísmo! No sé cuál otro pueda ser mayor. Pero si concurren circunstancias excepcionales en la confesión de la fe o en la defensa de la virtud, como la natural debilidad del sexo, la ternura de la edad, la atrocidad de los tormentos, la ferocidad de los verdugos y el número de las víctimas; ¿no es verdad que en tal caso el heroísmo sube de punto, no hay bastante ardor para admirarlo, ni lengua para sublimarlo? Pues decid si no es este, puntualmente el caso que presenta a los ojos de la humanidad  el triunfo de Úrsula, puesta al frente de sus gloriosas compañeras de combate, y cayendo sobre los mutilados cuerpos de sus amigas, dice la iglesia, como un rubí sobre un montón de margaritas. ¡Qué espectáculo el que contempló el cielo en aquella memorable jornada! Derrotado, a mitad del siglo V, el bárbaro Atila y sus innumerables hordas en los campos cataláunicos por Accio, el último romano, ayudado de godos y francos, regresaba a ocultar su despecho en la Panonia, cuando, para tomar alguna venganza de las naciones cristianas, cae, como bandada de buitres, sobre la nobilísima ciudad de Colonia en Germánica, la cual florecía ya desde aquel tiempo, como hoy, por la posesión de la región católica. Fue por odio a esta religión principalmente por lo que el feroz rey de los hunos, que se apellidaba a sí mismo “Azote de Dios”, entró a sangre y fuego en la ciudad cristiana, donde, emigradas de la Gran Bretaña, moraban multitudes de vírgenes, probablemente consagradas a Dios, al frente de las cuales se hallaba una noble princesa, que las exhortaba a defender a todo trance su virtud y fe jurada al celestial esposo. Era Úrsula, que, cual valerosa capitana de aquel ejército de vírgenes, recorría afanosa las filas, encendiendo en todos los ánimos el ardor del martirio, y con su palabra y ejemplo sostenía el valor de aquellas inocentes corderillas acometidas por furiosas manadas de lobos: sicut oves in medio luporum (Mt 10,16) ¡Cosa increíble, si la tradición no lo garantizara! Ni una sola entre once millares de víctimas lo fue del miedo y cobardía tan natural en el sexo. Una, por nombre Córdula, que se sustrajo a la matanza el primer día, envidiosa de la suerte de sus compañeras, se presenta al día siguiente a reclamar su corona, y la obtiene. No falta, pues, ninguna a la gloriosa consigna recibida de Santa Úrsula, morir antes que vivir afrentada (mori potius quam foedari). Aquel día se enriquecieron los cielos con millares de nuevas estrellas… Aquel día brilló en el firmamento una nueva Osa, más bella que la que lleva este nombre (Úrsula, diminutivo de ursa, osa.).

4 ¿Quién no admira, cristianos, el ánimo varonil de la heroica Judit, cuando, vestida de todas sus galas, no llevando más resguardo que una de sus criadas, deja los muros de Betulia y se interna en el campamento asirio por entre millares de picas y espadas brilladoras, hasta llegar a la presencia del fiero Holofernes, cuya mirada sangrienta y terrible apenas pueden sostener sus guerreros?. Y Judit, la débil israelita, no tiembla, no cae desmayada, como Ester delante de Asuero. Más, ¿qué diremos del valor de nuestra Úrsula, delante del nuevo Holofernes, el bárbaro Atila y los feroces hunos, cuya brutal fiereza ha dejado honda huella en las historias? ¿No se vio temblar a Roma misma al aproximarse el Azote de Dios, a quien sólo pudo contener a las puertas de la ciudad, la majestuosa figura del Papa San León Magno? Pues ¿cómo pudo resistir a su furor, enardecido con la embriaguez de la sensualidad, una tímida doncella? ¿Hay heroísmo semejante al de Úrsula y sus compañeras, desafiando la ferocidad de cien mil salvajes armados de flechas, lanzas y masas de hierro? Miradlas caer a centenares, cubierto el pecho por una lluvia de saetas, acuchilladas sin piedad por grupos de soldados, despedazadas bajo los cascos de los caballos y las ruedas de los carros que pasan sobre aquella alfombra de miembros virginales. Y no oiréis en medio de tal carnicería levantarse al cielo clamores penetrantes, acentos de dolor o de venganza, sino cánticos de gozo, voces de júbilo, himnos de triunfo, mientras vuelan aquellas almas puras a las mansiones del a felicidad eterna. ¡Qué prodigio de heroísmo! Dextera Domini fecit virtutem (Salmo 117,16): sólo Dios puede hacer cosas tan grandes. Escogió Dios las débiles criaturas para confundir a los héroes (1 Cor 1, 27).

5 Pero al lado del heroísmo deslumbrante del martirio de la fe, está otro heroísmo, tal vez no tan brillante, pero no menos generoso, el de la virginidad. Dos coronas son las que brillan en las sienes de la esclarecida Úrsula, dos palmas ostenta en sus manos, de virgen y de mártir; y, si bien lo observamos, no es menos resplandeciente la una que la otra. Porque la virginidad, sobre todo sellada con voto, tiene el mérito y las excelencias del martirio. Por ella se ofrece a Dios en sacrificio, no sólo el cuerpo sino también el corazón. Y ¡qué sacrificio más noble y generoso! El alma que ha escogido para siempre la virginidad como su herencia, ha dicho a Dios: Dominus pars haereditatis  meae et calicis mei (Salmo 15,5): Tú eres, Señor, mi patrimonio, en ti he puesto mi amor, tú me bastas, y no necesito de otro objeto para saciar el corazón. La virgen no sólo renuncia a todo lo que puede halagar la frágil naturaleza del hombre corrompido, sino todo aquello que puede fascinar el corazón y los sentidos, la pompa del mundo, la delicadeza, la vanidad, el lujo, la vida blanda y regalada y hasta los dulces afectos, que son el vino que más deleita y aún embriaga el corazón. Si la esposa cristiana entrega su corazón al hombre con quien la ha unido el cielo por todo el curso de la vida, la que escogió por esposos a Jesucristo no es dueña de brindar su afecto a ninguna criatura terrenal. Vive, pues, toda para aquel que es todo para ella. Es mártir del amor divino: es hostia viva y agradable a los ojos del Señor. He aquí, pues, dos coronas, a cual más hermosas, la del martirio de sangre y la del martirio del corazón y los sentidos. Y por otra parte, ¿creéis que es menos difícil de alcanzar esta segunda corona de la pureza virginal? ¿Hay menos enemigos qué combatir y qué vencer en este campo? Si no son de aspecto tan terrible como los tiranos, no son menos porfiados ni menos peligrosos. La lucha contra las inclinaciones de la carne es tanto más temible cuanto más disimulada e insidiosa. No es menos difícil ni menos glorioso el triunfo sobre las promesas que sobre las amenazas, sobre el deleite que sobre el dolor, sobre las dulzuras de la vida que sobre los horrores de la muerte. Y, si fuera cierto un hecho que algún panegirista encomia como tal, la suprema victoria de Úrsula fue la que obtuvo, no del temor sino del amor del jefe de los bárbaros, quien prendado de tanta magnanimidad, aún más que de la hermosura de la princesa, se lisonjea de poder obtenerla por esposa, brindándole con un enlace regio, que aunque odioso, habría deslumbrado la vanidad de otra alma menos noble que la de nuestra Santa. “Pero en vano empleas, general idólatra, le dice un orador sagrado (Torrecilla, Panegírico de Santa Úrsula), tan mezquinos artificios: Úrsula no escucha tus propuestas insidiosas, sino para despreciarlas… Pierdes tu tiempo, jefe: acaba el sacrificio e inmola a tu furor sobre esos montones de cadáveres que te rodean, la hostia más noble que queda” Úrsula, en efecto, atravesado el corazón con un dardo que le asesta el mismo Atila, vuela para juntarse con sus compañeras en el seno del celestial Esposo.

