Lapida

Lapida
Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania

sábado, 22 de septiembre de 2012

Teología del martirio (Según Santo Tomás)

A través de los siglos la Iglesia ha vivido una espiritualidad martirial, y por tanto pascual, participando de la Pasión y Resurrección de Cristo. Y siempre que los cristianos han sido infieles, han huído del martirio, avergonzándose de la Cruz del Salvador. Hoy se hace especialmente urgente recuperar la teología y la espiritualidad del martirio. El siglo XX ha sido un siglo de innumerables mártires y de innumerables apóstatas. No podemos olvidar la palabra siempre viva de Jesús: "El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará".
 
Teología del martirio
 
Capítulo 6 del libro "Martirio de Cristo y de los Cristianos" de José María Iraburu.

Siendo el concepto teológico de martirio una elaboración de la tradición de la Iglesia, nos interesa especialmente la doctrina de Santo Tomás de Aquino, pues en este tema, como en otros, el Doctor Angélico no hace sino sistematizar teológicamente la doctrina de la Biblia y de la Tradición. Por otra parte, la enseñanza tomista sobre el martirio, tal como se expone en la Summa Theologica II-II, cuestión 124, en cinco artículos, ha marcado mucho la enseñanza de los teólogos.
 
 
Página de la Suma Teológica (Edición de 1482)
 
Art. 1: El martirio es un acto de virtud
Propio de la virtud es hacer que la persona permanezca en la verdad y en el bien. Y «es esencial al martirio mantenerse por él firme en la verdad y en la justicia contra los ataques de los perseguidores. Es, pues, evidente que el martirio es un acto virtuoso».
 
Los santos Niños Inocentes, honrados desde antiguo por la Iglesia como mártires, constituyen una excepción, pues no pueden obrar virtuosamente, ya que carecen del uso de razón y de voluntad. Convendrá, pues, pensar en esto que «así como en los niños bautizados los méritos de Cristo obran en ellos por la gracia bautismal para obtener la gloria, así a los niños muertos por Cristo dichos méritos les dan la palma del martirio».
 
Podría objetarse: si es un acto virtuoso, ¿por qué la Iglesia ha prohibido desde antiguo buscar el martirio voluntariamente? Santo Tomás responde que ciertos mandamientos de la Ley divina nos exigen solamente una «disposición del alma» para cumplirlos «en el momento oportuno». Es, pues, virtuoso y necesario estar pronto a sufrir por Cristo persecuciones, si éstas llegan. Pero no es lícito buscar estas persecuciones o provocarlas; por una parte, sería en el mártir una temeridad, y por otra, sería incitar a los perseguidores para que realicen un crimen.
 
Art. 2: El martirio es un acto de la virtud de la fortaleza
Muchas virtudes son ejercitadas por el mártir: la paciencia, la caridad, la fortaleza, etc. Ha de considerarse, sin embargo, que el martirio es un acto elícito de la virtud de la fortaleza, que obra bajo el imperio de la caridad; y que también la paciencia de los mártires es alabada por la tradición cristiana.
 
Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, estima que «la fortaleza se ocupa de vencer el temor más que de moderar la audacia», y que lo primero es más difícil y principal que lo segundo. Por eso enseña que «resistir, esto es, permanecer firme ante el peligro, es un acto más principal [de la fortaleza] que atacar» (II-II, 123,6).
 
En efecto, «por tres razones resistir es más difícil que atacar». El que resiste permanece firme ante quien se supone en principio que es más fuerte. Por otra parte, el peligro está presente en la resistencia, pero es futuro en el ataque. Y en tercer lugar, el ataque puede ser breve o instantáneo, mientras que la resistencia puede exigir una larga tensión de la fortaleza.
 
Pues bien, el mártir ejercita la virtud de la fortaleza resistiendo un mal extremo, la muerte corporal, y «no abandona la fe y la justicia ante los peligros de muerte». Por eso la fortaleza es la virtud, es decir, «el hábito productor» del martirio (124,2).
 
Pero también es cierto que es la caridad, es la fuerza del amor, la que mantiene fiel al mártir. «De ahí que el martirio sea acto de la caridad como virtud imperante, y de la fortaleza como principio del que emana. Pero el mérito del martirio le viene de la caridad» (ib.), pues «si repartiere toda mi hacienda y si entregara mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13,3).
 
Art. 3: El martirio es el acto más perfecto
Si el martirio se considerara solo como un acto de la fortaleza, habría otros posibles actos cristianos más perfectos y meritorios. Pero si se considera como el acto supremo de la caridad es, sin duda, el más perfecto y meritorio acto cristiano. Y el martirio se sufre precisamente por amor «a Cristo», a su Reino, a la Comunión de los Santos. Él mismo Jesús dice a sus discípulos: todas esas persecuciones las sufriréis «por mí» (Mt 5,11), «por causa del Hijo del hombre» (Lc 6,22), «por causa de mi nombre» (Jn 15,21).
 
Así pues, «el martirio es, entre todos los actos virtuosos, el que más demuestra la perfección de la caridad, ya que tanto mayor amor se demuestra hacia alguien cuanto más amado es lo que se desprecia por él y más odioso aquello que por él se elige. Y es evidente que el hombre ama su propia vida sobre todos los bienes de la vida presente y que, por el contrario, experimenta el odio mayor hacia la muerte, sobre todo si es inferida con dolores y tormentos corporales. Según esto, parece evidente que el martirio es, entre los demás actos humanos, el más perfecto en su género, pues es signo de la mayor caridad, ya que “nadie tiene un amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos” [Jn 15,13]» (STh II-II, 124,3).
 
Otras virtudes, unidas a la caridad, alcanzan también en el martirio su absoluta perfección: así, la abnegación, por la que el mártir «se niega a sí mismo», «perdiendo su vida» (Lc 9,23-24); la fe, por la que da «testimonio de la verdad» hasta morir por ella (Jn 18,37), y la obediencia a Dios y a sus mandatos, por la que el mártir se hace «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8).

Art. 4: El martirio es morir por Cristo
Es la propia vida la que el mártir entrega con suprema fortaleza a causa de un supremo amor a Jesucristo. Por eso la tradición de la Iglesia reserva el nombre de mártir a quien «por Cristo» ha sufrido la muerte, en tanto que llama confesor a quien por Él ha sufrido azotes, exilio, prisión, expolios, cárcel, torturas.
 
Nótese, sin embargo, que en la Iglesia primera todavía se da a veces el nombre de mártires a cristianos que han confesado la fe con grandes sufrimientos, pero sin morir por ello (p. ej., Tertuliano, +220, Ad martyres; S. Cipriano, +258, Cta. 10, ad martyres et confessores Jesus-Christi; Ctas. 12, 15, 30). 
 
La muerte es, pues, esencial al martirio. En efecto, solo el mártir es testigo perfecto de la fe cristiana, pues sufre por ella la pérdida de su propia vida. Por eso a aquél que permanece en la vida corporal, por mucho que haya sufrido a causa de su fe en Cristo, no le ha sido dado demostrar del más perfecto modo posible su adhesión a Cristo, así como su menos-precio hacia todos los bienes de la tierra, incluida la propia vida. Por eso, dice Santo Tomás, «para que se dé la noción perfecta de martirio es necesario sufrir la muerte por Cristo».
 
La Virgen María es también aquí una excepción. Ella, al pie de la Cruz, sufre todo cuanto puede sufrir una persona humana. Y aunque no quiso Dios que fuera muerta violentamente, sino elevada en su día gloriosamente a los cielos en cuerpo y alma, es considerada por la piedad cristiana como la Reina de los Mártires. Así San Jerónimo: «yo diré sin temor a equivocarme que la Madre de Dios fue juntamente virgen y mártir, aunque ella no terminó su vida en una muerte violenta» (Epist. 9 ad Paul. et Eustoch.). Y San Bernardo: «el martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón [una espada te traspasará el alma; Lc 2,35] y por la misma historia de la pasión del Señor... Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón?» (Serm. infraoct. Asunción 14).

Art. 5: No solo la fe es la causa propia del martirio
«Mártires –dice Santo Tomás– significa testigos, pues con sus tormentos dan testimonio de la verdad hasta morir por ella; y no de cualquier verdad, sino de “la verdad que es según la piedad” [Tit 1,1], la que nos ha sido dada a conocer por Cristo. Y así se les llama “mártires de Cristo”, porque son Sus testigos. Y tal verdad es la verdad de la fe. Por eso la fe es la causa de todo martirio. «Ahora bien, a la verdad de la fe pertenece no solo la creencia del corazón, sino también su manifestación externa, que se hace tanto con palabras como con hechos, por los que uno muestra su creencia, según aquello de Santiago: “yo por mis obras te mostraré mi fe» [2,18]. Y San Pablo dice de algunos que “alardean de conocer a Dios, pero con sus obras lo niegan” [Tit 1,16].
«Según esto, todas las obras virtuosas, en cuanto referidas a Dios, son manifestaciones de la fe. Y bajo este aspecto pueden ser causa de martirio. Y así, por ejemplo, la Iglesia celebra el martirio de San Juan Bautista, que no sufrió la muerte por defender la fe, sino por haber reprendido un adulterio» (II-II, 124,5).
 
Recordemos, sigue diciendo Santo Tomás, que «“los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias” [Gál 5,24]. Por consiguiente, sufre pasión un cristiano no solo si padece por la confesión verbal de la fe, sino si, por Cristo, padece por hacer un bien y evitar un mal, porque todo ello cae dentro de la confesión de la fe» (5 ad1m). Más aún, «como todo bien humano puede hacerse divino al referirse a Dios, cualquier bien humano puede ser causa de martirio en cuanto es referido a Dios» (5 ad3m).

