Lapida

Lapida
Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania

lunes, 10 de septiembre de 2012

Pintura. Maestro de la leyenda de Santa Ursula

la Leyenda de Santa Úrsula, la Iglesia y la Sinagoga



Exterior del panel de la Leyenda de Santa Ursula

Maestro de la Leyenda de Santa Úrsula: Escenas de la vida de Santa Úrsula, h. 1485, tabla, cada escena mide 47 × 30 cm, Claustro de las Hermanas Negras de Brujas.


Interior del panel de la Leyenda de Santa Ursula

El Maestro de la leyenda de Santa Úrsula fue un pintor flamenco activo en el siglo XV. Su nombre deriva de un políptico representando escenas de la vida de Santa Úrsula pintado para el convento de las Hermanas Negras de Brujas; la ciudad aparece en la parte posterior de una serie de pinturas, en la que el campanario y la torre de la Iglesia de Nuestra Señora. En consecuencia es posible, dadas las etapas de construcción del campanario, determinar que el retablo se pintó en algún momento antes de 1483 o entre 1493 y 1499. Actualmente los paneles están dispersos entre una serie de museos por todo el mundo.



El. Maestro de la Leyenda de santa Úrsula no tiene atribuidas muchas pinturas y la única obra documentada que se conserva es La Virgen y el Niño con tres donantes, fechada en 1486, que pertenece a la colección del Koninklijk Museum voor Schone Kunsten de Amberes, que es, además, una de sus tablas más importantes. Entre los retratos que han llegado hasta nuestros días cabe destacar el Retrato de un donante, hacia 1479, del Philadelphia Museum of Art, que supuestamente representa a Lodovico Portinari, y que junto a La Virgen y el Niño, que se exhibe en el Fogg Art Museum de Cambridge (Massachusetts), conformaba un díptico. Muchas de sus pinturas incluyen la imagen de la torre del ayuntamiento de su ciudad, elemento que ha resultado fundamental a la hora de reconstruir su trayectoria artística y establecer una cronología . Otras pinturas atribuidas a este artista están en Bruselas, Cherburgo, Toronto y Rochester. Entre sus alumnos se cree que estuvieron tanto Rogier van der Weyden como Hans Memling.



En. su estilo confluyen las influencias de Rogier van der Weyden y Hans Memling, contemporáneo suyo, y algunas de sus obras estuvieron atribuidas, durante largo tiempo, a Hugo van der Goes. La tabla central del tríptico de La Natividad (c. 1495-1500), del Detroit Institute of Arts, evidencia claramente las composiciones de Memling, mientras que el ala lateral izquierda, con la representación de La Visitación, recuerda el estilo de Van der Weyden

DETALLES DE LA OBRA


Los dos grandes alas están compuestos cada una de cuatro pequeños paneles pintados en ambos lados. En la parte frontal se encuentra la leyenda de Santa Úrsula y las once mil vírgenes con detalles del relato. El orden de las pinturas, como en un libro abierto es el siguiente:


1. En primer plano, el rey pagano de Inglaterra da un mensaje a un heraldo. Contiene la solicitud para que su hijo Etherius (con halcón) se case con la piadosa Ursula, hija de Deonotus, rey de Bretaña. La túnica del heraldo lleva el escudo de armas de Eduardo IX (rey de Inglaterra en el momento en que se hizo la pintura). En la [arte inferior derecha del cuadro vemos la salida del heraldo hacia Bretaña. En el fondo superior el heraldo le entrega el mensaje al rey Deonotus, en presencia de Ursula.


2. Con la inspiración divina Ursula acepta, con la condición de que primero se envíen once mil vírgenes con las que haría una peregrinación a Roma. La escena muestra el embarco de las vírgenes, bajo la atenta mirada del rey y la reina de Inglaterra y del príncipe.