II
6 Colocado el espíritu frente a frente de tamaño heroísmo, sin poder escapar a la magia que le subyuga, no puede menos de buscar en alguna parte, sea en el cielo o en la tierra, el secreto resorte de tanta energía y magnanimidad.  ¿Qué sentimiento, qué idea o visión sublimaba a tanta altura el ánimo de Úrsula, que la hacía despreciar, no sólo las humanas grandezas, sino la misma vida con todas sus dulzuras? ¡Oh cristianos! Vosotros sabéis muy bien de cuánto es capaz el amor, el verdadero y puro amor, cuando prende su llama en un corazón generoso, v. gr., el de una esposa o una madre, y a qué sacrificios no al impele, con la misma fuerza con que las aguas de un torrente se empujan unas a otras hasta precipitarse en el abismo. Pues lo que hace el amor natural en un pecho humano, ¿creéis que no pueda ejecutarlo mejor todavía el amor sobrenatural y divino? La gracia, hermanos míos, puede más, infinitamente más que la naturaleza; y las almas que viven por la gracia, se familiarizan con todo lo grande y prodigioso. Nosotros que, oprimidos bajo el peso de las impresiones del mundo o de los sentidos, apenas experimentamos otros sentimientos que los de la naturaleza, difícilmente podemos darnos cuenta de los prodigios que realizan las almas perfectamente poseídas por la gracia, como los apóstoles, los confesores y los mártires. Estas almas afortunadas, a quienes el mundo no comprendió jamás, ni hoy mismo las comprende, no juzgan, no sienten como las almas vulgares; por eso la vida temporal y los placeres y los honores y cuanto hace el encanto del vulgo de la humanidad, no tiene para ellas importancia alguna, en comparación de los bienes invisibles que se resumen en el amor de Jesucristo. Así es que decía San Pablo con una sinceridad indiscutible: Todo lo del mundo lo tengo por basura, y reputo pérdida cuanto me estorba la posesión de Cristo (Fil 3,8). Para un alma de este temple, formada en la escuela de los primeros mártires, como la virgen Santa Úrsula, ¿qué precio podía tener la vida ni la fortuna, ni el amor de ninguna criatura en oposición a su único amor, el del Esposo Celestial? ¿No decía ella lo mismo que el apóstol: Para mí vivir es estar con Jesucristo? (Fil 1,21). Y ¿qué pretende el tirano sino robarle este amor, que es su vida verdadera? Despojándola de la fidelidad y de la pureza del corazón, ¿qué otra cosa intenta Atila que asesinar moralmente a la santa doncella? Pues bien; vaya una vida por otra, ¡piérdase enhorabuena la vida del cuerpo, piérdase todo, como no se pierda la vida del alma, el amor a mi Jesús!.

7 Y este amor, hermanos míos, que alcanzaba en Santa Úrsula y sus compañeras las proporciones del éxtasis, arrebatando su espíritu hacia las regiones de lo ideal, de lo divino y eterno, ¿no os parece que podría ejercer en su organismo, harto delicado y sensible por naturaleza, tan poderosa influencia que llegara amortiguar, si no a embotar enteramente, la sensibilidad? ¿No vemos a un joven, San Esteban, sepultado bajo una lluvia de piedras, alzar al cielo los ojos radiantes de alegría y de placer, exclamando: “Veo abiertos los cielos, y al Hijo del Hombre que me llama desde el trono de su gloria? (Hechos 7,55). “Las piedras del torrente, dice la liturgia, fueron para él dulces, como para todos los justos que le siguieron por el camino del martirio” (Lapides torrentis illi dulces fuerunt). Concíbese aún naturalmente, mucho más en el orden sobrenatural, que la vehemencia del afecto del alma pueda debilitar y aún embotar la humana sensibilidad.

8 Aparte del amor de Cristo, bastante para hacer heroínas de tímidas doncellas, ya en el claustro, ya en la arena del Circo romano, hay otro amor que se desprende del primero, y no tiene menos fuerza para transformar en leones los tímidos corderos. Es el amor de la virtud angélica en su más alto grado de pureza, el culto de la virginidad. Tiene esta virtud tan alto precio y ejerce tanto atractivo sobre las almas castas y espirituales, como imperio irresistible el vicio contrario sobre las almas terrenales y de bajos instintos. A éstas les es intolerable el yugo de la continencia más justa y racional, sintiéndose arrastradas hacia el fango por el peso de la carne corrompida: a aquellas, como a las águilas el viento, las eleva al cielo, a la región del éter diáfano, el ímpetu del espíritu, no esclavo, sino señor en los sentidos. Para Úrsula, verdadera princesa, no sólo por la sangre de sus venas sino más por la nobleza de sus sentimientos, el amor a la pureza angélica era una necesidad imprescindible, como lo es para un ángel: empañado el candor de su pecho, Úrsula no podía vivir. ¡Qué dulce necesidad la que impone la virtud a las almas elevadas! Y es, porque la pureza de la virgen cristiana, emula de la Virgen por antonomasia y del mismo fruto virginal de María, es una joya más preciosa que todas las perlas y diamantes, y brilla en la frente de la frágil criatura racional mejor que un joyel de rica pedrería. ¡Ah si supiéramos estimar en lo que vale esta joya, como supo estimarla la prudente virgen cuyas glorias celebramos, diríamos con el sabio: “Nada valen en su comparación  los reinos y los tronos; nada son las riquezas; nada la hermosura física, cotejada con ella”(Sap 7,8) El criterio del mundo, basado en los sentidos, está muy por debajo del criterio cristiano en este punto como en tantos otros; por eso para el mundo son verdaderos enigmas los hechos más corrientes en la historia de los santos, si ya no es que los relegue a la categoría de piadosas necedades. Para el paganismo era una locura el heroísmo de los mártires, como para el mundo lo es hoy el cambio de los goces de la vida por las asperezas del claustro… ¿No os parece cristianos, que encendida Santa Úrsula en el amor de la pureza, prefiriese la guarda de esta joya a la conservación de la vida, y estuviese dispuesta a soportar mil muertes en medio de cruelísimos tormentos, antes que ver ajado por impuras manos el lirio virginal consagrado a Jesucristo? Es evidente que no podía ser de otra manera, y esto explica perfectamente el denuedo sobrehumano de aquel ejército de vírgenes tan fuertes como prudentes, animadas todas por el ejemplo y las exhortaciones de su valerosa capitana a dejarse hacer pedazos por los bárbaros antes que consentir en ser indignas de alternar con los ángeles del cielo.

9 Esta es la gloria a que aspiran; y ¡qué gloria! La de formar un coro aparte, entre aquellos lucidísimos escuadrones de bienaventurados, un coro que compite en hermosura con los coros angélicos. Y, si el amor de la gloria efímera que pueden dar los hombres, es poderoso estímulo de acciones ilustres, y por ella se han visto realizados prodigios de valor, de fidelidad y de constancia, ¡qué esfuerzo no infundiría en el corazón de Úrsula y sus compañeras, la vista de la gloria eterna y el anhelo de aquellas palmas inmortales reservadas a las Esposas del Cordero! ¡Ah! ¿Quién será capaz de describir la alegría de aquel triunfo en las moradas eternas? “Ven, diríanle los ángeles, ven esposa de Cristo, a ceñir la corona de reina que el Señor tiene preparada para tus cándidas sienes” (Veni sponsa Christi etc, Ecle in off. SS. Virg.) Y el mismo Cristo la invitaría con estas dulcísimas palabras: Ven, esposa mía, ven del Líbano, de ese monte cubierto con la blanca nieve de la inocencia, y serás coronada (Cant 4,8). Y ella, regocijándose con sus queridas hermanas, las apostrofaría, como antes de ella la venturosa Inés: “Congratuláos conmigo y dadme la enhorabuena, porque con todas vosotras, sin faltar ninguna, he sido entronizada en los reinos de la luz” (Off. S. Agnet. Virg.), o como San Pablo: “Si he sido inmolado sobre las víctimas de vuestro sacrificio, congratulóme de vuestra felicidad, y os ruego que os congratuléis conmigo” (Fil 2,18) ¡Qué júbilo! ¡Qué triunfo! Suspendamos el discurso para contemplarlo.