Perseguidos por odio a Cristo y muertos por amor a Cristo

«Por mí», «por causa de mi nombre», dice Cristo en los evangelios. En efecto, el mártir muere por Cristo (Santo Tomás, IV Sent. dist. 49,5,3). Actualmente, incluso en ambientes cristianos, se concede el título de mártir con una gran amplitud, pero no es ésa la norma de la Iglesia antigua y la de hoy. Y en el mundo se tergiversa el término hasta degradar su sentido original. Así se habla de los «mártires» de la Revolución soviética o maoista o castrista o sandinista o feminista, etc.
Sin embargo, que el perseguidor obre por odio a Cristo, o como suele decirse, ex odio fidei, y que el mártir muera por amor a Cristo, es causa necesaria para que se dé el martirio cristiano en el sentido estricto. Ha de darse «odio a la fe» o bien odio a cualquier obra buena en tanto que viene exigida por la fe en Cristo. No pueden ser, pues, considerados mártires sino aquellos que, habiendo sido perseguidos y muertos por odio a Cristo o a lo cristiano, han sufrido la muerte por amor a Cristo. Es el criterio que hoy también está vigente en la Iglesia para discernir en las causas para la canonización de los mártires. Y a veces, como se comprende, es muy difícil aplicar con seguridad este criterio a cada caso concreto.
 
No es, pues, mártir, en el pleno sentido cristiano del término, aquel que muere por defender una verdad natural, o por servir hasta el extremo una causa buena, un valor, si ese heroísmo no va referido a Cristo. Ni tampoco aquel que muere por su adhesión a una fe herética.
 
San Cipriano enseña que «los discordes, los disidentes, los que no están en paz con sus hermanos [en la Iglesia] no se librarán del pecado de su discordia, aunque sufran la muerte por el nombre de Cristo, como atestigua el Apóstol» (Trat. sobre Padrenuestro 24). Si uno se separa de la Iglesia, «no teniendo caridad, nada le aprovecha», ni dar su hacienda a los pobres, ni entregar su cuerpo a las llamas (1Cor 13,3).
 
Y tampoco es mártir el que se suicida por guardar una virtud cristiana, ya que el suicidio es siempre ilícito. Esto último tiene excepciones, como cuando la Iglesia da culto a vírgenes mártires, que por defender su castidad se dieron la muerte. En algunos casos, en efecto, advierte San Agustín, citado por Santo Tomás, «la autoridad divina de la Iglesia, basándose en testimonio fidedignos, ha aprobado el culto de estas santas mártires» (II-II, 124,1 ad2m).

Observaciones complementarias sobre el martirio

La exacta fisonomía espiritual del martirio ofrece en algunos casos perfiles discutibles, sobre los cuales han tratado con frecuencia teólogos y canonistas. Entre éstos destaca Benedicto XIV, en su tratado De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione (Bolonia 1737; lib. III, c. XI-XXII). Sin entrar en prolijos análisis y argumentos, recordaré aquí brevemente algunas de las cuestiones más importantes.
 
¿Es lícito desear el martirio, pedirlo a Dios? Sí, ciertamente, pues es el martirio el acto más perfecto de la caridad, el que más directamente hace participar de la Pasión de Cristo y de su obra redentora, y el que produce efectos más preciosos tanto en la santificación del mártir como en la comunión de los santos.
 
Es, por tanto, el martirio altamente deseable, pues por él se configura el cristiano plenamente a Cristo Crucificado: «para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos» (1Pe 2,21).
 
Santo Tomás afirma la bondad del deseo del martirio. Hace suya la doctrina de San Gregorio Magno, que comenta la frase de San Pablo, «el que desea el episcopado, desea algo bueno» (1Tim 3,1), recordando que cuando el Apóstol hacía esa afirmación, eran los obispos los primeros que iban al martirio (STh II-II, 185,1 ad1m). Y de hecho, muchos santos, como Santo Domingo y San Francisco de Asís, Santa Teresa y San Francisco Javier, desearon el martirio intensamente, y en ocasiones dieron forma de oración a sus persistentes deseos.
 
En cierto sentido, así como se habla de un bautismo de deseo y se reconoce su eficacia santificante, también podría hablarse de un martirio de deseo, con efectos análogos, aunque no iguales, a los del martirio real.
 
¿Es lícito procurar y buscar el martirio? Como regla general hay que decir que no (STh II-II, 124,1 ad3m). Ésa ha sido la norma de la Iglesia desde antiguo. Fácilmente habría en ese intento presunción poco humilde en el aspirante a mártir y una cierta complicidad con el crimen del perseguidor.
 
Algunos autores, apoyándose, por ejemplo, en el concilio de Elvira (303-306), no consideran mártires a quienes son muertos por haber destruido o profanado los templos e ídolos de los paganos.
 
Benedicto XIV (c. XVII), sin embargo, distingue entre las provocaciones producidas en el mismo martirio –como las que recordamos en los Macabeos o en San Esteban– y aquéllas que han podido preceder y dar ocasión al mismo.
 
También hay excepciones en esto. La Iglesia ha reconocido como santos mártires a no pocos fieles que, movidos por el Espíritu Santo, han buscado el martirio, han destruido ídolos, han acudido espontáneamente «ante los tribunales» para declararse cristianos, sabiendo que tales acciones, u otras semejantes, les traerían la muerte. No pocos mártires antiguos del santoral cristiano obran así. E incluso la disciplina de la Iglesia antigua permite la búsqueda del martirio a aquellos cristianos lapsi, que de este modo quieren expiar y retractar públicamente su anterior infidelidad ante el martirio.
 
¿Es lícito huir la persecución? Sí, ciertamente. Cristo lo aconseja en determinadas ocasiones (Mt 10,23), y Él mismo, cuando lo estima conveniente, rehuye la muerte, como cuando tratan de despeñarlo en Nazaret (Lc 4,28-30). San Pedro huye de la cárcel, auxiliado por un ángel (Hch 12). Y también San Pablo escapa a la persecución del rey Aretas (2Cor 11,33).
 
Sin embargo, los obispos y pastores, que han recibido encargo de velar por el pueblo de Dios, no deben abandonarlo en la persecución (STh I-II, 85,5). Norma que, sin duda, tiene también lícitas excepciones prudenciales.
 
San Cipriano, por ejemplo, siendo obispo de Cartago, cuando más arreciaba la persecución de Valeriano, permanece huido bastante tiempo porque entiende que, en circunstancias tan difíciles, no conviene que el rebaño quede sin la guía y asistencia de su pastor. Y finalmente se entregó al martirio.
 
En nuestros días hemos visto, en situaciones de grave persecución, cómo unos misioneros permanecían con su pueblo, sin abandonarlos en el peligro, en tanto que otros huían, para poder seguir sirviéndolos una vez pasada la persecución. Y no puede decirse sin más que una actitud es en sí mejor que la otra, sino que es una elección que debe hacerse buscando la voluntad de Dios y el bien del pueblo cristiano, a la luz de la prudencia y el don de consejo, o si es el caso, sometiendo la elección al mandato de los superiores.
 
¿Son necesarias ciertas condiciones espirituales para que, por parte del cristiano, pueda darse propiamente el martirio? ¿O más bien es indiferente la actitud espiritual del cristiano, con tal de que acepte morir por Cristo? La respuesta verdadera es que son necesarias, ciertamente, en el adulto algunas actitudes espirituales. Y por eso no puede ser considerado mártir aquel que, aunque no rechace la muerte, pudiendo hacerlo, la acepta con odio a sus perseguidores, o permaneciendo apegado a ciertos pecados, sin propósito de romper con ellos, si sobrevive.
 
El adulto es mártir si muere por Cristo teniendo contrición por los pecados pasados, o al menos atrición por ellos. Si el bautismo no borra los pecados del adulto cuando éste no tiene, al menos, atrición, tampoco el martirio. 
 
Por otra parte, Cristo manda –no es un simple consejo; es un mandato– «amar» a los enemigos y «orar» por ellos (Mt 5,43-46). En efecto, si el martirio es un acto supremo de la caridad, ha de ser una afirmación de amor no solo a Cristo y a la comunión de los santos, sino también hacia los perseguidores. El mártir manifiesta este amor perdonando a sus enemigos y orando por ellos. Así es como en el martirio se configura plenamente a Cristo, a Esteban y a todos los santos mártires. Como dice Santo Tomás, «la efusión de la sangre no tiene razón de bautismo [es decir, de martirio, de bautismo de sangre] si se produce sin la caridad» (STh III,66,12 ad2m).
 
El martirio, además, superando los miedos y angustias propios de la debilidad natural, ha de ser sufrido con paciencia y en confiada obediencia a la Voluntad divina providente. Más aún, Cristo anima y concede morir por él con alegría: «alegráos y regocijáos» (Mt 5,12; +Lc 6,22); y de hecho, por Su gracia, así han muerto los mártires cristianos: gozosos de poder consumar la ofrenda permanente de sus vidas, gozosos de poder llevar su amor a Dios y a los hombres a su más alta cumbre, gozosos de recibir de la Providencia la ocasión oportuna para dar ante el mundo el máximo testimonio de la verdad, el más persuasivo.

Efectos del martirio

El martirio es un bautismo de sangre que opera en el hombre los mismos efectos que el bautismo sacramental: borra el pecado original y los pecados actuales, tanto en la culpa cuanto en la pena; es decir, santifica plenamente al hombre, sea virtuoso o pecador, esté o no bautizado, sea niño o adulto. Así lo ha creído la Iglesia desde el principio.
 