3. Ursula también se embarca y se despide de sus padres en la orilla rocosa. La nave lleva escudos de armas con el blasón de los duques de Bretaña. En el fondo se puede ver el campanario de Brujas, aunque sin su corona octogonal, la cual fue construida desde 1482 hasta 1486.


4. Los peregrinos desembarcan en Colonia, cuyo escudo de armas se puede ver sobre la puerta de la ciudad. Un ángel predice a Ursula que a su regreso de Roma padecerá una muerte de mártir en Colonia.


5. Las viajeras llega a Basilea, después de lo cual se sigue a pie a Roma, ciudad que es retratada en primer plano. En la parte trasera el Papa y su séquito avancan hacia los peregrinos. En el escudo de armas: S [enatus] P [opulus] Q [ue] R [omanus].


6. Al salir de Roma Ursula va acompañada por el Papa, el cardenal Vincentius y James, arzobispo de Antioquía, que deseaba unirse a ella en el viaje de regreso.


7. En Colonia todo el grupo es asesinado por los hunos que habían ocupado mientras tanto la ciudad bajo su líder, Julius (con una túnica larga en el muelle). En la nave arriba a la izquierda podemos distinguir al príncipe Etherius, que había obedecido a una voz celestial y llegar a Colonia a morir como un mártir con Ursula.

En la imagen asistimos a la escena del martirio. En el barco más próximo al espectador Úrsula recibe el impacto de una flecha, mientras sus compañeras son decapitadas o atravesadas con espadas.

Se aprecia en el segundo de los barcos la presencia del Papa Ciriaco (la tiara permite su identificación), así como la de un obispo ya decapitado en primer plano (según la leyenda además del Papa algunos otros eclesiásticos acabaron sumándose a la peregrinación).


8. En una capilla se veneran las reliquias de Santa Úrsula y las once mil vírgenes. Ellos pertenecen a diferentes clases sociales: hay aristócratas y burgueses. A la izquierda se arrodilla un peregrino con insignia y una caja de provisiones. Un sacerdote reza en el altar. Las velas y exvotos de cera se venden en la entrada. Arriba a la izquierda una monja se arrodilla en un hábito negro discretamente. Sin que pretenda ser un retrato, esa religiosa podría ser una monja agustina.



Las dos alas pequeñas, que probablemente pertenecieron al retablo mismo, muestran a la Iglesia o el Nuevo Testamento el uno y la Sinagoga o el Antiguo Testamento el otro. La Iglesia sostiene el cáliz y la forma de la cruz. La sinagoga tiene los ojos vendados y sostiene en su mano derecha una lanza rota, mientras que las antiguas tablas de la ley se le deslizan de la mano izquierda.

Para la historia de Úrsula aquí representada, se ha seguido bastante fielmente la Leyenda Aurea del siglo XIII,.

La forma original del retablo sólo se puede adivinar. El panel central pudo haberse parecido a el retablo retratado en el octavo panel, aunque posiblemente no debe de haber estado relacionada a la leyenda de Santa Ursula. Sin embargo, es probable que también pudo haber mostrado la figura de Ursula protegiendo las once mil vírgenes bajo su capa, ya sea en forma de pintura o esculpida. A juzgar por la procedencia común y el estilo de los pequeños paneles con la Iglesia y la Sinagoga, al parecer también pertenecían a este retablo. Probablemente eran las alas superiores de los paneles con la leyenda de Ursula que cuando está cerrado, se destina a cubrir un panel central con una pieza central elevada.

El pintor de esta obra es desconocido. Los paneles fueron atribuidos a Bouts Dieric en el siglo XIX, pero más tarde se atribuyeron a un contemporáneo de Memling, denominado Maestro de la Leyenda de Santa Úrsula. Debido a que el campanario se muestra sin su superestructura octogonal, construida desde 1482 hasta 1486, el retablo definitivamente es anterior al la Arqueta de Santa Ursula de Memling (terminado 1489), probablemente pintado antes de 1482.