III
10 Sin empeñarnos en la imposible tarea de describir su gloria en las alturas del cielo, detengámonos todavía por algunos momentos en la consideración de los premios decretados por la justicia divina a la heroicidad de nuestra virgen. Corona de justicia, decía el apóstol, me está reservada por el justo Juez, y no a mí solo, sino a todos aquellos que combaten como buenos a su glorioso advenimiento (2 Tim 4,8). Si la celebridad es justo galardón del mérito y el aplauso de los buenos, corona de los héroes, ¿qué celebridad y qué aplausos no ha merecido, durante catorce siglos, la gloriosa Santa Úrsula? Más de mil cuatrocientos años han transcurrido desde la fecha de su triunfo, y uno solo no ha callado sus alabanzas, las cuales, lejos de oscurecerse con las sombras que proyectan los siglos, cada día resplandecen con nuevos fulgores. La antigua y populosa ciudad, fundada por los Césares  en las márgenes del caudaloso Rin, en la Galia Germánica, teatro de aquella sangrienta, pero nobilísima victoria, es hoy todavía viviente monumento erigido a la gloria de las once mil vírgenes británicas, vencedoras del despotismo brutal de Atila y sus feroces hordas. Ahí está, como en los siglos pasados, para contar al mundo las proezas de estas heroínas de la religión y de la moral. Los sagrados restos de aquellas mártires ilustres, apenas serenada la tormenta, fueron recogidos con increíble veneración por los buenos colonienses, y honrados en decorosas sepulturas. En el campo enrojecido con la sangre virginal, en donde reposan todavía sus restos venerables, levántase majestuosa basílica, que ya a mitad del siglo VII se llamaba de las Santas Vírgenes. Su suelo no consintió jamás en dar sepultura a otros cuerpos: si tal se intentaba, la tradición refiere que eran arrojados afuera por la misma tierra. El monasterio edificado allí en el siglo IX, recibe en el siguiente a las pobres religiosas que el temor de los húngaros hace emigrar de su patria, y es enriquecido cada vez más y más honrado por los obispos y príncipes de la ínclita Colonia. Hoy día, las paredes de su hermosa iglesia, muchas veces reparada, vence decoradas con los sepulcros que guardan las cabezas de las Santas, cuya mayor parte están depositadas en el magnífico coro, una de las mejores obras arquitectónicas de la ciudad de Agripina. El nombre de esta hija ilustre de Colonia no queda sino, en los viejos anales de la historia, mientras que el de Úrsula, extranjera, pero mucho más ilustre por el heroísmo de su virtud, es aclamado y venerado junto con sus cenizas por millares y millares de devotos peregrinos. ¡Cuántos varones insignes en su santidad o posición social no han ido a postrarse delante de aquellos queridos y venerados restos! ¡Qué sentimientos de devoción no inspiraron, entre otros, al Bienaventurado Pedro Fabro de la Compañía de Jesús, lumbrera de Alemania! El sabio y piadoso pontífice León XIII, ha querido concurrir al esplendor del culto a Santa Úrsula, reformando y retocando las lecciones de su fiesta.

11 ¿Será preciso, cristianos, añadir algún rasgo más al cuadro de la gloria accidental de nuestra insigne heroína? Pues digamos, para concluir, que no en vano depositan en ella su confianza los que la honran y promueven su culto entre los fieles. Criatura de Dios tan querida, ¿no obtendrá de la misericordia infinita cuantas gracias desee y pida a favor de sus devotos? Acreditado está el poder de su valimiento en el mundo católico, por las mercedes alcanzadas, que son innumerables. Ella vuela al socorro de los que la invocan, especialmente en el trance supremo de la muerte, en el cual favorece a los que en vida se le encomiendan.

Reverenciemos como se lo merecen a estas vírgenes santísimas, y aprendamos con su ilustre ejemplo, a pelear el buen combate contra los jurados enemigos de Dios y de nuestra salvación, el mundo hipócrita, el demonio artero y la carne corruptora. ¿Quién no sentirá la eficacia del ejemplo de Santa Úrsula? ¡Plegue a Dios, amados fieles, darnos valor y heroísmo en los combates de la vida para llegar a participar algún día de los premios eternos de la gloria! Así sea.




miércoles, 5 de septiembre de 2012

Sermones Panegíricos del Padre Juan Francisco Senault.


Juan Francisco Senault (1599-1672)

Predicador y escritor eclesiástico holandés, superior de la congregación de San Felipe Neri; nació en Amberes en 1599 y murió en 1672. Sus obras más notables son: Tratado del uso de las pasiones; Panegíricos de los santos.



Pero es tu providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino y una senda segura entre las olas, demostrando así que puedes salvar de todo peligro”. (Sabiduría 14, 3-4)

 

Si el Profeta tenía mucha razón para afirmar que la divina providencia gobernaba al Pueblo de Israel, porque le había abierto el mar para que él pasase, y Ie voIvió a juntar parar asegurar su retirada; porque habia obrado tantos milagros en el desierto para guiarle a la tierra de promisión, a pesar de los esfuerzos de sus enemigos; me persuado, señores, que la ilustre Santa, cuyas reliquias tenéis y veneráis, puede en el Cielo pensar esto mismo, y confesar que debe su salvación y gloria a esta perfección divina, pues ella fue la que la sacó de su país, la asistió en los peligros del mar, y haciendo servir a las borrascas a sus designios, la trajo felizmente a la ciudad, donde defendiendo su virginidad, adquirió con sus compañeras la corona del martirio. En efecto, la divina providencia resplandeció tanto sobre la persona de Santa Úrsula, que no se les puede separar sin violencia, o sin injusticia: y así parece que haciendo el elogio de la una, necesariamente se ha de hacer el de la otra. Pues si la historia que de ella se nos refiere, es verdadera; ¿no fue menester que la providencia juntase tantas Vírgenes, las diese a Santa Úrsula por Capitana, hiciese soplar los vientos que las llevasen al campo de batalla, donde perdiendo la vida salvasen su honor, y consiguiesen una gloriosa victoria?  Conque no debemos separarlas, pues tan estrechamente están unidas, que haciendo el Panegírico de Santa Úrsula, hacemos el de la providencia, que la hizo tan felizmente hallar su salvación en su naufragio. Mas cómo este milagro se comenzó en el mar, siendo María el astro que domina a este elemento: Stela maris, saludémosla si os place, y digámosla con el Angel:

AVE MARIA.

Aunque la Fé nos enseña que todo lo que hay en Dios es Dios mismo, y que en la simplicidad de su ser todas sus perfecciones son una misma cosa; no obstante eso, nos permite dividirlas, y comparándolas entre sí, dar la preferencia a la que nos es más útil y provechosa. De ahí nace, que los infelices exaltan la misericordia que los protege, los delincuentes prefieren a la bondad que los perdona; y los Santos dan el primer lugar a la justicia que los recompensa. Mas si me es permitido decir mi parecer en una materia tan elevada, daría con Tertuliano el primer lugar a la providencia: porque además de que esta perfección divina es propia de Dios, y le dá a conocer a todo el mundo: Hoec illi propria divinitas constat; gobierna todos los sucesos del mudo, encamina todas las criaturas a  su fin, las asiste en sus necesidades , y las libra de los peligros que las amenazan: junta en sí también todas las otras perfecciones divinas, y empleandólas en sus designios, toma todos sus nombres y cualidades. Como sabiduría, dirige y gobierna; como voluntad, manda; como potencia, ejecuta; dice Hugo de San Victor: Sciencla est ut dirigens, voluntas ut imperans, potentia ut exequens. Pero désele el nombre que se quiera, nunca parece que es más admirable que cuando saca nuestra salvación del odio mismo de nuestros enemigos, cumpliendo los designios que tiene acerca de nosotros por medio de aquellos mismos que tiran a estorbarlos. Asi vemos que los hermanos de José contribuyen a su grandeza, y le hacen subir al Trono, cuando piensan quitarle la libertad: que la hija de Faraon salva a Moisés, que era el destinado para perder a todo Egipto: que los Tiranos coronan a los Santos a quienes quitan la vida, y los hacen gloriosos queriendo hacerlos infelices. También veremos todas estas maravillas en la conducta que observó la providencia con la persona de Santa Úrsula y de sus compañeras; y vosotros admirareis conmigo esta adorable perfección divina, que se sirvió de la prudencia de Máximo para juntar todas estas jóvenes doncellas, de la tormenta para conducirlas al puerto, de la brutalidad de los soldados para hacerlas santas Vírgenes, y de su bárbara crueldad para hacerlas Mártires muy ilustres.

PUNTO PRIMERO     

Los hombres aman tanto la libertad y aborrecen de tal suerte la esclavitud, que los conquistadores se han visto obligados a hacer que la dulzura ocupase el lugar de la violencia, para asegurar sus conquistas. El mismo Dios, a cuya voluntad ninguna cosa puede resistirse, nunca ha podido ganar el corazón de los hombres por medio del terror, y cuando ha querido hacerse amar, se ha valido de las promesas y alianzas: Mundus perire maluit, quam timere, dice S. Pedro Cristólogo, pavore mors ipsa Ievior. (a) Mas ha querido el mundo perderse, que temer, porque juzgó que no era tan molesto morir una vez, como estar temiendo siempre el morir. De ahí proviene, dice este elocuente Padre, que viendo Dios que el temor perdia al mundo, se resolvió a ganarle por amor, convidarle con su gracia, y retenerle por alguna alianza: Videns ergo Deus mundum labefactari timore, continuo agit, ut cum amore revocet, invitet gratia, charitate teneat, e constringat affectu.