San Cipriano escribe a Fortunato: «nosotros, que con el permiso del Señor hemos administrado a los creyentes el primer bautismo, debemos preparar asímismo a todos para el otro bautismo [del martirio], enseñándoles que éste es superior en gracia, más alto en eficacia, más ilustre en honor; un bautismo en el que son los ángeles quienes bautizan, un bautismo en que Dios y su Cristo se alegran, un bautismo tras el cual ya nadie peca, un bautismo que completa el crecimiento de nuestra fe, un bautismo que nos une a Dios en el instante de partir de este mundo. En el bautismo de agua se recibe el perdón de los pecados; en el de sangre, la corona de las virtudes. Es, por tanto, cosa digna de nuestros deseos y de pedirla con todas nuestras súplicas, para llegar a ser amigos de Dios los que somos ahora sus servidores» (De exhort. martyrii pref. 4).
 
Y San Agustín afirma, aduciendo numerosos textos bíblicos, que «cuantos mueren por confesar a Cristo, aunque no hayan recibido el baño de la regeneración, tienen una muerte que produce en ellos, en cuanto a la remisión de los pecados, tantos efectos cuantos produciría el baño en la fuente sagrada del bautismo» (Ciudad de Dios XIII,7). Por el martirio se unen perfectamente a la pasión de Cristo, da la que viene la virtualidad santificante del bautismo.
 
Por eso la Iglesia nunca ha rezado por los mártires, sino que siempre ha invocado su intercesión ante Dios. Lo único que es discutido entre los teólogos es si la santificación obrada por el martirio se produce ex opere operato (por la misma virtualidad de la obra) o ex opere operantis (por la actitud espiritual del mártir), es decir, por el acto sumo de la caridad que lleva a la aceptación del martirio.
 
Según esta última doctrina, dice Santo Tomás, el martirio, «como el ejercicio de todas las virtudes, recibe su mérito de la caridad; y por eso sin la caridad, no vale» (II-II, 124,2 ad2m). En todo caso, antes del martirio, si el adulto es catecúmeno, debe en lo posible recibir el bautismo sacramental. Y si ya está bautizado, debe recibir el sacramento de la penitencia y la comunión eucarística (+STh III, 66,11).
 
Por lo que se refiere a la vida eterna, la Iglesia ha creído siempre que los mártires, por su victoria heroica en la tierra, gozan en el cielo de una especial bienaventuranza, o como dice Santo Tomás usando el lenguaje simbólico de la tradición, reciben por su victoria una aureola, una especial corona de oro (IV Sent. dist. 49,5,5; +San Cipriano, De exhort. martyrii 12-13).

Ver continuación en Teología moral y martirio; encíclica Veritatis splendor
 
«Tu amor es mi martirio, mi único martirio.
Cuanto más él se enciende en mis entrañas,
tanto más mis entrañas te desean...
¡¡¡Jesús, haz que yo muera
de amor por ti!!!

viernes, 21 de septiembre de 2012

Devotos notables de Santa Ursula.

En esta sección citaremos personajes de todos los tiempos que han practicado en vida una profunda devoción a Santa Ursula y sus compañeras mártires.
 
 

El Padre Francisco de Bustamante, que fue provincial de Yucatán e hijo de Castilla, llegó en la misión que trajo el santo obispo Fr. Diego de Landa. No supo tan perfectamente como otros misioneros el idioma de los indios. Las dos veces que fue provincial le obligó la obediencia a aceptar el cargo, y así la segunda vez fácilmente al poco tiempo, renunció al oficio. Era tan humilde después de haber sido provincial, como puede estar un novicio, de que se le originaba ser muy urbano, aún con el más pequeño que le comunicaba.

Ocupaba mucho tiempo en la lección de los libros, y habiéndole faltado la vista, hacía que un corista le rezase el oficio divino, y después le leyese la vida de Cristo, redentor nuestro, y las vidas de sus santos, con lo que vivía con notable quietud de espíritu. Fue devotísimo de Santa Úrsula y sus compañeras, y así, en los conventos donde estaba, les erigía un altar, y su día cantaba él la misa aún en su suma vejez, y se holgaba mucho de que otros fuesen devotos de estas santas, siendo el mayor gusto que le podían dar, el decirle que les habían hecho algún altar o imagen por su devoción.

Fue religiosos muy pobre y siguió siempre la comunidad en coro, refectorio y demás actos, y aún habiendo llegado a la edad de noventa años, la seguía en cuanto sus fuerzas alcanzaban, teniendo en ella gran consuelo los religiosos, viendo sus venerables canas tan acompañadas de virtud y santidad. Murió en el convento de Mérida en 1624, a 26 de agosto, y concluye diciendo de él el Padre Lizana: “Todos lo conocimos y no hay quien no diga el santo P. Bustamante. Vivió en esta provincia 51 años y murió de más de 90 años de edad.

Fuente: Los Tres Siglos de la dominación española en Yucatán, Tomo 2, escrita por Fray Diego López de Cogollud en 1845 (pág 344-345)


Fray Cristóbal de la Cruz, de la orden de Santo Domingo, fue una señalada voz que llama a pecadores, porque su trato y modo de vivir antes que entrase en religión era muy conforme con la ley que el mundo guarda. Cristóbal Lugo fue natural de Sevilla y estudió las letras de la latinidad y artes, pero al conocer después malas compañías, llegó a ser muy práctico en la jerigonza y lenguaje de ladrones. Aunque era un gran pecador, tenía un alma temerosa y muy sentida de conciencia, y por ello si pecaba, era con lágrimas y rezando primero los salmos penitenciales por las ánimas del purgatorio, de quien era muy devoto, pidiendo a Dios no perdiesen los fieles difuntos el fruto de aquella su oración por ser él malo. Como seguía el juego y le faltaba el dinero, concertóse con unos perdidos que andaban a robar , de irse con ellos rn su compañía, y sentóse una vez a jugar el libro de las súmulas con determinación que si entonces perdía, tomaría el oficio de salteador.

Ordenó el Señor que ganase y salido de allí, púsose a considerar el camino que llevaba, y como de nueva luz visitado, abrió los ojos del entendimiento y comenzó a retirarse de aquellas compañías malas. Y aplicándose a su estudio vino a recibir orden sacra; y desde que se ordenó de Epístola fue tan notable la mudanza que la mano de Dios hizo en él, que como él confesó a un su gran familiar amigo, nunca jamás desde entonces tuvo voluntad de pecar, ni se ensució en hecho camal, antes se dió tanto a la oración y contemplación y lección de libros sagrados y devotos y ejercicios penitencia, que en España antes que pasase a Indias, y después de pasado, era su fama de santidad. Para mejor cumplir sus buenos deseos de servir a nuestro Señor enteramente, tomó el hábito de Santo Domingo en la ciudad de México. Y hecha profesión, luego la orden puso los ojos en él como un varón santo, y lo escogió como maestro de novicios de aquella casa.

Su oración era perpetua, pasando lo más de la noche en contemplación en el coro, donde visiblemente se robaba con la pujanza de la devoción y sentimiento del espíritu, de donde salía muchas veces diciendo: ¡Ay Dios, Ay Dios! Donde se la pasaba la noche sin dormir, gozando de la visita del cielo. Su consideración arrimaba siempre a los méritos de nuestra redención por el Rosario, y en los cinco misterios – de los quince- se le pasaba un día, remudándolos siempre por las ferias de la semana. El domingo los contemplaba todos juntos. Nunca dejó de rezar el oficio de Nuestra Señora, de quien era devotísimo. Desde que supo leer rezó siempre los salmos penitenciales, y cada día decía una vigilia por las ánimas del purgatorio, de quienes era muy devoto. Siempre que pasaba por iglesias o cementerios hacía oración por los difuntos. Tenía, sin esto, por particulares devotos suyos a San Jerónimo, a la Magdalena y a Santa Úrsula, con sus compañeras, de suerte que con esta ocupación no gastaba rato de tiempo ocioso en conversación humana. Murió en México en 1569 y su fama de santidad lo acompaño desde el momento mismo de su muerte.

La vida de este santo es la que don Miguel de Cervantes utilizó para escribir su comedia “El Rufián Dichoso”. Los cronistas dominicos hablan de él con prolijidad e insistencia, otorgándole de forma unánime el título de santo, junto a otros apelativos como bienaventurado, bendito, varón de Dios, amigo de Dios, siervo de Dios, etc.
Fuente: Locos, figurones y quijotes en el teatro de los Siglos de Oro
Escrito por Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro. Congreso,Germán Vega García-Luengos,Rafael González Cañal (pág 503-506)
 
 
Leonor María de Aragón y Foix fue hija del matrimonio del infante Pedro I, conde de Ribagorza y Prades con Juana de Foix. Era nieta, por el lado paterno, del rey Jaime II y la reina Blanca de Anjou, y por línea materna era de Gastón Y, señor de Foix, de Castellbó y de Bearne. La esposa de éste, Juana de Foix, pertenecía a la casa real de Francia. Asimismo, era prima hermana del rey Pedro IV el Ceremonioso. Nació, casi con seguridad, en el castillo de Falset, centro neurálgico del condado de Prades, hacia el 1333.

Leonor se casó muy joven, el 1353, su unión formará parte de la política matrimonial de establecer vínculos dinásticos con estados del Mediterráneo. Este matrimonio con el heredero del reino de Chipre, Pedro de Lusignan, conde de Trípoli, garantizaba la expansión comercial catalana hacia Oriente.

Fue una mujer de carácter apasionado y frenético. Orgullosa, autoritaria y de alma irascible. Amaba a su esposo pero de forma egoísta y obsesiva. Un carácter y manera de actuar que, como analizaremos, influirán en todos los acontecimientos de su vida.
Después de una vida en que la violencia y la tragedia la rodeaban, la Reina de Chipre fué expulsada de ese país, regresando a España y siendo acogida por su Primo hermano, el Rey Pedro IV el Ceremonioso, quien le otorgó una pensión y casa en la Villa de Valls.

