Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron.
Artículo tomado del Boletin de la Real Academia de la Historia. TOMO CLXXI. NUMERO III. AÑO 1974.
Fortaleza antígua de Lisboa.
LA RENDICION DE LISBOA EN EL DIA DE
LAS ONCE MIL VÍRGENES.
RELATO DE DODECHINO
A través de los cistercienses, inspiradores de la Orden militar de Avís, filial de Calatrava, las reliquias de las Once mil Vírgenes pudieron haber llegado también muy temprano a Portugal. Mucho antes del incremento que experimentó su culto en el siglo XVI por tierras lusitanas con ocasión de la preponderancia ejercida por los jesuitas en Lisboa y Coimbra, podemos aducir aquí, por lo menos, dos acontecimientos decisivos de la historia de Portugal relacionados con Colonia y con la veneración del sacro ejército de las Once mil Vírgenes y de su capitana Santa Úrsula.
El primero fue la conquista de Lisboa en 1147 por los cruzados nórdicos, impulsados en gran parte por las fervientes predicaciones de San Bernardo. Ya sabemos que las santas vírgenes y mártires de Colonia protegían a sus partidarios en la lucha frente al enemigo y asistían a los moribundos que se confiaban a su tutela.
Las fuentes alemanas del asedio y toma de Lisboa, basadas en relatos epistolares muy semejantes de testigos presenciales: el del sacerdote coloniense Winando, el de Dodechino al abad Cuno de San Disibodo y el de Arnulfo al obispo Milo de Toruenne, están concordes en subrayar que "esta victoria divina, no humana", fue alcanzada el 21 de octubre, "en la fiesta de las Once mil Vírgenes".
Algunos de los cristianos muertos durante la acción y enterrados delante de la ciudad de Lisboa manifestaron prosecución del culto de los patronos tutelares, entre los cuales el de Santa Ursula y sus compañeras ocupaba uno de los lugares más destacados. En la obra de Herculano, t. IIl, pp. 307-310, el lector encontrará reseñados las fuentes históricas de la conquista de Lisboa. Muchas de estas fuentes fueron recogidas por este mismo autor en sus Portugaliae Monumenta Historiea (Scriptores), vol. 1. Aunque Herculano conoció el resumen de la carta de Dodechino publicado en la colección Illustrium Veterum Scriptorum, hecha por J . Pistario Nidana, t. J. pp. 473-74, Francfurti, 1583, no pudo leer el informe en su totalidad. Por esta razón, y por su interés para nosotros a causa especialmente de las arribadas que los cruzados hicieron en las costas del Cantábrico y en las costas gallegas, queremos ofrecerla aquí íntegra en nuestra versión castellana. Dice así :
"Para el Sr. D. Cuno abad por la gracia de Dios en el Monte de S. Disibodo (Disenberg) y para los hermanos que allí le sirven, de Dodechino, humilde sacerdote en Logenstein por la misma gracia, oraciones y obediencia.
"Deseando acomodarme en todo a vuestro mandato, carísimo padre, me he propuesto escribiros sumariamente algo acerca de la expedición naval que por la virtud de Dios se llevó a cabo delante de Lisboa. Porque si pretendiera escribir esta empresa con todos sus pormenores, refiriendo las tempestades por las que fuimos acosados y zarandeados, los trabajos y tribulaciones que hubimos de soportar tanto en la tierra como en el mar, hasta que Dios nos otorgó con su gracia su consuelo, menester seria toda una serie de libros para dar cabida a todas las peripecias de esta larga historia. Mas yo, en atención a la brevedad, me limitaré tan sólo a aquellas cosas más dignas de mención, comunicándoselas a vuestra paternidad tal como pasaron ante mis ojos.