Los políticos, que nunca son mas felices que cuando imitan la conducta que Dios usa con el mundo, han observado lo mismo: y viendo que el rigor alejaba de su persona a los vasallos, recurrieron a la dulzura y mansedumbre, y procuraron conservar por medio de promesas y alianzas los reinos que habían conquistado con sus armas. Alejandro el grande no estuvo seguro del afecto de los Persas, hasta que obligó a los Macedonios a hacer alianza con ellos: y las Colonias entre los Romanos dieron tanta firmeza a su República, como pudieron darle sus armadas: Máximo se valió de este artificio para mantenerse en su rebelión: creyendo que si él podía obligar a los Franceses a coligarse con los Ingleses, conservaría fácilmente en su favor estos dos grandes Reinos , y que asistido de sus fuerzas, se haría respetable al Emperador Graciano. Para ejecutar este designio, recogió en Inglaterra, y juntó todas las doncellas de calidad que allí había, para que conducidas a la Bretaña, y dándolas a los Capitanes Franceses para esposas suyas, consiguiese él sus favores por esta alianza.

La política que usó en esto era muy fina; y si los vientos no hubieran impedido su ejecución, se hubiera podido lisonjear de hacerse señor de la Inglaterra y de la Francia con esta astucia, pues se hubiera asegurado el afecto de los Padres, por medio de las hijas que él les había quitado, y el amor de los maridos por las mujeres que les había dado.

Aunque el Cielo que no aprueba jamás la violencia, aún cuando ésta se ordenase al matrimonio, no aprobó los designios del tirano; no obstante, no dejó de servirse de ella para formar la más ilustre compañía que jamás se ha visto en la Iglesia, y para juntar once mil Vírgenes, honor de su siglo, y admiración de los otros venideros. Porque este gran Orden tiene tres o cuatro ventajas que hacen su diferencia y su gloria, y que son puros efectos de la providencia divina.

La primera es, que este cuerpo místico tiene juntas todas las partes de que se compone, y que contra las leyes comunes y ordinarias, tan presto se vió perfeccionado como compuesto: pues ninguno ignora que hay esta diferencia entre los cuerpos naturales, y los cuerpos místicos, que los primeros tienen todas sus partes a un tiempo, y la naturaleza, que los forma, a un mismo tiempo trabaja en todos sus miembros. Esta sabia Madre forma la lengua al mismo tiempo quE el corazón, extiende los brazos al mismo tiempo que dá su longitud a las piernas, y abre los ojos al mismo tiempo que los oídos. Pero el arte, que no tiene ni el poder ni la industria de la naturaleza, trabaja sucesivamente en sus obras: ahora, forma la cabeza de una estatua, después dibuja uno de sus ojos, luego acaba una de sus manos, y dándola todas sus partes y perfecciones unas, después de otras, hace sucesivamente y con el tiempo la imagen de un Santo, o la de un Rey.

Pues como la política es un arte, no forma los Estados ni los Reinos enteramente de un golpe, ni les da de una vez todas las partes de que deben componerse, y de que han de constar. La República Romana no fue grande desde su nacimiento. No tenia Cónsules, cuando tenía Tarquinos; perdió los Escipiones y Camilos, cuando adquirió los Césares y Pompeyos; y no habiendo tenido nunca juntos a todos estos grandes hombres, se le puede decir que nunca se vió a sí misma toda entera. La Iglesia universal, que es el más grande y más noble de todos los cuerpos místicos, y reconoce al Hijo de Dios por su cabeza; y al Espíritu Santo por su alma, jamás ha tenido juntas todas las partes de que se compone, y nunca las tendrá sino, en el Cielo. Loa Apóstoles no vivían ya en el tiempo de los Anacoretas; los Mártires no convivieron con los Doctores y esta Madre no viendo nunca juntos a todos sus hijos, ha llorado la muerte, de Ios Lorenzos y Ciprianos, cuando se regocijaba con el nacimiento de los Agustinos y de los Ambrosios. De suerte que este gran cuerpo, que está extendido por todo el Universo, nunca ha estado con toda su perfección; y siguiendo las leyes del tiempo a que está sujeto, no puede aumentarse sino por su disminución ni, puede engrandecerse si no por su pérdida.

Pero la compañía de Santa Úrsula se puede gloriar de ser un cuerpo que tiene juntas todas las partes de que consta, y de que al mismo tiempo se halla con once mil Vírgenes que la componen y forman; la sucesión, no tiene parte en esta obra; como no la forma el tiempo, no la destruye la muerte, y hallando juntas por la providencia todas estas doncellas, no se separarán con el martirio las unas de las otras, pues padeciéndole a un tiempo todas ellas, irán a hacer en, el Cielo la misma compañía que formaban en la  tierra.

Como tuvo desde su nacimiento toda su grandeza, así también tuvo toda su perfección: porque la misma providencia que juntó todas estás Vírgenes, las separó de sus padres y madres, las apartó de su patria, las inspiró el menosprecio de los bienes perecederos, y preparándolas insensiblemente al martirio, las hizo Profesas en la virtud, antes de haberlas hecho Novicias. EI mal y el bien no se aprenden en un instante; y si es verdad, que el hombre no se hace malo de repente: Nemo repente fit malus; mas verdadero es, que se necesita tiempo para hacerse virtuoso. El  estudio de la virtud es más largo que el de la ciencia; no bastan muchos años para adquirirla, y se puede decir de la adquisición de la virtud con mucha oportunidad,  que el arte es muy largo,  o que la vida es muy corta: Ars longa, vlta brevis. Pero cuando el Espíritu Santo es nuestro Maestro, nos enseña en un instante lo que no pueden los hombres enseñarnos en un siglo. Por eso Santa Úrsula y sus compañeras, a quienes había enseñado e instruido en su escuela el Espíritu Santo, fueron perfectas luego que estuvieron unidas, y se hallaron aseguradas de su salvación, luego que ellas  formaron su compañía: en lo cual, consiste su tercera ventaja, y su principal diferencia. 

Por mas favores y gracias que los más ilustres cuerpos de la Iglesia hayan recibido de Jesucristo, no hay uno siquiera  que pueda responder de la salvación de todos sus hijos. La Iglesia misma, aunque esposa del Hijo de Dios, lleva en su seno los réprobos con los predestinados,  y se ve precisada a llorar la muerte de muchos a  quienes el Espíritu Santo había dado la vida en el Sacramento del Bautismo. El Colegio de los Apóstoles, que debía ser el plantel de la Iglesia, no se pudo librar de esta desgracia, pues aunque solamente se componía de doce hombres, no dejó de contar un apóstata en tan pequeña número, y de atemorizarse de la perdición de aquel a quien el mismo Jesucristo había escogido para que trabajase en la salud del Universo. Pero esta ilustre compañía de Santa Úrsula solamente se compone de predestinadas; no admite en su seno sino escogidas;  no recibe sino las Vírgenes que están escritas en el libro de la vida, y se gloría de que conduce al cielo todas las que había tomado acá en la tierra: las réprobas no entraron jamás en esta compañía, y está muy asegurada de que su alegría no se ha de perturbar por la pérdida de alguna de sus hijas.

Finalmente, lo que eleva la gloria de este Orden sobre todas las las demás, es que no se compone sino de Vírgenes y Mártires, y que subieron al Cielo por los dos caminos más honrosos que se hallan en la Iglesia. Como en el Reino de Jesucristo hay muchas mansiones que son diferentes en resplandor y luz: In domo Patris mei mansiones multae sunt; hay también muchos caminos para llegar a ellas: los unos van allá por la soledad que los oculta de los ojos del mundo, y los libra de sus lazos y celadas; otros van por la humildad que es el camino menos brillante, pero el más seguro: aquellos van por la mortificación que es el camino más dificultoso y el más cristiano; estos van por la pureza y el martirio,  que son las dos sendas más nobles y santas. Pues todas las compañeras de Santa Úrsula subieron al Cielo por esta senda: Todas ellas son Vírgenes 'y Mártires, y todo este gran cuerpo no se compone sino de doncellas, que se consagraron por la castidad y se sacrificaron por el martirio. Debemos, pues confesar que la providencia divina es muy admirable, pues tan provechosamente se valió de los intereses de Máximo, hacienda una colonia para el Cielo, de la que éI pensaba hacer en la Bretaña, y de una compañía que él levantó para poblar la Francia, compuso la providencia un orden que será una de las más ilustres partes de la Iglesia, sirviéndose de la tormenta para llevarlas a la ciudad, donde las tenía preparadas sus coronas: que es el segundo punto de este discurso.
 