Entre las reliquias ofrecidas por Leonor de Chipre a la ciudad de Valls destaca, según el saber popular, la cabeza de Santa Úrsula y una espina santa, es decir, una espina de la corona de ludibrio de Jesucristo, ambas traídas consigo por la soberana desde Chipre. En cuanto a la primera, cabe decir que se trata de una bella pieza de orfebrería gótica, de plata policromada, que bajo la forma de una cabeza coronada alberga una reliquia auténtica de la santa, a la sazón co-patrona de Valls.  A favor de esta teoría se sabe que Leonor tenía una especial devoción por esta santa. En 1567 se descubrió la iglesia de Santo Domingo de Nicosia un retablo que representaba a las santas Úrsula, Eulàlia y Magdalena y arrodillada ante estas aparecía la reina Leonor.

Los últimos años de su vida la reina Leonor los pasó en Barcelona, viviendo con austeridad hasta su muerte y llevando un luto indefinido; dedicada a hacer obras de caridad y dotar a niñas huérfanos que se querían casar. Murió el 26 de diciembre de 1416 y fue enterrada ocho días después de su muerte, es decir, el día 2 de enero de 1417 en el convento de Sant Francesc de Barcelona, en cuya construcción ella misma había colalaborado y donde ya había otros entierros reales.

La vistieron con el hábito de terciaria franciscana (tercera orden de San Francisco) pero con solemnidad real. Acompañaron su féretro tres reinas: Violante de Bar, viuda de Joan I, Margarida de Prades, viuda de Martín I, y María de España, esposa del monarca reinante, Alfonso V el Magnánimo, además de una representación del clero de la ciudad de Barcelona y de las abadesas del monasterio de Santa Maria de Valldonzella y de Jonqueres (Monasterio de Jonqueres).

En 1692 se amplió el presbiterio de la iglesia de San Francisco y en este momento se abrió el sepulcro de la reina. Se encontró su cuerpo incorrupto, entero, y flexible, se le hicieron nuevos hábitos y el sepulcro se cololocó detrás del retablo, con una vidriera delante y expuesto a la veneración de los fieles. Pronto el sepulcro se vio expuesto a numerosos exvotos de cera de los agradecidos fieles. Este milagros se recogieron en un libro, hoy perdido, pero que fue consultado por el historiador Jaume Coll el siglo XVIII. El sarcófago logró salvarse del incendio del convento de los franciscanos en el año 1835.

A partir de este momento nos han llegado distintas versiones sobre lo que pasó con el cuerpo de Leonor. Según Eusebi Ayensa, el cuerpo fue trasladado al convento de las franciscanas, en el barrio del Poble Sec. Cayetano Barraquer la vio el 31 de octubre de 1889 y explica que se encontraba bastante bien conservada, descalza, vestida con falda de seda de color claro, tocado de monja, cetro y corona real. Así se conservó el cadáver de Leonor fina la llegada de la Semana Trágica del año 1909. El día 27 de julio prendieron fuego al convento de las franciscanas del Poble Sec y nada se salvó de lo que había en la capilla. El hallazgo en el convento del cuerpo momificado de la reina de Chipre hizo creer a los vándalos que se había encontrado una monja martirizada y cerrada dentro de un féretro. Existe otra versión de Joan Bassegoda i Nonell que explica que la momia de la reina Leonor permaneció en su tumba de los franciscanos hasta que el notario Jaume Rigalt "por encargo del ayuntamiento de Barcelona" la llevó a la casa de caridad, desde donde pasó al monasterio de Pedralbes y luego en el convento de Sant Francesc de Vic donde fue destruida en el año 1936.

Fuente: Crónicas Franciscanas y Wikipedia

 

El Padre Fray Ignacio (o Iñigo) de Santa María, del convento de Salamanca, varón de vida muy ajustada y gran predicador, el cual fue ministro en Cagayan y vicario de Lallo-c, después de haber apaciguado a los itaves. Llamado después a Manila para mandarlo a España, fue electo Prior de este convento y poco después, Definidor.  En 1603 fue a Camboya como prelado de esta misión; pero después de haber levantado allí iglesia que dedicara a San Pedro Mártir, volviendo a Manila para pedir nuevos auxilios para aquel reino, murió en el mar, como lo había predico él mismo en ese mismo año de 1603.

Fue muy fervoroso, compasivo y misericordioso para con los pobres y el Señor se dignó hacer maravillas por su siervo, aumentándole el arroz para darles. Era de condición muy suave, y muy devoto de las Santas Cecilia y Úrsula mártires, cuya protección visible experimentó más de una vez. Estando en Calasiao y no teniendo qué comer, acercóse a un pescador que, como los Apóstoles, después de trabajar mucho no había cogido nada. Díjole entonces el Padre: “en nombre de Santa Cecilia saca una lisa”, y la sacó el hombre; y luego, mandado a echar la red en nombre de Santa Úrsula, sacó a petición del mismo Padre, una anguila.

Más de una vez también acreditó estar adornado del don de profecía. Fue muy perseverante y contínuo en la oración y dos veces cada día se encomendaba en ella a Dios y a todos los religiosos de la Provincia, a los cuales echaba su bendición, aunque estuvieran ausentes.

Fuente: Reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas desde su fundación hasta nuestros dias. Hilario María Ocio y Viana.1891. (Pág. 186)
 

Los pueblos peruanos de la Provincia de Castilla, especialmente Viraco y Machaguay sintieron con mucha pena la muerte repentina edel artista Prof. Manuel, Guzmán Collado, quien fuera autor del “Mambo de Machaguay” y de numerosos composiciones musicales que han traspaso las fronteras nacionales y revalorado las costumbres, tradiciones, paisaje y belleza del pueblo que lo viera nacer y crecer Viraco, ubicado al pie del nevado “Coropuna”
 
El Profesor Manuel Guzmán Collado (nacido en 1925), desde muy joven destacó y desarrollo su talento en música y en la composición literaria, cuando logró constituirse en el Músico Mayor del Colegio Independencia Americana (1954), posteriormente ejerció la docencia en Aplao- Castilla. Posteriormente, formó el conjunto musical “Coropuna”.

Manuel Guzmán, además de su gran talento artístico, fue un hombre de gran calidad humana, carismático, de trato amable y de hablar pausado, que amaba en lugar donde nació y creció Viraco, muy devoto de la Virgen Santa Ursula.

El 18 de octubre del 2002, el Congreso de la República del Perú, en ceremonia especial, le otorgó una  distinción que a la letra dice “… Es un deber y un honor reconocer y saludar al Profesor, Manuel Guzmán Collado, autor de numerosas composiciones musicales: como el “Mambo de Machaguay”, “Mujer Viraqueña “Tres Recuerdos” “Del Coropuna al Huascarán”,  temas que han logrado traspasar las fronteras nacionales….”

Estuvo casado con Ruth Cabrera de Guzmán, siendo sus hijos Miguel, Carmen y Alvaro Guzmán Cabrera. Falleció el 5 de septiembre de 2009, siendo sepultado en los Jardines de la Paz; después de un sentido homenaje de sus conciudadanos.
 
Fuente: Diario Digital Noticias de Arequipa.com
 
 

 

Rendición de Lisboa el Día de las Once Mil Vírgenes.

Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron.
 
Artículo tomado del Boletin de la Real Academia de la Historia. TOMO CLXXI. NUMERO III. AÑO 1974.
Fortaleza antígua de Lisboa.
 
LA RENDICION DE LISBOA EN EL DIA DE
 LAS ONCE MIL VÍRGENES.

RELATO DE DODECHINO

A través de los cistercienses, inspiradores de la Orden militar de Avís, filial de Calatrava, las reliquias de las Once mil Vírgenes pudieron haber llegado también muy temprano a Portugal. Mucho antes del incremento que experimentó su culto en el siglo XVI por tierras lusitanas con ocasión de la preponderancia ejercida por los jesuitas en Lisboa y Coimbra, podemos aducir aquí, por lo menos, dos acontecimientos decisivos de la historia de Portugal relacionados con Colonia y con la veneración del sacro ejército de las Once mil Vírgenes y de su capitana Santa Úrsula. 

El primero fue la conquista de Lisboa en 1147 por los cruzados nórdicos, impulsados en gran parte por las fervientes predicaciones de San Bernardo. Ya sabemos que las santas vírgenes y mártires de Colonia protegían a sus partidarios en la lucha frente al enemigo y asistían a los moribundos que se confiaban a su tutela.

Las fuentes alemanas del asedio y toma de Lisboa, basadas en relatos epistolares muy semejantes de testigos presenciales: el del sacerdote coloniense Winando, el de Dodechino al abad Cuno de San Disibodo y el de Arnulfo al obispo Milo de Toruenne, están concordes en subrayar que "esta victoria divina, no humana", fue alcanzada el 21 de octubre, "en la fiesta de las Once mil Vírgenes".