"En el año de la Encarnación de nuestro Señor de 1147, en la octava de Pascua, que fue el 27 de abril, se puso en movimiento desde Colonia el ejército naval. El 19 de mayo llegamos al Puerto inglés de Dartmouth (Derthmute), donde encontramos al conde Arnoldo de Aerschot con casi 200 naves, compuestas, por partes iguales, de ingleses y flamencos. Allí nos detuvimos tres días, y el viernes antes de las Rogaciones (23 de mayo) continuamos viaje navegando esforzadamente y sin descanso en alta mar por espacio de ocho días y ocho noches. En la víspera y en el día de la fiesta de la Ascensión (28 y 29 de mayo) tuvimos que arrostrar una violentísima tempestad. Por fin el día 30, con casi 50 naves y las demás dispersas, entrarnos en un puerto de España llamado Gozón ("Gozzim": en Arnulfo: "Gollim" o "Gozzem"; en Ann. Magdeb., t. XVI de los MGH. SS., p. 189: "Gozim".) A continuación nos dirigimos al puerto que llaman Vivero (Viver), situado en la misma costa. Después de salir de aquí, el 6 de junio, alcanzarnos el puerto de Galicia llamado Tambre ("Thamara"; en Arnulfo: "Fambre"; en los Ann. Magdeb.: "Tambre"). el cual dista 8 millas de Santiago. En la víspera de Pentecostés (7 de junio) fuimos a visitar el venerable cuerpo del Apóstol, y allí celebramos con gran alegría la santa festividad. Volviendo al puerto, el día 15 navegamos de nuevo, y el 16, entrando por el río que llaman Duero ("Drius" o "Dorus"), fondeamos en la ciudad de Oporto ("Portugal" o " PortugaJim"). Alli el obispo de la ciudad, que esperaba ya nuestra llegada, nos recibió con grandes muestras de júbilo y regocijo por mandado del rey. Aquí nos quedamos once días, mientras esperábamos las naves del conde Arnaldo de Arschot, las cuales, a causa de la referida tempestad, se habían separado de nosotros. Durante este tiempo, por la Buena disposición del rey hacia nosotros, obtuvimos a precios equitativos lo mismo vino que toda suerte de delicados manjares. Al llegar el conde y los suyos reanudamos la navegación, y dos días después, vísperas de San Pedro y San Pablo (28 de junio), penetrando por la desembocadura del río llamado Tajo ("Tagus"), anclamos delante de Lisboa ("Ulixibona").
"Esta ciudad, según refieren las historias de los sarracenos, fue fundada por Ulises después de la destrucción de Troya, y edificada sobre un monte inexpugnable para los humanos, a causa de la admirable estructura y disposición de sus muros y baluartes. En torno a la ciudad levantamos las tiendas de campaña, y el 1 de julio, con la ayuda del poder divino, nos apoderamos valerosamente de los suburbios. Después de haber dirigido varios asaltos cerca de las murallas, no sin grandes pérdidas por nuestra parte, el tiempo transcurrido hasta el 1 de agosto lo pasamos haciendo máquinas de guerra. Y así con gran esfuerzo construimos dos torres móviles, junto a la orilla, una en la parte oriental, ocupada por los flamencos, y otra en la parte occidental, donde los ingleses habían puesto los campamentos. Dispusimos también cuatro puentes en siete naves, por medio de los cuales nos resultaría más fácil el acceso a la ciudad por encima de las murallas. Cerca de la fiesta de la Asunción (15 de agosto), avanzando con todos estos pertrechos, fuimos rechazados con grandes pérdidas por los sarracenos. Pues éstos, saliendo impetuosamente de la ciudad, demolieron con sus máquinas nuestras torres, y la torre de los ingleses la destruyeron arrojando fuego en su interior. De la misma manera la máquina que había sido construida para minar la muralla la quemaron, y con ella pereció también su artífice. Aparte de los innumerables muertos que los enemigos nos causaron con flechas y maganeIas, ellos fueron también castigados duramente por los nuestros con pérdidas no menos elevadas. Aunque pasajeramente quebrantados por las pérdidas sufridas en hombres y material, los cristianos, puesta su confianza en la misericordia divina, se dispusieron a reparar las máquinas y demás ingenios de guerra. Entretanto el hambre empezó a estrechar a los sarracenos, y, cosa inaudita, éstos llegaron a devorar perros y gatos. Muchos hubo también que huyendo en secreto se entregaron espontáneamente a los cristianos. Una parte de ellos, una vez bautizados, fueron recibidos en la sociedad cristiana, algunos fueron degollados y otros con los miembros mutilados fueron devueltos a la ciudad. Pero para no pecar de prolijo, muchas otras cosas que entonces nos sucedieron, prósperas unas y adversas otras, como acontece siempre en la guerra, las pasaré en silencio, reservándolas, si acaso, para aquellos que quieran explicarlas más por extenso.
"Por último, cerca de la Natividad de Nuestra Señora (8 de septiembre), un hábil ingeniero de origen pisano emplazó una torre de extraordinaria altitud en aquella parte donde primeramente había sido destruida la torre de los ingleses, y esta obra digna de alabanza, costeada por el rey y ejecutada con el esfuerzo y colaboración de todo el ejército, quedó lista a mediados de octubre. Pero también un cierto número de soldados oriundos de nuestra patria, por el mismo tiempo en que la torre del pisano quedó terminada, a pesar de la fuerte oposición de los sarracenos, habían hecho enormes socavones por debajo de las murallas, los cuales terminaron rellenándolos con gran cantidad de troncos. Y en la misma noche de la fiesta de San Gallo abad (l6 de octubre) le plantaron fuego a los troncos, y un lienzo de la muralla, de casi 200 pies de longitud, se vino al suelo. Los nuestros, despertando del sueño por aquel estrépito, echaron mano a las armas y se lanzaron, dando grandes gritos, hacia aquella parte arruinada de la muralla, creyendo poder entrar en la ciudad sin más dificultad. Pero encontraron a los sarracenos que, espantados por el estruendo de la ruina, se habían aprestado a defender la brecha, y repelieron valerosamente a los cristianos, de modo que los nuestros, frustrados sus intentos y afligidos por tantos golpes, se vieron obligados a replegarse al campamento. Por su parte, los sarracenos pasaron el resto de la noche ocupados en restaurar aquella parte de la muralla, y acarreando tierra y piedras levantaron un terraplén a la altura de un hombre, y, apilando encima tablas de navíos y puertas de casas, se parapetaron detrás dispuestos a resistir virilmente a los cristianos.