PUNTO SEGUNDO          

Aunque el hombre haya caído de su grandeza, no deja de conservar su imperio sobre el mundo, ni deja de mostrar que aún la calidad de pecador no le ha hecho perder la de Monarca. El manda en los Cielos, y con el auxilio de la Astrología se sirve del movimiento de sus esferas, de las influencias de los Astros, y de la luz del  sol: Hace todo lo que quiere en la tierra; y esta parte del mundo es tan suya, que la cultiva con su trabajo, la divide con su avaricia, y la hace gemir con el peso de sus edificios para contentar su vanidad. Aunque el aire esté separado de la tierra, no deja de ejercer en él su tiranía, pues en él hace guerra a los pájaros, sin que sus alas puedan defenderlos ni de sus tiros, ni de sus flechas. El mismo fuego con ser activo, no puede evitar su poder; antes sirve a la ira del hombre en los cañones, y se le precisa a llevar la muerte con las balas a las plazas que somete. La mar con sus borrascas no se puede exceptuar de la dominación de este Soberano, que después de haber perdido sus derechos, disputa todavía su autoridad en el mundo: Así carga de bajeles este elemento,  usa de él para sus conquistas; y valiéndose de él en la paz y en la guerra, le hace servir a su ambición tanto como a su avaricia; aunque por más artificios y violencias que emplee para domarle, ve muchas veces castigada su temeridad con el naufragio. Porque no puede amansar este elemento cuando está impetuoso, ni apaciguar los vientos que le impelen; después de haberse valido de su destreza e industria para vencer las tempestades se ve obligado a recurrir a las oraciones y a los votos para calmarlas.

Pues como este elemento es el más rebelde al hombre, es el más obediente a Dios, y parece que una sumisión ciega quiere agradecerle el favor de haberle eximido de la violencia de este tirano. Porque en su mayor furor respeta los límites que le ha prefijado su Soberano: Trueca sus olas en espuma, cuando se acerca a la arena que le sirve de freno, y se retira luego que la toca, como receloso de que se le sospeche rebelde, o  se le acuse de infidelidad. En las mayores tormentas se acuerda de la ley que se le ha impuesto, quiebra sus olas, se aparta de la orilla, se retira a su propio seno, y va a descargar su furia contra sí mismo: Usque buc venies, e ibi confringes tumentes fIuctus tuos. (Job 38)

Muda el mar sus cualidades según las diversas órdenes que recibe de Dios: ya se divide para dejar libre el paso a sus siervos; ya se vuelve a juntar para sumergir a sus enemigos; unas veces se consolida para sostener, y llevar sobre sí a los inocentes; otras sale de sus márgenes para ir a buscar los pecadores. Pero la obediencia de la mar nunca mejor se deja conocer, que en la tempestad y en la bonanza que las hace con arreglo a la voluntad del Creador. Levanta el mar montañas de sus olas, cuando es menester impedir la fuga de aquel Profeta que no quería predicar en Nínive la penitencia; y calma su furor cuando Jesucristo le amenaza significándole su enojo por el tono de su voz, y como reprendiéndole que no haya tenido respeto a su misterioso sueño; pues cuando le despertaron sus discípulos, dice la Santa Escritura, que reprendió, y que riñó su majestad al mar y a la tempestad, y que al mismo tiempo se apaciguaron sus olas: At ille surgens, increpavit ventum e tempestatem aquae, e cessavit , e facta est tranquilitas. “..se levantó y amenazó al viento y a las olas encrespadas; se tranquilizaron y todo quedó en calma”. San Lucas 8,24.  

Pero si alguna, vez ha dado este elemento claras pruebas de su sumisión, es preciso confesar que fue en el viaje de Santa Úrsula. Cuando esta Santa partió de Inglaterra, parecía que el océano se gloriaba de llevar sobre sí tantas princesas, y que los Zefiros llenasen las velas de sus bajeles, para hacerlas llegar con brevedad a la Bretaña: el espacio era pequeño, el mar apacible, el viento favorable; y toda esta compañía que estaba viendo ya las costas de la Francia, se preparaba ya para el desembarco. Pero como el designio de la providencia divina era muy diferente del de la humana, se levantó una tempestad que apartó de la ribera todos los bajeles, y sin separarlos los llevó entre el orgullo de las olas amotinadas, a la embocadura del Rhin. El temor que las tenía espantadas, las obligó a suplicar con instancias a los marineros que entrasen en aquel gran rio, y buscasen un puerto en que asegurar sus vidas, y que librándolas de la tempestad las defendiese del naufragio. Vuestros deseos serán oídos, felicísimas Vírgenes: y él cielo que siempre concede a sus siervos más de Io que piden, no solamente os hará hallar un asilo donde no temáis la muerte, sino también un teatro en que después de haber peleado, seréis gloriosamente coronadas.

 Algunas tropas del Emperador tenían en Colonia su cuartel invierno, y a la costumbre de los soldados que nada tienen que hacer en tiempo de paz, se paseaban sobre orilla del Rhin. Descubrieron los soldados estos bajeles, y notaron por sus banderas que pertenecían al tirano Máximo. Al mismo tiempo se prepararon al combate, y tomando las armas resolvieron acometer a e estos bajeles enemigos. Pero quedaron llenos admiración, cuando en lugar de hombres descubrieron doncellas, y pensando hallar esclavos, hallaron Damas que les robaron la libertad. Pero antes de considerar la pasión de estos soldados admiremos la conducta de la providencia divina, que se sirvió de la tempestad para llevar estas vírgenes al puerto, las alejó de su patria para hacerlas mártires, las apartó de la Bretaña donde habían de casarse, y las llevó a Colonia donde conservaron su virginidad. ¿No es éste un suceso en que es preciso confesar, que las olas ejecutan los designios de Dios, que los vientos están a su sueldo, que sus alborotos respetan sus órdenes, y que si se hacen sordos a nuestras súplicas, están muy obedientes a la divina voluntad? ¿Quién jamás hubiera creído que la tempestad hubiese sido tan favorable a Santa Úrsula y a sus compañeras, que hubiese llevado sus bajeles  las apartase, de sus maridos, y las hubiese acercado sus verdugos, para procurarlas la corona de mártires con la de vírgenes?.

No pudiera yo dejar de admirar aquí con San Ambrosio las utilidades que recibimos, del mar, a quien llama este gran Santo hablando de esto, hospedaje de todos los ríos  y fuente de todas las lluvias: Hospitium fluminum, e fonsimbrium. Efectivamente, el mar nos trae nuestras mercancías y nuestros víveres, une las nacionés más separadas y remotas, y  nos aparta y defiende de nuestros enemigos: Invrctio commeatuum, quo sibi distantes populi copulantur, quo barbaricus furor clauditor. (Libto 5, Hexameron, cap. 5).  El finalmente abrevia nuestros viajes, nos socorre en nuestras necesidades, y nos preserva de la hambre: Itineris compendium, subsidium vectigallium, sterilitatis alimenntum. Pero siento que habiendo  hablado de las ventajas que sacamos del mar, no haya dicho cosa alguna de la utilidad que sacamos de sus tempestades y de sus naufragios. Porque los vientos obedecen a la providencia divina, y como ésta se sirve de ellos para destruir a sus enemigos, también se vale de ellos para  salvar  a sus siervos.

Y si esto mismo fué prueba de que Jesucristo era Dios, como dice el mismo San Ambrosio, cuando los vientos se apaciguaron, y la tranquilidad se siguió a la tormenta, y los elementos insensibles oyeron su palabra: Quod turbatum sedatur mare, e divinae vocis imperio obsequuntur elementa; atque insensibilin sensun accipiunt obsequendi, divinae mysterium gratiae revelatur. (San Lucas, 5).