Algunos de los cristianos muertos durante la acción y enterrados delante de la ciudad de Lisboa manifestaron  prosecución del culto de los patronos tutelares, entre los cuales el de Santa Ursula y sus compañeras ocupaba uno de los lugares más destacados. En la obra de Herculano, t. IIl, pp. 307-310, el lector encontrará reseñados las fuentes históricas de la conquista de Lisboa. Muchas de estas fuentes fueron recogidas por este mismo autor en sus Portugaliae Monumenta Historiea (Scriptores), vol. 1. Aunque Herculano conoció el resumen de la carta de Dodechino publicado en la colección Illustrium Veterum Scriptorum, hecha por J . Pistario Nidana, t. J. pp. 473-74, Francfurti, 1583, no pudo leer el informe en su totalidad. Por esta razón, y por su interés para nosotros a causa especialmente de las arribadas que los cruzados hicieron en las costas del Cantábrico y en las costas gallegas, queremos ofrecerla aquí íntegra en nuestra versión castellana. Dice así :
"Para el Sr. D. Cuno abad por la gracia de Dios en el Monte de S. Disibodo (Disenberg) y para los hermanos que allí le sirven, de Dodechino, humilde sacerdote en Logenstein por la misma gracia, oraciones y obediencia.

"Deseando acomodarme en todo a vuestro mandato, carísimo padre, me he propuesto escribiros sumariamente algo acerca de la expedición naval que por la virtud de Dios se llevó a cabo delante de Lisboa. Porque si pretendiera escribir esta empresa con todos sus pormenores, refiriendo las tempestades por las que fuimos acosados y zarandeados, los trabajos y tribulaciones que hubimos de soportar tanto en la tierra como en el mar, hasta que Dios nos otorgó con su gracia su consuelo, menester seria toda una serie de libros para dar cabida a todas las peripecias de esta larga historia. Mas yo, en atención a la brevedad, me limitaré tan sólo a aquellas cosas más dignas de mención, comunicándoselas a vuestra paternidad tal como pasaron ante mis ojos.

"En el año de la Encarnación de nuestro Señor de 1147, en la octava de Pascua, que fue el 27 de abril, se puso en movimiento desde Colonia el ejército naval. El 19 de mayo llegamos al Puerto inglés de Dartmouth (Derthmute), donde encontramos al conde Arnoldo de Aerschot con casi 200 naves, compuestas, por partes iguales, de ingleses y flamencos. Allí nos detuvimos tres días, y el viernes antes de las Rogaciones (23 de mayo) continuamos viaje navegando esforzadamente y sin descanso en alta mar por espacio de ocho días y ocho noches. En la víspera y en el día de la fiesta de la Ascensión (28 y 29 de mayo) tuvimos que arrostrar una violentísima tempestad. Por fin el día 30, con casi 50 naves y las demás dispersas, entrarnos en un puerto de España llamado Gozón ("Gozzim": en Arnulfo: "Gollim" o "Gozzem"; en Ann. Magdeb., t. XVI de los MGH. SS., p. 189: "Gozim".) A continuación nos dirigimos al puerto que llaman Vivero (Viver), situado en la misma costa. Después de salir de aquí, el 6 de junio, alcanzarnos el puerto de Galicia llamado Tambre ("Thamara"; en Arnulfo: "Fambre"; en los Ann. Magdeb.: "Tambre"). el cual dista 8 millas de Santiago. En la víspera de Pentecostés (7 de junio) fuimos a visitar el venerable cuerpo del Apóstol, y allí celebramos con gran alegría la santa festividad. Volviendo al puerto, el día 15 navegamos de nuevo, y el 16, entrando por el río que llaman Duero ("Drius" o "Dorus"), fondeamos en la ciudad de Oporto ("Portugal" o " PortugaJim"). Alli el obispo de la ciudad, que esperaba ya nuestra llegada, nos recibió con grandes muestras de júbilo y regocijo por mandado del rey. Aquí nos quedamos once días, mientras esperábamos las naves del conde Arnaldo de Arschot, las cuales, a causa de la referida tempestad, se habían separado de nosotros. Durante este tiempo, por la Buena disposición del rey hacia nosotros, obtuvimos a precios equitativos lo mismo vino que toda suerte de delicados manjares. Al llegar el conde y los suyos reanudamos la navegación, y dos días después, vísperas de San Pedro y San Pablo (28 de junio), penetrando por la desembocadura del río llamado Tajo ("Tagus"), anclamos delante de Lisboa ("Ulixibona").


"Esta ciudad, según refieren las historias de los sarracenos, fue fundada por Ulises después de la destrucción de Troya, y edificada sobre un monte inexpugnable para los humanos, a causa de la admirable estructura y disposición de sus muros y baluartes. En torno a la ciudad levantamos las tiendas de campaña, y el 1 de julio, con la ayuda del poder divino, nos apoderamos valerosamente de los suburbios. Después de haber dirigido varios asaltos cerca de las murallas, no sin grandes pérdidas por nuestra parte, el tiempo transcurrido hasta el 1 de agosto lo pasamos haciendo máquinas de guerra. Y así con gran esfuerzo construimos dos torres móviles, junto a la orilla, una en la parte oriental, ocupada por los flamencos, y otra en la parte occidental, donde los ingleses habían puesto los campamentos. Dispusimos también cuatro puentes en siete naves, por medio de los cuales nos resultaría más fácil el acceso a la ciudad por encima de las murallas. Cerca de la fiesta de la Asunción (15 de agosto), avanzando con todos estos pertrechos, fuimos rechazados con grandes pérdidas por los sarracenos. Pues éstos, saliendo impetuosamente de la ciudad, demolieron con sus máquinas nuestras torres, y la torre de los ingleses la destruyeron arrojando fuego en su interior. De la misma manera la máquina que había sido construida para minar la muralla la quemaron, y con ella pereció también su artífice. Aparte de los innumerables muertos que los enemigos nos causaron con flechas y maganeIas, ellos fueron también castigados duramente por los nuestros con pérdidas no menos elevadas. Aunque pasajeramente quebrantados por las pérdidas sufridas en hombres y material, los cristianos, puesta su confianza en la misericordia divina, se dispusieron a reparar las máquinas y demás ingenios de guerra. Entretanto el hambre empezó a estrechar a los sarracenos, y, cosa inaudita, éstos llegaron a devorar perros y gatos. Muchos hubo también que huyendo en secreto se entregaron espontáneamente a los cristianos. Una parte de ellos, una vez bautizados, fueron recibidos en la sociedad cristiana, algunos fueron degollados y otros con los miembros mutilados fueron devueltos a la ciudad. Pero para no pecar de prolijo, muchas otras cosas que entonces nos sucedieron, prósperas unas y adversas otras, como acontece siempre en la guerra, las pasaré en silencio, reservándolas, si acaso, para aquellos que quieran explicarlas más por extenso.

"Por último, cerca de la Natividad de Nuestra Señora (8 de septiembre), un hábil ingeniero de origen pisano emplazó una torre de extraordinaria altitud en aquella parte donde primeramente había sido destruida la torre de los ingleses, y esta obra digna de alabanza, costeada por el rey y ejecutada con el esfuerzo y colaboración de todo el ejército, quedó lista a mediados de octubre. Pero también un cierto número de soldados oriundos de nuestra patria, por el mismo tiempo en que la torre del pisano quedó terminada, a pesar de la fuerte oposición de los sarracenos, habían hecho enormes socavones por debajo de las murallas, los cuales terminaron rellenándolos con gran cantidad de troncos. Y en la misma noche de la fiesta de San Gallo abad (l6 de octubre) le plantaron fuego a los troncos, y un lienzo de la muralla, de casi 200 pies de longitud, se vino al suelo. Los nuestros, despertando del sueño por aquel estrépito, echaron mano a las armas y se lanzaron, dando grandes gritos, hacia aquella parte arruinada de la muralla, creyendo poder entrar en la ciudad sin más dificultad. Pero encontraron a los sarracenos que, espantados por el estruendo de la ruina, se habían aprestado a defender la brecha, y repelieron valerosamente a los cristianos, de modo que los nuestros, frustrados sus intentos y afligidos por tantos golpes, se vieron obligados a replegarse al campamento. Por su parte, los sarracenos pasaron el resto de la noche ocupados en restaurar aquella parte de la muralla, y acarreando tierra y piedras levantaron un terraplén a la altura de un hombre, y, apilando encima tablas de navíos y puertas de casas, se parapetaron detrás dispuestos a resistir virilmente a los cristianos.


Los nuestros, por el contrario, desde el comienzo de esta operación, los estuvieron hostigando toda la noche con maganelas, flechas y toda clase de armas, y. al rayar el día, invocando la clemencia de Cristo, se dispusieron unánimes a destruir aquella improvisada fortificación, pero de nuevo los nuestros fueron rechazados con grandes bajas de muertos y heridos. Finalmente los cristianos casi sin saber a qué atenerse, invocando con lágrimas en los ojos la misericordia de Cristo, la torre ya mencionada, recubierta de mimbres y forrada de cueros de buey, y atestada de guerreros, la arrimaron valientemente a la muralla. Los defensores, al ver aquella torre sobresalir por encima de sus murallas y de sus casas, les entró tal pánico, inspirado más bien por divina que por humana virtud, que, arrojando las armas, pidieron condiciones para rendirse. Las cuales le fueron concedidas, y así se firmó un pacto entre ellos y nosotros, según el cual todos los haberes lo mismo en oro que en plata, vestidos, caballos y mulos serían para nosotros, mientras que la ciudad se la entregarían al rey. Y a ellos, si no quebrantaban el acuerdo establecido, se les dejaría marchar respetando la integridad de sus cuerpos. Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron. Pues en el lugar fuera del campamento donde habían recibido sepultura los cuerpos de nuestros mártires, muchos, a quienes la divina piedad concedió semejante privilegio, vieron brillar luces en la oscuridad de la noche; y dos mudos bien conocidos de todo el ejército, uno por la fiesta de San Gereón (10 de octubre), y otro por la de Todos los Santos (1 de noviembre) recibieron el uso del habla en aquel mismo lugar. Y todos estos prodigios no fueron producto de nuestra fantasía, sino que, confirmados por veraces y numerosos testigos, los vimos con nuestros ojos y los palpamos con nuestras propias manos. Después de esta empresa, tan felizmente realizada, los nuestros pasaron el invierno en la ciudad hasta el 1 de febrero. Desde allí, navegando en intervalos diferentes, arribaron, como habían prometido, al sepulcro del Señor. ¡Sea con salud vuestra santidad!"