 


Leyendas Puertorriqueñas. Las once mil vírgenes


 
El Dr. Cayetano Coll y Toste (30 noviembre 1850 hasta 19 noviembre 1930), fue un historiador y escritor puertorriqueño. Él era el patriarca de una familia prominente de Puerto Rico, con educadores, políticos y escritores.

Entre sus muchas obras escritas están:
"El Boletín Histórico de Puerto Rico" (Boletín Histórico de Puerto Rico),
"Crónicas de Arecibo" (Anales Arecibo) y
"Leyendas y Tradiciones Puertorriqueñas" (Puerto Rico Leyendas y Tradiciones).

Su investigación sobre la historia de Puerto Rico dio a la gente una idea de la isla desde los tiempos de los Taínos hasta 1927. Una de sus obras "El Vocabulario Indo-antillana" es valiosa para comprender el modo de vida de los taínos. Sus obras son de lectura obligatoria en las escuelas de Puerto Rico y universidades.

 
 
I
El general inglés Abercromby(1) en 1797 dirigióse contra la isla de Trinidad(2), comandando una formidable escuadra de sesenta velas y habiéndose apoderado fácilmente de aquella tierra, hizo rumbo a la de Puerto Rico y desembarcó sus aguerridas tropas en las playas de Cangrejos en son de conquista.

Gobernaba este país el general don Ramón de Castro y prontamente puso la ciudad en estado de defensa. Se tocó la generala. Se distribuyó la guarnición. Se cortó el puente de San Antonio. Se organizaron ganguiles(3), pontones y baterías flotantes en lanchas cañoneras y se levantaron patrullas en cuerpos volantes para recorrer y defender los campos circunvecinos de las incursiones y depredaciones del enemigo. Se publicó un bando para que las mujeres, los niños y los viejos abandonaran la ciudad, quedando solo los hombres útiles para tomar las armas.

No fue posible evitar el desembarco de las tropas inglesas, porque los navíos anclados en la ensenada de Cangrejos, barriendo la playa con metralla, protegían las chalupas y botes que desembarcaban las tropas enemigas cerca de la playa llamada la Torrecilla.

El general Abercromby situó su cuartel general en la Casa del Obispo cerca de la iglesia de San Mateo y empezó a avanzar hacia poniente. Al llegar al Puente de San Antonio le detuvo la cortina de fuego de este fortin, que fué destruido en 1896, y la metralla del Castillo de San Gerónimo. Entonces levantó trincheras en Miramar (en aquella época se llamaba el Rodeo y posteriormente El Olimpo) y en el Condado. No le fué posible pasar adelante, aunque tomó los polvorines de Miraflores. Si recio y sostenido era el fuego de cañón y mortero del inglés, porfiada era la defensa de la plaza. El sitio empezó el 17 de abril y el 29 del mismo mes continuaba en iguales condiciones, peleando sitiados y sitiadores con empeño y denuedo.

II
El obispo Trespalacios (4), que regía esta diócesis ayudó a Castro hidalgamente con personal eclesiástico para todos los puestos de la guarnición, hasta los de peligro, y además dinero. La Cruz y la Espada marchaban de común acuerdo en la defensa de San Juan.

El 30 de abril se presentó a su lIustrisima el Provisor y le dijo:
-Señor Obispo, ¿por qué no hacemos una rogativa para implorar el auxilio del cielo?
-Tiene usted mucha razón. Hagamos una rogativa dedicada a Santa Catalina, santa del día y patrona del primer castillo que se hizo en esta ciudad, que hoy es casa de los Gobernadores, y también la dedicaremos a Santa Ursula y a las once mil vírgenes, de quienes soy devoto especial.
-y ¿cómo se dispondrá la procesión?
-Pues toda la ciudad tomará parte en eIla. El que no tenga vela de cera la llevará de esperma o sebo y los muy pobres llevarán antorchas de tabonuco. Yo la presidiré con el Cabildo eclesiástico y las autoridades.
Saldremos de la Catedral y recorreremos todas las calles de la capital y al romper el alba regresaremos al templo para celebrar una misa cantada a toda orquesta.