A vista de esto, ¿no es preciso confesar que Jesucristo parece todavía más absoluto cuando hace que la tempestad sirva para ejecutar sus voluntades, y que aún los mismos naufragios sirvan  para asegurar la salud de sus siervos?.

Esto es lo que hizo en la persona de Santa Úrsula y sus compañeras, que deben todo su reposo al furor del mar, y confiesan en el cielo, que la tormenta que las apartó de Bretaña, y las condujo a Colonia fue la causa de su felicidad. Porque sería un impío el que imaginara que esta tempestad había sido un accidente casual; y que la fortuna, que ningún poder tiene en el imperio de la Providencia, era la que había causado la felicidad de estas vírgenes: In regno Providentiae nibil licet temeritati. Dios fue el que levantó o permitió esta tormenta para la santificación de Úrsula. Dios fue el que dio orden a los vientos para que llevara aquellos bajeles a la embocadura del Rhin; y el que mandó a la tempestad llevar estas doncellas a un país, donde haciéndolas perder los deseos de casarse, la desvergüenza de los soldados  las había de inducir a tomar la resolución de conservar y defender su virginal pureza. Este es el tercer punto de este discurso.

PUNTO TERCERO      

Como ninguna cosa hay en la Iglesia, que sea más brillante que la virginidad, así no hay virtud que con mayor cuidado aconseje el Hijo de Dios, ni que el demonio disuada con mayor astucia. Esta virtud es tan noble y elevada, que más tiene del Cielo que de la tierra, y más pertenece a los ángeles que a los hombres. Es un principio o una mediación de la otra vida, dice San Cipriano: Nibil aliud quam futurae vitae gloriosa meditatio. (Cipriano: de Bono Pudicit): es una infancia que dura siempre, sobre la cual no ejercen su tiranía los años:  Perseverantia infantiae: es el triunfo de los deleites, porque el haberlos vencido a todos, es el deleite mayor: VoIuptatum triumpbus, voluptatem enim vicisse, maxima voluptas est. En las otras victorias nosotros somos más fuertes que nuestros enemigos, pero en la de la pureza somos más fuertes que nosotros mismos, y podemos jactarnos de que nada nos falta que vencer, cuando nos hemos vencido a nosotros mimos, despues que habemos sobrepujado a los otros: Qui bostem vicit, fortior fuit, sed altero; qui libldinem repressit, se ipso fortio est. De ahí proviene, que Jesucristo inspira el amor a esta virtud a todas las personas que se le acercan más, y así quiso que su precursor, su amado Evangelista, su Santísima Madre, y sus esposas sean vírgenes. Parece que reserva todas las grandezas de su estado para premio de la virginidad, y que como esta virtud es tan difícil, la hace gloriosa para convidar a ella a todo el mundo.

El demonio por el contrario, se vale de todos sus artificios para alejar de esa virtud a todos los hombres: y como sabe, que ella ha de poblar el Cielo, y llenar las sillas que sus cómplices en la rebeldía ocupaban, hace cuanto puede para que temamos a esa virtud, o la menospreciemos: Unas veces nos persuade, que esa virtud toca solamente a las jóvenes solteras, y que el querer conservar la pureza es emprender una cosa superior a nuestra capacidad; otra, que costándonos mucho trabajo nos produce poco honor, y que estando continuamente empeñada en el combate, nunca está segura de la victoria; y otras veces finalmente nos persuade, que esta virtud solamente es buena para sí misma, pero inútil a los estados, que despuebla la tierra, y que no siendo recomendable sino por la dificultad que cuesta, saca toda su estimación del trabajo que la acompaña. Añade también artificio a sus persuasiones, y se vale de mil tentaciones para combatir el designio de las Vírgenes que se quieren consagrar a Jesucristo: hace que su carne se rebele contra la razón, y por una guerra intestina y doméstica procura hacer que la esclava triunfe de su Soberana: se vale de los deleites para alagar sus sentidos, y sorprendiendo a estos crédulos mensajeros, tira a engañar al alma con las infieles relaciones que ellos la hacen: se sirve de las promesas y de las amenazas de los impúdicos para corromperlas, o para espantarlas; y mezclando dos pasiones a un tiempo, derriba por el temor a las que no ha podido corromper por la esperanza. Esta fue la estratagema de que se valió para con Santa Úrsula y sus compañeras; porque apenas abordaron a las orillas de aquel gran rio, cuando los soldados prendados de su hermosura se enamoraron de ellas: estos hombres que se dividen entre el amor y el furor, y que adoran sucesivamente a Venus y a Belona, se declararon esclavos de estas doncellas, y para ganarlas usaron de todos los artificios que esta pasión aconseja, y sugiere a los miserables que están poseídos de ella: ofrecieron su libertad en obsequio de estas nuevas señoras persuadiéndose, que como desde luego ellos se habían dejado encantar de sus miradas, ellas se dejarían vencer de sus rendimientos. Los jefes dieron ejemplo a los soldados para esto mismo, pues postrándose a los pies de tan bellas extranjeras, les enseñaron que por la veneración y respeto era por donde debían introducirse a su amistad y gracia: y finalmente, cuando supieron que venían destinadas para esposas de los soldados de Máximo, no se olvidaron de decirlas que ellos eran vasallos del Emperador, y que su buena fortuna no había querido,  que tan apreciables doncellas fuesen mujeres de los soldados de un tirano usurpador.

Al ver, señores, la resistencia de nuestras Amazonas  a las pretensiones de las tropas de aquellos soldados enamorados de ellas, se me viene a la memoria el suceso de aquellas mujeres perdidas, que por consejo de Balaam, acometieron en otro tiempo a los israelitas y se sirvieron de sus prendas naturales para corromperlos. Es verdad que el suceso es extremadamente diferente; porque aquellas sedujeron a todos los soldados de la armada, y les hicieron perder la fe, haciéndoles perder la castidad; pero aquí todo fue muy al contrario, porque los soldados nada pudieron conseguir de nuestras amazonas; todos sus rendimientos fueron inútiles, y sus ruegos mezclados con sus lágrimas, nada pudieron alcanzar de estas generosas doncellas. Ellos no las hablaban de otra cosa que del matrimonio, y bajo de tan hermoso pretexto creían que su solicitud era legítima: pensaban que quedaban victoriosos de Máximo, con quitarle todas aquellas bellezas y que era contribuir a la felicidad de ellas mismas, el quitárselas a los soldados de aquel Tirano. Pero, ¡Oh prodigio maravilloso! En lugar de hacer impresión estas razones en el corazón de Santa Úrsula y de sus Compañeras, las infundieron horror al matrimonio: y asistidas de la gracia en esta necesidad , las inspiró un grande amor a la pureza, y las hizo formar el propósito de exponer su vida en defensa de la virginidad. Úrsula  en esta ocasión dijo a sus compañeras tantas cosas acerca de lo ventajosa que es esta virtud, que todas ellas se resolvieron a guardarla toda su vida, renunciando a los soldados de Máximo, y a los de Valentiniano, protestaron no admitir jamás otro Esposo que Jesucristo. Así el demonio fue vencido con sus propias armas; perdió la victoria que esperaba conseguir, y bien lejos de enredar a aquellas doncellas  en la impureza bajo el hermoso título del matrimonio, las vio resueltas a consagrar su virginidad al Hijo de Dios. En este instante la grande Úrsula se hizo Esposa de Jesucristo; y quedando virgen, comenzó a ser madre de todas aquellas hijas,  que se habían aprovechado de sus razones y de sus ejemplos.

No es ya estéril la virginidad desde que pasó por la persona de María: tiene todo el honor de su fecundidad, como el de su santidad, y todas las Vírgenes son madres en el mismo instante que se hacen esposas de Jesucristo. Porque además de que ellas inspiran la pureza  a las que tratan y comunican, y vienen a ser madres de las que las imitan; conciben a Jesucristo en su corazón; y por un milagro de la gracia, que la naturaleza no puede comprender, se hacen madres é hijas de su Esposo. Ellas sacan esta ventaja de la Iglesia, que al mismo tiempo es Esposa, Madre, y Virgen: Esposa, porque está unida a Jesucristo: Madre, porque se ha hecho fecunda por su Espíritu: Virgen, porque es incorruptible en su fé, que es lo que hace su virginidad. Ecclesia, dice San Fulgencio, una, vera, et católica, sponsa est, quia inhaeret Christo: Virgo est, quia incorrupta perseverat in Cristo: Mater est, quia faecundatur a Christo. La virginidad de esta Esposa, dura siempre, y no se destruye por su fecudidad, como tampoco su fecundidad es impedida por su virginidad. Y la integridad de esta Madre es tan grande, que si no fuera siempre Virgen, no pudiera ser Madre: Hujus. sponsae nec faecunditate virginitas corrumpitur, nec virginitate fecunditas impeditur: et tanta in bac Matre virginitatis perseverat integritas, ut nisi virgo semper esset, mater esse non posset.