Durante el gobierno de Cuno (1136-1155), cuarto abad del monasterio benedictino de S. Disibodo, se había concluido el nuevo monasterio (novuro monasterium), comenzando, según los Annales S. Disibodi, en el año 1108, bajo Buchardo, ex abad del monasterio de Santiago en Maguncia, el cual, por designación del arzobispo Rulhardo, fue nombrado primer abad en el Monte de S. Disibodo (Disenberg o Dlslbodenberg). En 1139 habían sido trasladadas ya las reliquias de S. Disibodo de la antigua iglesia (a veteri ecclesia) al nuevo cenobio. En 1143, con la terminación del altar mayor, el monasterio fue dedicado por el arzobispo Enrique de Maguncia en honor "de nuestro beatísimo padre Disibodo", Y en el mismo año fueron reconocidas de nuevo las reliquias del santo patrón y colocadas en un túmulo de piedra, detrás del altar mayor, en dos recipientes de plomo, en uno los huesos, y en el otro, un poco mayor, las cenizas. En este mismo túmulo se pusieron, en nichos de madera, tres cuerpos de las Once mil Vírgenes, así como algunas reliquias de la Legión Tebana. En virtud del predominio cada vez mayor del Cister, el 9 de marzo de 1259, con el asentimiento del abad Otón y de todo el convento reunido, la abadía de S. Disibodo pasó a ser filial del monasterio cisterciense de Otterburgo, dependiente de Morimundo, según Dubois (MGH. SS., t. XVlI , páginas 20-26; L. Janauschek, Origo, pp. 251-252) .

Devotos de Santa Ursula. Luis de Lanuza S.J.


Padre Luis de Lanuza Sacerdote Jesuita, de sangre ilustre. Hallábase su padre D. Juan de Lanuza, hijo de otro D. Juan, justicia de Aragón, desempeñando el cargo de virrey de Sicilia, cuando nació Luis en Leocata el año 1591. Posteriormente, nombrado su padre general en jefe de las tropas que España tenía en aquel reino, siguióle el joven Lanuza llevando con distinción al lado suyo el honroso uniforme militar. Más la funesta jornada en que D. Juan perdió la vida, apartó del servicio de las armas a Luis para alistarse en otra milicia; que era la de Jesucristo. Abrazó pues, el instituto de San Ignacio de Loyola el 6 de Enero de 1608, en el cual hizo rápidos progresos en las ciencias.

Enseñó por algún tiempo humanidades; mas observando sus superiores que su vocación le inclinaba a los trabajos del apostolado, para los cuales tenía relevantes disposiciones, le destinaron a las misiones de Sicilia, alcanzando en ellas tanta reputación, que fue llamado el apóstol de aquel reino. Murió en Palermo el 21 de Octubre de 1656, después de haber escrito las obras siguientes:
1: Antídoto precioso contra la pestilencia del pecado mortal, Palermo, por Nicolás Bua, 1640, escrita en español y dedicada a las tropas de su patria. Publicóse primero sin nombre de autor, más adicionada después, imprimióse con su nombre en italiano por Carlos Lacio, 1662. En lo sucesivo se hicieron de esta obra muchísimas reimpresiones.
2: Le due macchine potentissime per convertire l'amme a Dio coie le considerazioni delle due morti temporale ed elerna, Palermo. Por Carlos Lacio, 1695 y 1699, Venecia, por Sebastián Coletu, 1753,
3: Varios libros de Sermones dignos de la luz pública.

Hablan del Padre Luis con mucho elogio diferentes autores, tales como Mongitore, Casani, Frazzetta, el Padre Marlon, etc.

 
 
 Páginas 61-66.

Muerte del Padre Luis de Lanuza.

….. agradeció el enfermo el buen ofrecimiento, y le suplicó lo pusiese en ejecución; tomó el padre el breviario, empezó a leer el salmo (117) con gran devoción, y pausa, haciendo alguna suspensión entre versículo y versículo, para dar lugar a la meditación del enfermo, así proseguían todos hasta que el asistente llegó a aquel versículo que dice: Fortitudo mea, Et laus mea dominus, Et factus est mibi, in salutem (El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación.); aquí, con los ojos y boca llamó el Padre Luis al asistente, pidiéndole se acercase para decirle en voz baja: basta, ya basta, estoy en seguro, no diga nada Vuestra Reverencia a nadie mientras vivo, que poco tiempo le obligará el secreto, ya puedo decir con mi San Luis Gonzaga (y aquí, esforzando la voz que oyeron todos, porque todos acudieron) Laetatus sunt in bis, quae dicta sunt mihi, in domum Dei ibimus (inicio del salmo 121); y clavando los ojos en unas estampas de papel que tenía enfrente, de Cristo, de su Madre, de nuestro Santo Padre (Ignacio de Loyola), y de San Luis Gonzaga, expiró el 21 de octubre de 1656 y a los 65 años de su edad.

Circunstancias son el día y el año de la muerte, que no parece que se elevan a mayor esfera, que de accidentes, ni a primera vista pasan de casualidad; pero dieron entonces, y son siempre asunto de muchas reflexiones y discursos. Nació nuestro Luis el año 1591, y en el anterior siglo, año 1491, vio al mundo aquel grande héroe, aquel capitán de la más gloriosa Compañía de Jesús,  nuestro santo padre San Ignacio. Murió al mundo y fue trasladado al Empíreo nuestro santo padre a los 65 años de su edad, año de 1556, y a los mismos 65 años de edad y con correspondencia de los mismos 100 años del nacimiento, murió nuestro Luis el año de 1656, un siglo de distancia con correspondencia en los años hizo muy parecido este retrato al original, y no será aquí mucho que digamos, que semejantes varones son de un siglo; porque es dichoso un siglo, que en su duración logra la dicha de venerar a cada uno: esto por lo que toca al año; por lo que mira al día le tenía muy previsto, y sabido con aquella luz, en que no cabe engaño, y le había profetizado; aunque siempre entre oscuras no conocidas proposiciones.

Devoción a Santa Ursula y profecía.

 
Vióle un día orar con singular devoción ante el altar de Santa Úrsula un su conocido canónigo, y haciendo reparo en un sujeto siempre tan devoto su singularidad y exceso en la devoción, se atrevió a preguntarle así: ¿Es V.P. muy devoto de Santa Úrsula?, a lo que respondió pronto: Bien sabe la santa cuán estrechamente la tengo obligada con tiernos votos, y que hemos de hacer juntos cierta jornada en su día. Esta proposición está clara, y patente sucedido su gloriosísimo viaje al cielo el día de la santa; pero más claro habló con una buena mujer virtuosa, beata de las Terceras de Santa Teresa; era su espíritu bueno, su alma pura, pero su sinceridad de paloma, y su simpleza candidísima; encontróse con el Padre, y con tanta simplicidad le preguntó: ¿Qué hacía V.P. tan devoto, a quien estaba encomendando a Dios, qué hay de nuevo? Ahora nada, respondió el Padre (era a principios de octubre) pero lo habrá de aquí a poco, porque el día de Santa Úrsula volará al cielo en el Convento del Monte Santo, que es de religiosísimos carmelitas, una virtuosa alma, que ha cultivado con perfección las virtudes, y en mi casa profesa, habrá ese día, y en el siguiente un concurso jamás visto; la primera parte no le hizo eco a la beata; la segunda le excitó la curiosidad y replicó: Pues yo Padre Luis, por lo mucho que asisto a la casa profesa, tengo bien de memoria el calendario de sus fiestas y no hay ese día motivo para concursos: ea, ea, respondió el padre, no me sea curiosa, vaya allá y lo verá.

Llegó el día, y la Beata fue cuidadosa a Monte Santo (así se llama el convento de religiosísimos Padres Carmelitas) y halló la triste nueva de haber perdido aquel día al ejemplo de toda su santa comunidad el V.P. Fr. Juan María de Perralia: depósito de la más acendrada virtud, ejemplo de Palermo, extático en la oración, favorecido de Dios en ella, doctísimo en la contemplación, y tal, que con razón le dio el Padre, sin decir su nombre, el renombre de virtuosísimo Siervo de Dios: viendo su candidez verificada la profecía, voló a la casa profesa, aunque el día acababa y venía la noche, y halló la iglesia llena de gente, que entraba y salía a lo interior de la casa; preguntó la novedad, supo la causa, y aguardó hasta que sacaron el cuerpo, en cuya ocasión hizo contra su genio la reflexa de que jamás había visto tanto concurso en casa; y siguiendo su candidez natural, publicó la profecía, verificada ya en dos sujetos, ambos a dos tan plausiblemente santos. Ni quiso Dios quedase sobre la palabra del Padre aquel verso, tan dulcemente cantado como cisne a la hora de la muerte: In domum Domin ibimus; porque no sufriéndole al actual compañero, que le seguía en las misiones el corazón bien morir a quien tanto amaba, se fue a consolar con Dios sacramentado a la iglesia, y al mismo punto que expiró, se le representó en la imaginación, que volaba al cielo, como en triunfo, acompañado de nuestros santos Padre, San Javier y San Luis Gonzaga, y de multitud de almas, que sus misiones habían introducido en el cielo, precursoras de su gloria, y que ahora bajaban a cantar su triunfo, cuya visión le alumbró , que ya había expirado, lo que supo al punto: pues levantándose con el cuidado, le avisó el clamor de todos, que previno al de las campanas, y los ayes, y llantos con que se explicaban sus desconsolados devotos, a quienes publicó su visión o representación , en que se le había representado volando al cielo.