Tal como lo dispuso el señor obispo tuvo efecto la grandiosa rogativa, con el aditamento de haber echado a vuelo todas las campanas de las iglesias.

III
A las nueve de la noche los espías ingleses que atalayaban, avisaron al cuartel de Abercromby, que se notaba gran movimiento dentro de la ciudad, que se oían grandes repiques de campanas y se vislumbraban grandes luminarias hacia el oeste.

-Estarán recibiendo refuerzos de los campos, dijo el general inglés; y añadió: Mis fragatas, que vigilan la entrada del puerto no pueden acercarse por el fuego que les hacen los baterias del castillo de la entrada.

Y dio órdenes para que las trincheras de El Rodeo y del Condado avivaran lo más intensamente posible el fuego contra la ciudad. Y que hubiera acción de mosquetería sostenida contra las lanchas cañoneras.

A las doce de ta noche volvieron los vigías a notificar al general Abercromby que las luces iban creciendo dentro de la ciudad y que ahora se dirigían al este. Abercromby reunió su estado mayor y le dijo:
-Llevamos cerca de un mes en la fajina de este sitio y no hemos adelantado una pulgada. Tenemos lo que tomamos el primer día y nada más. La plaza está muy bien defendida. Por otra parte la disentería empieza a hacer estragos en nuestra tropa. El agua de que disponemos es muy mala. Hay que tener en cuenta, que los vecinos de los campos, fuertes y aguerridos, van viniendo a socorrer la Capital y no podemos evitarlo. Esta noche se prepara, indudablemente, una gran salida de los sitiados, al primer cuarto de la madrugada para atacar nuestro campamento. Creo, pues, llegado el momento de reembarcar la tropa.

Todos los oficiales de su estado mayor fueron de igual parecer. Se dió la orden de embarque. Se tocó la generala. Y a la mañana siguiente, primero de mayo, estaba completamente levantado el sitio.

IV
En la iglesia Catedral, después de la misa cantada, se entonó el Tedéum laudamus y luego predicó su Ilustrísima.

Un hermano de mi abuela, teniente de Milicias, que entró en la plaza el 22 de abril con una compañía de Milicianos de Arecibo, refería el espléndido triunfo de Santa Ursula y las once mil vírgenes. Mi abuela, que murió de noventa y siete años. y recibió de labios de su hermano la histórica narración, me contaba que las once mil vírgenes, gracias al obispo Trespalacios, que las había implorado a tiempo, salvaron la ciudad del saqueo de los ingleses. Que aquella memorable noche fué cuando más tronó el canon enemigo, y que las balas se volvían de mitad de camino contra los sitiadores y no caían en la ciudad. Y que cuando la gran rogativa entraba en Catedral terminó de repente el cañoneo y desaparecieron los enemigos.

También así lo estuve yo creyendo mucho tiempo; pero después he sabido que Santa Ursula y las once mil vírgenes eran bretonas y he pensado, que de haber venido en aquella ocasión hubiera sido en ayuda de sus paisanos, a pesar de lo que juraba y perjuraba el hermano de mi abuela.

De modo que, respetando la buena fe de nuestros mayores y su bella tradición, me inclino a creer que quienes obligaron a los ingleses a levantar el asedio fueron el gobernador don Ramón de Castro con su activa dirección y enérgico carácter y los férreos puños de los Mascaró, Vizcarrondo. Andino, del Toro, Linares, Lara, Diaz y demás valientes que supieron defender el terruño de la invasión extranjera.