Nunca se descubri6 esta verdad más claramente que en la persona de Santa Úrsula, que fue Esposa de Jesucristo en el mismo instante que resolvió perseverar Virgen por el voto que hizo públicamente de esta virtud, y fue también madre de todas aquellas doncellas, que aprovechándose de su consejo y ejemplo, consagraron su virginidad al Hijo de Dios. Aquí es donde es preciso confesar, que la pureza es más fecunda que la fecundidad misma; y que felizmente la ha abandonado la esterilidad, que otras veces solía ser su verguenza y distinción. Aquí es preciso exclamar en favor de Santa Úrsula que se hizo madre de once mil hijas, luego que ofreció a su esposo su virginidad ¡O quam pulchra est casta generatio cum claritate! Porque a la verdad, ¿qué pureza mayor que la de esta Santa que renuncia el matrimonio, siendo tan pretendida de los mismos Generales, y que se consagra a Jesucristo entre los deseos y suspiros de aqueIlos ilustres amantes? ¿Qué fecundidad mayor que la suya, pues en un momento se ve madre de un ejército de Vírgenes que, concibiéndolas con su palabra, se puede lisonjear de ser una perfecta imagen de María, que concibió a su hijo en su castísimo seno, cuando su boca pronunció, y dijo al Angel aquellas palabras: Ecca ancilla Dominati. Fiat mibi secundum verbum tuum?.

Pero no admiremos tanto la pureza y fecundidad de Santa Úrsula, que dejemos de admirar al mismo tiempo el medio de que se valió la providencia para hacerla tan pura y tan fecunda. Porque atendiendo solamente a las apariencias, diremos que para producir esta maravilla, se valió la providencia de unos militares enamorados, y que se sirvió de sus instancias y solicitaciones para inspirar la aversión al matrimonio y el deseo de la pureza en Santa Úrsula y sus compañeras; mas por un prodigio tan admirable como imperceptible, las hizo entender sus designios por las mismas bocas que las manifestaban sus pasiones, y que ponían todos sus esfuerzos en hacerlas caer en la impureza bajo el pretexto del matrimonio.

El grande San Ambrosio se admiró de que Dios se sirviese de los demonios pata ejecutar sus designios, y que se valiese de aquellas criaturas rebeldes para conservar sus fieles servidores. Notó San Ambrosio con admiración, que Dios entregase a su siervo Job a aquellos rebeldes espíritus para que le guardasen, y que pusiese a su cuidado aquel gran hombre que tantas veces se había burlado de la inutilidad de sus esfuerzos: Quanta vis Christi, ut custodia hominis Imperetur etiam ipsi diabolo qui semper vult nocere! (Lib. De Paenit. Cap. 13)

 ¡Qué grande es el poder de Jesucristo que encarga a los demonios la persona de Job, y encomienda a este hombre inocente a aquellos Angeles pecadores! Imperante Christo, diabulus fit suae praedae custos: Y por su precepto aquellos malignos espíritus vienen a ser guardas de la presa que ellos hubieran querido devorar. Pues la maravilla que sucedió en la persona de Úrsula y de sus compañeras no es menos considerable, porque Dios se sirvió de unos soldados impúdicos para inspirar el amor de la virginidad a unas doncellas que ellos querían, corromper, y por otro prodigio mayor que éste, se sirvió de su furor para conservar su pureza haciéndolas perder por ella su vida, que es el cuarto punto de este discurso,

PUNTO CUARTO                

Como la providencia de Dios no es diferente de su Santidad, se mezcla· en todas las cosas del mundo sin contraer su impureza, y tan santa queda cuando trata con los demonios, como cuando trata con los Angeles: Tiene la providencia parte en sus acciones, pero no en sus maldades: hace juntamente con ellos todo lo que ellos hacen pero ella hace con una bondad suma lo que ellos hacen con espantosa malicia. Por lo cual podemos decir de todas las cosas  lo que el gran Padre San Agustín dijo de la muerte del Hijo de Dios. Esta acción tuvo tres causas bien diferentes, que concurrieron juntas a producir el mismo efecto. Judas entregó a Jesucristo en manos de los judíos, por una avaricia que da horror aún a los más perversos: el Padre entregó a su Hijo por una misericordia que causa admiración a todos los hombres: el Hijo se entregó a sí mismo por una obediencia que da espanto a los Angeles; pero como los motivos de una misma acción son muy diferentes, tienen también consecuencias extremamente distantes: porque ludas que entrega a  su Maestro es condenado; el Padre Eterno que entrega a su Hijo es glorificado; y el Hijo que se ofrece a si mismo, es admirado de todo el mundo: Tradidit Judas Christum, et damnatur; tradidit Pater, et glorificatur; tradidit se ipsu Filius, et laudatur. Malus diabolus, añade San Agustín, malus Judas, usus est Dominus ambobus bene (Serm. 114, de diversis) El demonio, que inspiró a Judas este designio, es malo; Judas que le ejecuta, es un perverso; pero Dios que usa bien de la malicia de entrambos, es infinitamente bueno.

Digamos lo mismo, señoras mías, de la providencia divina, de la constancia de Santa Úrsula, y del furor de los soldados de Valentiniano. Todas tres cosas contribuyeron a un tiempo a la muerte de nuestras ilustres Mártires: la providencia la permitió, Úrsula y sus compañeras la padecieron, y los soldados se la dieron; y se vitupera la rabia de aquellos soldados, se admira la constancia de aquellas Vírgenes, y se adora la providencia de Dios, que por caminos tan diferentes ejecuta sus designios y cumple su voluntad. Y a la verdad, ¿qué cosa más admirable que ver como aquellos soldados en un instante truecan su amor en furor; de enamorados se transforman en verdugos, y no pudiendo corromper la castidad de aquellas jóvenes, maquinan contra su vida y las hacen Mártires?. ¿Qué cosa hay más extraña que ver a aquellas doncellas, que, no pensaban antes sino en sus bodas y que iban a buscar a sus esposos, y que intentaban hallar en el matrimonio el establecimiento de su fortuna, mudar  enteramente de pensamiento, consagrando su pureza al Hijo de Dios; y haciéndose sus Mártires al mismo tiempo que se hicieron sus esposas?

¿Pero qué cosa hay más admirable que ver cómo la providencia gobierna todas estas cosas por unos medios tan contrarios que se vale de los intereses de Máximo para juntar todas estas  jóvenes que obliga' la tempestad a llevarlas a la embocadura del Rhin; que la tormenta arrebata los bajeles, y no los separa; que los soldados se hallan en las orillas del río, y al instante se enamoran de aquellas extranjeras; que su amor impúdico enciende en el alma de aquellas jóvenes el amor a la pureza; y que finalmente, la crueldad de aquellos verdugos les da a todas aquellas Vírgenes la corona del martirio? Ciertamente es menester confesar que la providencia de nuestro Dios es admirable en sus determinaciones, sabia en su conducta, poderosa en su ejecución, y que con mucha razón dice de ella la Escritura: Attingit ergo a fine usque, ad finem fortiter, et disponit omnia suaviter. (Sab 8,1) Que sabe mezclar la dulzura con la fortaleza para ejecutar lo que emprende, y sin forzar la libertad de los hombres, sin mancharse con la malicia de los pecadores, sin disminuir el mérito de los justos, cumple infaliblemente la providencia todo lo que tiene proyectado con infinita sabiduría.