Pero en cuanto aquella dichosa alma sigue el camino, que nosotros no podemos seguir más que con el deseo, será bien que nos entretengamos en lo que pasó en la tierra. Alborotóse aquella multitud devota que aguardaba a ver lo que sucedía, y sucedió una conmoción universal, todos andaban y todos se paraban a cada paso en la iglesia, y en el colegio todo era hablar del padre, y todo preguntar lo que pasaba: en una parte la beata del Carmen refería su profecía; en otra su confesor publicaba la revelación de su gloria; aquí se acordaban de la devoción de Santa Úrsula; y allí su compañero repetía la imaginaria visión que había tenido, sin merecerla, Unos daban a los jesuitas la enhorabuena; otros pedían los diesen el pésame; lloraban todos la pérdida y a todos tenía poseído un singular gozo, y sin más libertad que la confusión, se llevaban los unos a los otros, todos anhelaban por ver, y aún por adorar el cadáver.

Hechos y milagros en sepelio del Padre Lanuza.

Los enfermeros, con prevenida disposición, se habían encerrado para que les diesen tiempo de vestir el cuerpo, y faltó poco para que forzando la puerta, les impidiesen su oficio; pero esta misma resistencia inquietó toda la casa, porque unos, por verle antes, y otros por no dejar de verle, ocuparon los tránsitos y muchos, por verle y venerarle más despacio, daban tiempo, ocupándose en los aposentos de los otros jesuitas. Esta confusión en el interior de la casa obligó al P. Preposito a disponer se bajase el cuerpo a la Iglesia, porque el concurso, que se preveía era menos inconveniente que el que se padecía, y mucho menor que el que se podía temer, debiéndose recelar que las mujeres rompieren la clausura, hasta que entonces habían tenido respeto. Esta resolución desahogó el interior de la casa, porque fueron muchos a coger lugar, y a otros rindió la cortesía, con que se les pedía dejasen libre el interior, cuando se les franquearía el depósito en la iglesia; pero lo que enteramente la desembarazó, fue ver que vestido ya, y compuesto en la caja, se conducía el cadáver, y como esta alhaja era la que deseaba el respeto, la veneración, el cariño y la ternura, todo el desembarazo en el interior de la casa fue el aumento de confusión en la iglesia; los jesuitas procuraron defender el cadáver, pero la devoción lo desnudó muy presto, dándose por dichoso quien lograba por reliquia algún pedazo del vestido; y no fue poco el cuidado y esfuerzo que costó, que no despedazasen el cuerpo, a que se atrevió la devoción, cortando algunos pedazos de carne; pero como los jesuitas eran bastantes en número, pudieron conseguir vestirle segunda vez.

Creyeron con esto contrastar  contra el ímpetu de la devoción, porque no sabían lo que sucedería lejos del féretro; y era que los que habían conseguido alguna reliquia, la daban a besar a los que no podían llegar; y este contacto logró por efecto, muchas instantáneas maravillas; estas obligaron a los demás a dar un asalto tan fuerte, que no sólo le hurtaron todos los vestidos, sino que abrazando el cuerpo desnudo le despedazaban: hurto que siendo tan sagrado, le excusaba la devoción de sacrilegio: varios jesuitas le libraron, recobrándole como pudieron, abandonando el féretro, que todo dividido en pequeñas astillas, le repartía entre sí la multitud; dispúsose otro y se previnieron las avenidas con guardas bastantes para defender los insultos; pero ni estas bastaron para impedir la rapiña, ni fueron suficientes para dar lugar a las exequias; estas se intentaron en repetidas horas del siguiente día, ideando las que más libres se juzgaron por más incómodas, hasta la resolución de tocar el oficio después de comer, creyendo que por hora en que está ocupada la gente en este ejercicio, evacuaría la iglesia; pero como a los concurrentes les importaba más que el comer el sanar, ni a aquella hora concedieron tiempo ni sosiego para esta religiosísima función, quizá con providencia del cielo, que explicó por este medio, que no necesitaba de sufragios aquella alma, por cuyos méritos Dios hacía tanto bien a los más necesitados.

Esta excusa tenía el pueblo en su concurrencia, porque a la verdad, fueron innumerables los prodigios con que Dios quiso ser este día glorificado en su siervo; diré alguno, no habiendo vida ni papel para referirlos todos.

Guillermo Dogana vivía mortificadísimo de una doble quebradura, cuyos dolores le imposibilitaban de ejercicio, y sobre dolorido se había reducido a mendigo; llegó a la iglesia, tuvo la fortuna de que otro le prestase un pedacito de la camisa que el Padre tenía en el féretro, y aplicada a la parte, le soldó instantáneamente, quedando fuerte y robusto para ganar con su oficio, que era de trabajo, la comida. 

Antonio Pifa padecía una fístula pútrida debajo del oído derecho; logró en el asalto un pedacito de la sotana del Padre, que aplicada a la fístula la cerró, dejando bueno al sujeto por largos años.

Cristina Cacabense, no pudiendo lograr reliquias, tocó al cuerpo unas flores, y con las flores un oído que tenía perdido, y aunque la flor por su olor es objeto del olfato, y por su hermosura de la vista, en esta ocasión, sino fue objeto de remedio, y milagro, porque al punto empezó a oír el murmullo y el clamor de los demás.

Cathalina Genovasia había dado a luz un infante con felicidad; pero cuando se creyó libre del parto, le sobrevinieron unos tan agudos y tan vivos dolores de vientre, que sin penetrar la causa, ni aún poderla inferir los médicos, la desahuciaron; en esta aflicción estaba al segundo día de su parto, cuando una vecina, lastimada del dolor y ansias de la enferma, le llevó una reliquia de la sotana del Padre, que había logrado en el segundo saqueo, y poniéndola sobre el vientre de la enferma, al punto, sin dolor alguno se aligeró un segundo feto que sentía, y arrojó en un monstruo vivo, con la cabeza muy semejante a un topo con dientes, que causaron admiración a la medicina no hubiese roído las entrañas.

Estas maravillas alborotaron la ciudad y nuestra iglesia, dice el P. Pozo, no era templo para orar, sino mercado de favores, en donde a poco precio se dispensaban milagros; y si en las ferias suelen los que venden pregonar sus mercaderías, en la iglesia todo era lastimosos tiernos gritos, en que los compradores pedían al precio de su fe milagros. Padre mío, clamaba uno, que me he vestido para besaros los pies, y para que me libertéis de estas tercianas. Padre santo, imploraba otro, remedio para mi hijo que se muere sin remedio, Padre Luis, decía otro, quitadme este continuo dolor. Padre Lanuza, gritaba otro, dadme vista; y si no todos, los más lograban hablar bien de esta feria, por lo bien que les iba.

Fue tan franca, que aun a quien no acudía a comprar, se hallaba feriados los milagros; así le sucedió a María de Judicis, que siete años antes había cegado de una fluxon tan acre, que se creía la había consumido los ojos: llovía cuando pasó por las puerta de la iglesia, y sin saber nada de lo que pasaba, la introdujo dentro quien la guiaba, para refugiarla del agua: oyó los clamores, supo la causa, entró en confianza, avivó su fe, y mandó la acercasen al féretro: consiguiólo a costa de no tan poco trabajo, y tentando, encontró con las manos del Padre, agarrólas con firmeza e imploró así: Padre santo, santo mío, no os he de soltar si primero no me concedéis la salud: fue estupendo el milagro, porque al punto vio, se le quitaron los continuos dolores que padecía en los ojos y empezó con otros muchos a clamar: Milagro, milagro del santo Lanuza.

Estos ecos llegaron a los oídos de una pobre doncella Ana Badulata, esta de su nacimiento había padecido agudos dolores de ojos, y tanto, que decía que le parecía le entraban espinas por las niñas; el corrimiento era continuo y sin alivio, añadiéndose la pena verse ciega por el largo tiempo de siete años: oyó el milagro, y con el deseo de otro semejante, rogó tanto a su madre la llevase a la casa profeta, que si bien esta no se rindió, por no llevara una ciega entre tanto concurso, su abuela, movida a compasión, le dijo: ven, que yo te llevaré, siquiera porque nos dejes; así lo hizo; pero presto se arrepintió, porque la iglesia estaba tan embarazada y tan impenetrable al concurso, que no juzgó posible que una muchacha ciega pudiese  conseguir llegar al féretro como deseaba; pero la ciega con su fe y con el brío de la mocedad, sin más tino ni guía, que dejarse llevar de las olas, consiguió acercarse al féretro, y tocó con las manos el ataúd, asióle bien y abriendo con el esfuerzo de una fe ciega, y de un deseo vivo los párpados, vio los pies del Padre; ya con esta certidumbre aplicó los ojos a los pies, que luego besó con ternura y levantando la cara, vio con distinción a todo el concurso, y todo el concurso vio sana a la que había llegado ciega, hacia el que la había de sanar.

Con estas maravillas no fue posible dar sepultura al cuerpo en todo el día, ni hubiera sido posible en muchos, si la Providencia no hubiese tenido a su favor las tinieblas de la noche, con cuya sombra, como era Moner el tropel de la gente, cuando se halló en un rato menos embarazada la iglesia, a costa de repartir mucha parte de los vestidos que el Padre tenía puestos, se consiguió depositarle entre los nuestros, sin que esta ocultación impidiese el curso de muchos milagros, que obraron por largo tiempo aquellas reliquias de sus vestidos, su memoria en los corazones de quienes le conocieron, su poderosa intercesión en sus devotos, y la fe en los que le invocaban: de estos prodigios se autenticaron muchos, y se pueden leer en la Vida, que difusamente escribió en latín el P. Andrés del Pozo, aunque en compendio y la trasladó el Padre Mathias Tanner sus varones ilustres: hace mención del Padre Luis de Lanuza el Menologio de la Compañía a los veinte y uno de octubre.






miércoles, 19 de septiembre de 2012

Iglesias y Conventos de Santa Úrsula en el Mundo


Este listado se irá actualizando a medida que se vaya obteniendo más información.