NOTAS
1. Abercromby. Sir Ralph Abercromby, ilustre soldado inglés, nacido en 1734, y muerto en 1801. Se distinguió en las guerras con Holanda, encargándose de una expedición contra la Américas Españolas, en cuyo viaje fue que ocurrió el ataque contra San Juan de Puerto Rico a que se refiere la leyenda.
De vuelta a su patria mandó las fuerzas inglesas destinadas a Egipto, donde sí obtuvo varias acciones de guerra afortunadas contra los franceses, muriendo de resultas de una herida que recibió en el último de estos combates. En sus memorias el General Abercromby relata el ataque de San Juan en la siguiente forma:
“La expedición quizás se emprendió muy a la ligera. Carecíamos de informes suficientes, y, a decir la verdad, son difíciles de obtener. Los marinos, contrabandistas y comerciantes saben un poco más de lo que a su negocio afecta: tan sólo los militares o los hombres de gran espíritu de observación podrían  alcanzar informes correctos. Abbe Raynal pasa como escritor de poco crédito, pero en este punto ha estado acertado. Después de la reducción de Trinidad, el Almirante convino conmigo que debía hacerse algo, y como ambos, él y yo, habíamos recibido refuerzos e instrucciones de atacar a Puerto Rico, determinamos probar fortuna, confiando un poco en la debilidad del enemigo. Le encontramos bien preparado, con guarnición más fuerte que la nuestra y con artiIIería poderosa. l.as tropa ciertamente, eran de la peor clase, mas detrás de murallas, no podían menos que cumplir con éxito su deber"

2. Trinidad. Pequeña isla situada en la costa Nordeste de la América del Sur. Tiene una superficie de 4,550 kilómetros cuadrados; y cuenta con alrededor de 250,000 habitantes ingleses, españoles, franceses, y negros. La industria más considerable es la del asfalto. Fué descubierta por Colón el 31 de julio de 1498 y perteneció a España hasta que los ingleses la conquistaron en 1797, cuya conquista fue ratificada por el Tratado de Amiens de 1802.

3. ganguiles. Pequeño barco, el cua1 solo tiene un palo y la popa semejante a la proa, de manera que navega hacia adelante o hacia atrás, como sea necesario.

4 . Trespalacios. Felipe José de TrespaIacios fue canónigo de Santo Domingo, de donde pasó a ser obispo de Puerto Rico. Más tarde ocupó la Silla Episcopal de la Habana. Llegó a esta isla el año de 1788 comisionado por el rey para hacer división del obispado de Cuba. Falleció en 1799.

 
 

De undecim milibus virginibum. La Leyenda Aurea o Dorada.

 
La Leyenda Aurea (Edición 1688)

Jacobo de Vorágine es famoso sobre todo por sus escritos. Se le ha atribuido la traducción de la Biblia al italiano, pero, en caso de que la haya hecho realmente no queda ningún ejemplar de esa obra. La razón de la fama del beato es que fue el autor de la «Legenda Sanctorum», más conocida con el nombre de «Legenda Aurea» («La Leyenda Dorada»). Dicha obra es sin duda, entre las colecciones de leyendas o vidas de santos, la más divulgada y la que mayor influencia ha ejercido. Desde el punto de vista crítico, carece absolutamente de valor histórico; pero tiene la ventaja de poner de relieve la mentalidad sencilla y crédula del público para el que fue escrita. Por otra parte, considerada como libro de devoción y edificación, la obra de Jacobo de Vorágine es una verdadera obra de arte. El autor realizó perfectamente el objetivo que se había fijado, que consistía en escribir un libro que el pueblo leyese y que le enseñase a amar a Dios y a odiar el pecado. De no haber sido por la Reforma, la traducción inglesa del libro de Jacobo, habría ejercido gran influencia sobre la literatura de Inglaterra. En otras lenguas la traducción de la «Leyenda Dorada» ejerció gran influencia sobre la literatura. La estrechez del humanismo histórico llevó a Luis Vives, a Melchor Cano y a otros, a despreciar la obra de Jacobo de Vorágine; por el contrario, los bolandistas que poseían un espíritu verdaderamente científico, jamás han dejado de admirarla. El P. Delehaye dice:

Durante mucho tiempo la «Leyenda Dorada», que representa tan fielmente la actitud de los hagiógrafos medievales, fue tratada con supremo desprecio y los eruditos denigraron implacablemente al gran Jacobo de Vorágine: «El autor de la 'Leyenda' -declaró Luis Vives- tenía una boca de bronce y un corazón de plomo».
Tal severidad no sería exagerada, si se admite que hay que juzgar las obras populares según las normas de la crítica histórica. Pero tal método tiene cada vez menos defensores; y quienes han penetrado en el espíritu de la «Leyenda Dorada», están muy lejos de despreciarla. «Por mi parte, confieso que al leerla es, algunas veces, muy difícil dejar de sonreír. Pero se trata de una sonrisa de simpatía y de tolerancia que no perturba en lo más mínimo la emoción religiosa que suscita el relato de las virtudes y los actos heroicos de los santos.
La obra de Jacobo de Vorágine nos presenta a los amigos de Dios como lo más grande que existe sobre la tierra; los santos son seres humanos que están muy por encima de la materia y de las miserias de nuestro pequeño mundo. Los reyes y los príncipes acuden a consultarles y se mezclan con el pueblo para ir a besar sus reliquias e implorar su protección. Los santos viven en la tierra, pero íntimamente unidos con Dios. Y Dios les concede, además de inmensos consuelos, cierta participación de su propio poder. Pero los santos sólo emplean ese poder para bien de sus semejantes y, por eso, el pueblo acude a ellos para obtener la curación de sus enfermedades de cuerpo y de alma. Los santos practican todas las virtudes en grado sobrehumano: la bondad, la misericordia, el perdón de las injurias, la mortificación, la abnegación; hacen amables estas virtudes y exhortan a los cristianos a practicarlas. La vida de los santos es la realización concreta del espíritu del Evangelio. Y por el sólo hecho de poner al alcance del pueblo ese ideal sublime, la «Leyenda Dorada», como cualquier otra forma de poesía, posee un grado de verdad más elevado que el de la historia.
(«The Legends of the Saints», c. VII, pp. 229-231)

 
 
 
Traducción al español que aparece en el libro
La leyenda de las once mil vírgenes, de Jaime Ferreiro Alemparte.
(Pág. 49-53)
 
“De las Once mil Vírgenes”, según el relato de Jacobo de Voragine en la “Leyenda Áurea”. He aquí nuestra versión del texto latino editado por Th. Graesse (1864), pp. 70 1•705:
 
El martirio de las Once mil Vírgenes sucedió de esta manera. Había en Bretaña un rey cristiano llamado Notho o Mauro, el cual tenía una hija llamada Úrsula. Era esta doncella de tanta honestidad, discreción y hermosura que su fama corrió pronto por todas partes. El rey de Inglaterra, que era muy poderoso y tenía sujetos muchos pueblos bajo su imperio. al llegar a sus oídos los elogios que hacían de la doncella, pensó en lo feliz que sería si pudiera entregársela en matrimonio a su hijo único. El joven no deseaba otra cosa. Envió, pues, solemnes mensajeros al padre de la doncella para que, a fuerza de dádivas y promesas, dieran cima a su negocio, o que, caso de que quisiera hacerles volver con las manos vacías, le intimidaran con fuertes amenazas. El rey de Bretaña estaba en gran aprieto, pues le parecía indigno entregar a su hija, favorecida ya con la fe de Cristo, a un hombre que aún seguía rindiendo culto a los ídolos, y porque además se imaginaba que ella tampoco se prestaría de buena gana a aquel enlace. Por otro lado no se atrevía a desairar al rey por el gran temor que le inspiraba su conocida ferocidad.
 