Los nuestros, por el contrario, desde el comienzo de esta operación, los estuvieron hostigando toda la noche con maganelas, flechas y toda clase de armas, y. al rayar el día, invocando la clemencia de Cristo, se dispusieron unánimes a destruir aquella improvisada fortificación, pero de nuevo los nuestros fueron rechazados con grandes bajas de muertos y heridos. Finalmente los cristianos casi sin saber a qué atenerse, invocando con lágrimas en los ojos la misericordia de Cristo, la torre ya mencionada, recubierta de mimbres y forrada de cueros de buey, y atestada de guerreros, la arrimaron valientemente a la muralla. Los defensores, al ver aquella torre sobresalir por encima de sus murallas y de sus casas, les entró tal pánico, inspirado más bien por divina que por humana virtud, que, arrojando las armas, pidieron condiciones para rendirse. Las cuales le fueron concedidas, y así se firmó un pacto entre ellos y nosotros, según el cual todos los haberes lo mismo en oro que en plata, vestidos, caballos y mulos serían para nosotros, mientras que la ciudad se la entregarían al rey. Y a ellos, si no quebrantaban el acuerdo establecido, se les dejaría marchar respetando la integridad de sus cuerpos. Esta victoria tan anhelada y apenas esperada fue obtenida por la virtud de Dios el día de la fiesta de las Once mil Vírgenes (21 de octubre). Que la conseguimos por la intervención de estas vírgenes, de esto no dudamos. Los milagros evidentes que se produjeron son una prueba fehaciente del auxilio que nuestros santos tutelares nos prestaron. Pues en el lugar fuera del campamento donde habían recibido sepultura los cuerpos de nuestros mártires, muchos, a quienes la divina piedad concedió semejante privilegio, vieron brillar luces en la oscuridad de la noche; y dos mudos bien conocidos de todo el ejército, uno por la fiesta de San Gereón (10 de octubre), y otro por la de Todos los Santos (1 de noviembre) recibieron el uso del habla en aquel mismo lugar. Y todos estos prodigios no fueron producto de nuestra fantasía, sino que, confirmados por veraces y numerosos testigos, los vimos con nuestros ojos y los palpamos con nuestras propias manos. Después de esta empresa, tan felizmente realizada, los nuestros pasaron el invierno en la ciudad hasta el 1 de febrero. Desde allí, navegando en intervalos diferentes, arribaron, como habían prometido, al sepulcro del Señor. ¡Sea con salud vuestra santidad!"
Durante el gobierno de Cuno (1136-1155), cuarto abad del monasterio benedictino de S. Disibodo, se había concluido el nuevo monasterio (novuro monasterium), comenzando, según los Annales S. Disibodi, en el año 1108, bajo Buchardo, ex abad del monasterio de Santiago en Maguncia, el cual, por designación del arzobispo Rulhardo, fue nombrado primer abad en el Monte de S. Disibodo (Disenberg o Dlslbodenberg). En 1139 habían sido trasladadas ya las reliquias de S. Disibodo de la antigua iglesia (a veteri ecclesia) al nuevo cenobio. En 1143, con la terminación del altar mayor, el monasterio fue dedicado por el arzobispo Enrique de Maguncia en honor "de nuestro beatísimo padre Disibodo", Y en el mismo año fueron reconocidas de nuevo las reliquias del santo patrón y colocadas en un túmulo de piedra, detrás del altar mayor, en dos recipientes de plomo, en uno los huesos, y en el otro, un poco mayor, las cenizas. En este mismo túmulo se pusieron, en nichos de madera, tres cuerpos de las Once mil Vírgenes, así como algunas reliquias de la Legión Tebana. En virtud del predominio cada vez mayor del Cister, el 9 de marzo de 1259, con el asentimiento del abad Otón y de todo el convento reunido, la abadía de S. Disibodo pasó a ser filial del monasterio cisterciense de Otterburgo, dependiente de Morimundo, según Dubois (MGH. SS., t. XVlI , páginas 20-26; L. Janauschek, Origo, pp. 251-252) .