  En Alemania:
• Iglesia de Santa Úrsula en la ciudad de Colonia, Renania del Norte-Westfalia. Esta iglesia tiene el rango de Basílica y guarda los restos de Santa Ursula y de sus compañeras mártires,
• Iglesia de Santa Úrsula, en la ciudad de Augsburgo, Baviera,
• Iglesia de Santa Úrsula, en la ciudad de Oberursel, Darmstadt.
St.-Ursula-Gasse, 61440
Oberursel
En El Salvador:
• Iglesia de Santa Úrsula en Jicalapa, Depto. La Libertad.

En Eslovenia:
• Iglesia de Santa Úrsula en Setnica, Dovrova-Polhov Gradec.
• Iglesia de Santa Úrsula en Bojtina.
• Iglesia de Santa Úrsula en Monte Gora, Región de Karinthia-Savinja.

  En España:
• Iglesia de Santa Úrsula (B.I.C. 07/02/1986), católica, en Adeje, provincia de Santa Cruz de Tenerife,
• Iglesia de Santa Úrsula, católica, en la parroquia de Carrandi (concejo de Colunga), Principado de Asturias,
• Iglesia de Santa Úrsula (B.I.C. 2006), católica, en la localidad de Santa Úrsula, provincia de Santa Cruz de Tenerife,
• Iglesia de Santa Úrsula, católica, en la ciudad de Toledo, provincia de Toledo,
• Iglesia de Santa Úrsula, católica, en la ciudad de Valencia, provincia de Valencia,
• Convento de Santa Úrsula, católico, en Salamanca.
• Convento de Santa Úrsula, católico, en Toledo.
• Convento de Santa Úrsula, católico, en Jaén.
• Convento de Santa Úrsula, católico, en Alcalá de Henares.

En Estados Unidos:
• Iglesia de Santa Úrsula en Allison Park, Pensilvania.
3937 Kirk Avenue,
Allison Park, PA 15101
• Iglesia de Santa Úrsula en Baltimore, Maryland.
8801, Harford Road,
Baltimore, MD 21234
• Iglesia de Santa Úrsula en Fountain Hill, Pensilvania.
1300 Broadway,
Fountain Hill, PA 18015

• Iglesia de Santa Úrsula en Mount Vernon, Nueva York.
214 East Lincoln Avenue
Mount Vernon, NY 10552

En Filipinas:
• Iglesia de Santa Úrsula, en el municipio de Binangonan, Isla de Luzón.

En Finlandia:
• Iglesia de Santa Úrsula, en Kuovola.

 En Holanda:
• Iglesia de Santa Úrsula, en el municipio de Warmenhuizen, Holanda Septentrional,

En Islas Virgenes:
• Iglesia de Santa Úrsula en Virgin Gorda. Administrada por the Divine Word Missionaries.
P.O. Box 64, The Valley
Virgin Gorda, British Virgin Islands
 En Italia:
• Iglesia de Santa Úrsula, en la ciudad de Roma,
• Iglesia de Santa Úrsula en Erice, Sicilia.
• Iglesia de Santa Úrsula en Catania. 
• Convento de Santa Úrsula, en Florencia.

En Malta:
• Convento de Santa Úrsula, La Valleta, Malta.

 En México:
• Iglesia de Santa Úrsula, en la ciudad de Cosalá, estado de Sinaloa,
• Iglesia de Santa Úrsula Xitla, Tlalpan, D.F.
Panteón 2 esq. Santa Úrsula
Col. Santa Úrsula Xitla C.P. 14420
• Iglesia de Santa Úrsula Col. Santa Úrsula Coapa, Coyoacán, D.F.
Calz. México Tlalpan Km. 14
Col. Santa Úrsula Coapa C.P. 4350
Del. Coyoacán
 En Perú:
• Iglesia de Santa Úrsula en Tagre.
• Iglesia de Santa Úrsula en Viraco.
 
En República Checa:
• Iglesia de Santa Úrsula, en la ciudad de Praga,

En Rumania:
• Iglesia de Santa Úrsula en Sibiu. Griego-católica.

En Suiza:
• Catedral de Santa Úrsula en Solothurn. Tiene 11 altares y 11 campanas.
• Iglesia de Santa Úrsula, Berna. Iglesia anglicana,


Santa Ursula en el Museo del Prado, Madrid


El Museo Nacional del Prado, en Madrid, España, es uno de los más importantes del mundo, así como uno de los más visitados (el undécimo en 2010).

Singularmente rico en cuadros de maestros europeos de los siglos XVI al XIX, su principal atractivo radica en la amplia presencia de Velázquez, El Greco, Goya (el artista más extensamente representado en la colección), Tiziano, Rubens y El Bosco, de los que posee las mejores y más extensas colecciones que existen a nivel mundial,  a lo que hay que sumar destacados conjuntos de autores tan importantes como Murillo, Ribera, Zurbarán, Rafael, Veronese, Tintoretto o Van Dyck, por citar sólo los más relevantes.

La colección de pintura del Museo sobrepasa las 8.600 obras. De ellas, poco más de 3.000 proceden de la Colección Real, algo más de 2.000 del Museo de la Trinidad y el resto, más de 3.500, del fondo denominado de Nuevas Adquisiciones, en el que se integran también las que realizó el Museo de la Trinidad y las pinturas que recibió en 1971 del Museo de Arte Moderno.




Las siguientes cuatro obras de arte sobre la vida de Santa Ursula son de autor anónimo, fechadas entre 1425 y 1450, realizadas con la técnica de al temple sobre tabla y su estilo es el de la escuela española. Los cuatro cuadros proceden del Convento de San Pablo de los Dominicos, Palencia; Antonio Gorostiza, Bilbao; Adquisición Fondos Legado Villaescusa, 1992. Proceden de la Iglesia de San Pablo en Palencia, donde constituían el cuerpo superior del Retablo de Santa Úrsula.


Num. de catálogo: P07630
Título: Petición de mano de Santa Úrsula
Soporte: Tabla
Medidas: 99,5 cm x 43,5 cm
Expuesto: Si
 

 

Num. de catálogo: P07631
Título: El embajador de Inglaterra da cuenta a su rey de los acontecimientos de su misión
Medidas: 99,5 cm x 45 cm
Expuesto: No
 
 

 
Num. de catálogo: P07632
Título: Bautismo de Conan en presencia de Santa Ursula y su padre
Medidas:100 cm x 47,5 cm
Expuesto: No
 


Num. de catálogo: P07633
Título: Llegada a puerto de la nave de Santa Ursula y sus compañeras
Medidas: 100 cm x 44,5 cm
Expuesto: Si

Los cuatro cuadros anteriores poseen características, propias del estilo internacional, similares en pintores de regiones distintas y distantes, justifican que antes de confirmarse su origen palentino se consideraran valencianas. El autor sigue la Leyenda dorada de Jacobo de Vorágine (siglo XIII). Cada historia, traducida con colores brillantes, abundante oro y en diferentes escenarios, muestra a sus protagonistas con formas esbeltas de tendencia curvilínea y ricos vestidos a la moda.




Num. de catálogo: P00050
Autor: Bellini, Giovanni (y taller)
Título: La Virgen con el Niño entre dos santas
Cronología: Hacia 1490
Técnica: Óleo
Soporte: Tabla
Medidas: 77 cm x 104 cm
Escuela: Italiana
Tema: Religión
Expuesto: Si
Procedencia: Colección Real (colección Carlo Maratti, Roma, 1712; adquirida por Felipe V, 1723, nº 173; col. Felipe V, Palacio de La Granja de San Ildefonso, Segovia, pieza de la chimenea, 1746, nº 341; La Granja, 1794, nº 341; La Granja, 1814-1818, nº 341).
La Virgen sostiene en su brazos al Niño Jesús flanqueada por dos santas en una Sacra Conversación. La santa de la izquierda se ha identificado como Santa Catalina y la de la derecha como Santa Úrsula, que porta la flecha de su martirio, pero para otros estudiossos, se podría tratar de Santa María Magdalena. Excepto la figura del Niño, las demás se representan de tres cuartos sobre un fondo de cortinaje verde.
Esta obra perteneció a la colección de Felipe V (1683-1746).




Ángel de la guarda con los santos Ursula y Tomas (Madrid, Museo del Prado) Oleo pintado por Francesco detto del Caravaggio. Vemos a la santa atravesado su cuello por una flecha mortal.
La influencia de Caravaggio se puede detectar en las pinturas realizadas por Cecco del Caravaggio, uno de los talentosos discípulos de Caravaggio.
Mancini, en sus 'Considerazioni sulla Pittura' de c. 1620, menciona a 'Francesco detto del Caravaggio' como un amirador e imitador de Caravaggio. En un documento de 1619 a 'Cecco' - una abreviación de Francesco - aparece registrado entre los artistas franceses que trabajaban con Tassi en Bagnaia en 1613-15. Por l otanto, se consiuera que Cecco era francés (o al menos del norte), lo que es apoyado por su estilo duro, grueso y realista, con expresiones faciales exageradas y elaborados detalles de sus naturalezas muertas. Sus obras son datables alrededor de 1610.




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