Pero Sta. Úrsula, por inspiración del cielo, persuadió a su padre para que accediera a aquella demanda, aunque bajo la condición de que el rey y su hijo se comprometieran a dar a la novia, para su solaz, diez doncellas elegidas entre las más nobles, cada una de las cuales vendría acompañada de otras mil para que las atendieran y sirvieran, junto con mil más para el séquito de la prometida. Luego mandarían aparejar naves en las que se embarcasen. y se les concedería un plazo de tres años para que durante ese tiempo pudieran dedicarse al ejercicio de su estado virginal ; el joven pretendiente se haría bautizar y aprovecharía este plazo para instruirse en la fe . Con estos obstáculos, sabiamente inspirados, Úrsula pretendía, o bien desviar y refrenar los acuciantes apetitos del joven, o bien aprovechar la ocasión que le brindaban para convertir tantas vírgenes y consagrarse con ellas a Dios. Mas el joven aceptó gustoso las condiciones impuestas, se hizo bautizar al punto y convenció a su padre para que cumpliera con la mayor diligencia todo lo que la doncella había solicitado. El padre de Úrsula, que amaba mucho a su hija, dispuso sin embargo, que en el séquito de la muchacha fuesen también algunos varones, para que las asistieran y les prestaran ayuda en todo lo necesario. Pronto empezaron a llegar multitud de doncellas de todas partes, y hombres llenos de curiosidad por contemplar aquel espectáculo. También llegaron muchos obispos, que habían de hacer el viaje con ellas. y entre los cuales estaba Pantulo, obispo de Basilea, que luego las condujo a Roma, y al regreso recibió el martirio con ellas.
 
Y Sta. Gerásina, reina de Sicilia la que a su marido, rey cruelísimo, había convertido de lobo en cordero. y era hermana del obispo Mauricio y de Daría, madre de Sta. Úrsula. Sta. Gerásina, pues, tan pronto como el padre de la santa le comunicó por cartas los designios que Dios había revelado a su hija, se hizo a la mar en dirección a Bretaña, llevando consigo a sus cuatro hijas. Babila, Juliana. Victoria y Aurea, y con su hijo pequeño llamado Adriano, el cual por amor a sus hermanas quiso embarcarse también, y así la reina dejó el reino a otro hijo suyo. Por consejo de Sta. Gerásina se les juntaron otras doncellas de diversas partes del reino, y ella fue siempre su capitana, y por último sufrió también el martirio con ellas. Cuando estuvieron reunidas las vírgenes y aparejadas las naves, con arreglo a lo pactado, y las vituallas listas, Sta. Úrsula descubrió a sus compañeras lo que secretamente acariciaba en su corazón, y que por intercesión divina le había sido inspirado. Todas al oírla se juramentaron para aquella nueva milicia. Comenzaron, pues, a ejercitarse como para un torneo. En ocasiones corrían juntas, en otras se separaban, haciendo como si se aprestasen a luchar o a emprender la fuga. Y así pasaban el tiempo en estos y otros ejercicios, sin omitir ninguno de cuantos se les ocurrían. A veces regresaban de estas expediciones al mediodía, otras al atardecer. Príncipes y nobles acudían deseosos de ver el grandioso espectáculo de aquellos juegos, y se quedaban absortos de admiración y rebosantes de alegría. Por fin, cuando Sta. Úrsula había convertido a la fe a todas las vírgenes, un día, con viento próspero, levaron anclas y fueron a dar a un puerto de la Galia llamado Tyela, y desde allí, a Colonia, donde un ángel del Señor se le apareció a Úrsula y le predijo que cuando regresaran de nuevo a Colonia recibirían la corona del martirio. Luego, siguiendo las indicaciones del ángel, se dirigieron a Roma. En Basilea dejaron las naves y continuaron el viaje a pié.
 