Después de haber admirado la causa, admiremos sus efectos, y bajando nuestros ojos desde el Cielo a la tierra, consideremos lo que sucede a las orillas de aquel rio, que se  vuelve rojo por la mucha sangre que se mezcla con sus ondas. Todos los Mártires que hay en la Iglesia deben su mérito a sus trabajos,  y si no hubieran peleado en la tierra, no hubieran sido coronados en el Cielo. Esta máxima es tan verdadera que en sentencia de San Cipriano, el combate más difícil y más dilatado es siempre el más glorioso: Martyrium nibil baberet admirabile sine dolore, quem superasse dignum est corona. (Cipriano) El martirio nada tendría de maravilloso sin el dolor; toda su gloria consiste en sobrepujarle y no pretende la corona sino después de haber conseguido esta victoria. Siendo esto cierto, y siéndolo también que los que han padecido el martirio juzgan que cuanto es más sensible y doloroso, tanto es más honroso; es preciso confesar que ninguno hay que no deba ceder a este de Santa Úrsula y sus compañeras; pues aunque ellas no hayan padecido más que el corte de las espadas de sus verdugos, y la punta de sus flechas, se hallan en su combate tales circunstancias que le hacen extremadamente espantoso.

En primer lugar, estas temerosas doncellas veían una armada entera que las amenazaba con la muerte: temían la licencia de los soldados, y conocen en ellos mucho mas amor que furor: tiemblan entre las amenazas de la muerte, y del ultraje que las sería más insoportable que la muerte misma; y se ven obligadas a irritar a sus mismos verdugos, a trocarles el amor en aborrecimiento y hacerlos más crueles para que fuesen menos insolentes. Cuando hubieran puesto en ejecución este designio, sucedió el temor a su seguridad, y no temiendo ya los peligros de su honor, comenzaron a temer los de su vida. Tiemblan de ver tantos verdugos prevenidos, tantas espadas que resplandecen en sus manos, tantas flechas que vuelan por el aire, y tantos suplicios que se presentan a sus ojos. No saben de qué golpe han de ser heridas; ignoran si han de recibir una o muchas heridas, y de tantas muertes como se les vienen a a la imaginación, no saben cuál será la que acabe con su vida; y el más justo temor que las atormenta es el de sobrevivir a sus compañeras, y su más vivo y más violento deseo es el de adelantarse a las demás en la gloria.

Tan presto una veía su brazo traspasado de una flecha, se afligía de que la herida no fuese tan grande como era necesario para derramar toda su sangre: tan presto otra daba gracias a su esposo de que la saeta que le había penetrado el corazón, la quitaba la vida, y no la había quitado su amor: aquella abriendo la boca para implorar la asistencia de Jesucristo, recibe en ella la flecha que cumple sus deseos, y la libra de sus temores: esta quejándose de que, habiendo sido herida con el mismo tiro que su compañera, no haya muerto con ella, y tenga necesidad de un segundo golpe para seguirla al Cielo: una se espanta de que estando llena de heridas penetrantes, no acabe de salir su alma por tantas bocas como tiene abiertas, y de que la tenga tan pegada al cuerpo, que no vaya más prontamente a buscar a su esposo: otra se aflige, porque las flechas insensibles a sus ruegos la perdonan, y porque la dejan viva en medio de tantas muertes: aquella, siguiendo el movimiento de su amor, se pone a ser el blanco de los soldados; los incita a que se venguen en ella, y los exhorta a que la traspasen el corazón con sus flechas, ya que no le han podido herir con sus suspiros; ésta, habiendo recibido una herida de muerte ,recibe su propia sangre en la mano, y se la ofrece a Jesucristo por ultima certeza de su amor.

¿Pero cómo es posible, amadas Señoras mías, como es posible que yo os repita las palabras, os cuente las heridas, ni os represente ,las muertes de once mil Vírgenes; sino que todo esto os lo haga ver en la persona de Santa Úrsula, en quien todas estas heridas, todas estas muertes admirable y cruelmente se vieron reunidas? Porque esta noble amazona desde un lugar eminente contemplaba el martirio de sus compañeras: desde, allí mezclaba sus lágrimas con su sangre: padecía sus dolores: era herida con todas sus flechas: sufría tantos golpes como sus compañeras recibían: murió mil veces en sus cuerpos antes que muriese en el suyo: y ofreció a Dios tantos sacrificios como víctimas veía caer muertas a sus pies. No obstante, la gravedad del dolor no la impidió el uso de las palabras; antes animaba a sus compañeras, las representaba que el Cielo estaba abierto para recibirlas, que su Esposo las aguardaba, y que por medio de una muerte tan breve, irían a poseer una vida eterna. Finalmente, después de haber hecho el oficio de General, haber hecho sacrificio de sus entrañas, haber sacrificado todas aquellas hijas, excediendo millares de veces la constancia de Abraham; una flecha favorable a sus deseos acabó su vida y su martirio,  y la facilitó tantas coronas como había padecido de tormentos y penas.

No quedara satisfecho, señoras, si no me valiera aquí de las palabras más elocuentes para acabar el Panegírico de esta Virgen, diciendo de Santa Úrsula lo que San Gregorio el Grande dijo en otra ocasión de Santa Felicitas. Dice el Santo que esta gloriosa Madre fue más que Mártir, porque vio a sus siete hijos morir en su presencia: Non ergo banc faeminam martyrem, sed plusquam martyrem dixerim, quae septem filios ante se mortuos praemisit: (Homil 3. In Matth.) ¿Pues qué será de Santa Úrsula que vio morir en su presencia once mil de sus hijas? Dice el Santo que aquella Madre Felicitas estaba temerosa de la constancia de sus hijos mientras estaban vivos, y se regocijó cuando ya estaban muertos: Timuit viventibus, gavisa est morientibus. ¿No es esto mismo lo que sucedía a la valerosa Úrsula, que recelaba y  temía que dejando a sus hijas en la tierra, no las había de tener compañeras en el Cielo? Felícitas padecía todas las heridas que recibieron sus hijos, y su amor la hizo sufrir todos los tormentos que los verdugos los hicieron padecer: Ipsa eorum vulnera accepit. ¿Pues la caridad de Úrsula con una ingeniosa crueldad no halló también el medio de hacerla padecer todas las penas de sus hijas? En fin, aquella Madre, dice San Gregorio, excedió a todos nuestros Mártires, porque murió en la persona de todos sus- hijos; y no bastando a su amor una muerte, quiso padecer siete para satisfacerle: Vicit ergo Felicitas martyres, quae tot ante se morientibus filis pro Christo frecuenter occubuit: quia ad illius amorem sola sua mors ei minime suffecit : Pues Úrsula, excedió tanto a Felicitas, cuanto ésta había excedido a los otros Mártires: porque murió 11 mil  veces en la persona de sus hijas: derramó su sangre por todas sus venas: entregó su alma por todas sus heridas; y padeció tantas muertes ella sola, como habían sufrido todas juntas.

¿Se ha visto jamás valor más generoso, ni se ha hallado nunca más riguroso martirio? ¡Qué vergüenza para los hombres y mujeres que con tanta dificultad toleran las miserias de esta vida! ¡Qué confusión para los padres y madres que son inconsolables en la muerte de sus hijos! ¡Qué justa reprensión para todos aquellos que se dejan corromper por los deleites, o espantar por las penas y dolores! ¡Úrsula menosprecia cetros que se le presentan, y desdeña las pretensiones del Vice-Emperador; y vosotras os dejáis engañar de vanas sumisiones, y de promesas falsas! !Úrsula no se espanta de una armada que ha mudado su amor en odio, y que inventa mil géneros de muertes para hacer bambalear su constancia; y vosotras os dejáis vencer con amenazas frívolas, o con terrores pánicos! !Úrsula venció a la muerte, bajo de la forma más terrible qué se le puede proponer; y vosotras tembláis cuando se os presenta, bajo el nombre de una calentura, o de un cólico que os acomete! En fin, Úrsula adora la providencia, que la sacó de su patria, la apartó  de Bretaña donde la aguardaba un rico partido; y la levó a Colonia, donde no halló sino amantes impúdicos o verdugos despiadados. El amor de aquellos la hizo tomar la resolución de perseverar siempre Virgen, y el furor de estos la hizo formar el designio de morir Mártir. !Y vosotras, culpareis a la providencia, cuando contradice a vuestros deseos o se opone a vuestra pretensiones: queréis hacer a esta divina perfección esclava de vuestros intereses, y aún, obligarla con la más alta insolencia a que sea cómplice de vuestras maldades! Aprended a sujetaros a sus determinaciones: acordaos de que, no obstante que parezcan rigurosas, siempre son bastantemente dulces y suaves, si contribuyen a vuestra salud eterna: y pues Santa Úrsula es alabada porque subió a la gloria por medio del martirio, no os lamentéis de que Dios quiera también llevaros a su Reino por el camino de la Cruz, y de que os aflija en la tierra para coronaros en el Cielo. Amén.

 
 
 
 

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