El papa Ciriaco, que era oriundo de Bretaña y tenía parentesco con muchas de las vírgenes, se alegró mucho con su llegada, y, acompañado de todo el clero romano, les dispensó un honroso recibimiento. En aquella misma noche Dios le reveló que habría de recibir con ellas la palma del martirio. De esto no dijo nada, pero bautizó a las vírgenes que aún no eran cristianas. Cuando creyó llegado el plazo, después de haber sido el décimo nono de los papas y haber regido la iglesia de S. Pedro por espacio de un año y once semanas, convocó una asamblea general, y, declarando su propósito en presencia de todos, resignó su cargo y dignidad. Todos le opusieron viva Resistencia, especialmente los cardenales, pues creían que no estaba en su sano juicio al pretender dejar la cátedra pontificia por ir tras unas fatuas mujerzuelas. Con todo no se dejó convencer y puso en su lugar a un varón santo llamado Ameto, y le nombró sucesor. Pero como había dejado la sede contra la voluntad del clero, su nombre fue borrado del catálogo de los papas, y desde aquel momento el sacro ejército de las vírgenes perdió también el favor que había tenido en la Curia romana.
 
Por aquel tiempo estaban al frente del ejército romano dos príncipes inicuos llamados Máximo y Africano, los cuales, viendo aquella multitud de vírgenes y temiendo que se les sumaran otros muchos hombres y mujeres, y que de este modo se incrementara considerablemente el número de los que profesaban la fe en Cristo, se informaron circunstanciadamente sobre la ruta que iban a seguir, y enviaron mensajeros a Juliano, príncipe de los hunos y pariente de ambos, para que, sacando el ejército contra ellas, las mataran, por ser cristianas, cuando llegaran a Colonia. Sin embargo el venturoso Ciriaco salió de Roma con el noble ejército de las vírgenes. A él se sumó Vicente, cardenal presbítero. Y Jacobo, nacido en Bretaña y que había sido siete años obispo de Antioquía: había venido a visitar al papa, y cuando ya dejaba la ciudad oyó hablar de la llegada a Roma de las vírgenes, entonces dio la vuelta para sumarse a ellas, siendo de este modo su compañero de viaje y de martirio. También se unió a ellas Mauricio, obispo de la ciudad Lavicana, hermano de la madre de Babila y Juliana. Y Folario, obispo de Lucca: y Simplicio, obispo de Rávena, que por aquellos días había ido a Roma: todos se concertaron para acompañar a las vírgenes.

Eterio, el prometido de Sta. Úrsula, había permanecido en Bretaña. Allí se le apareció un ángel, que le pidió exhortase a su madre a hacerse cristiana, pues el padre de Eterio había muerto en el mismo año que se hiciera cristiano. Cuando las santas vírgenes con los mencionados obispos, regresaban de Roma, Eterio fue avisado por el Señor para que se pusiese en camino y fuese al encuentro de la prometida, y con ella recibiese el martirio en Colonia. Eterio oyó el aviso de Dios e hizo bautizar a su madre. y poco después emprendió el viaje con su hermana pequeña Florentina, que era ya cristiana, y con el obispo Clemente, los cuales yendo al encuentro de las vírgenes compartieron con ellas el martirio. Aleccionados por una visión llegaron también a Roma, para juntarse al ejército de las vírgenes y compartir con ellas su destino. Márculo, un Obispo de Grecia, y su sobrina Constancia, hija del rey Doroteo de Constantinopla y de la reina Frandina. Constancia había sido destinada a casarse con el hijo de un rey; pero habiendo muerto su prometido antes de la boda, determinó consagrar a Dios su virginidad. Así pues, todas las doncellas con los obispos mencionados continuaron viaje en dirección a Colonia.

La ciudad se encontraba a la sazón asediada por los hunos, los cuales, al descubrir a las vírgenes cayeron sobre ellas con gran griterío, y como lobos enfurecidos en las ovejas dieron cuenta de toda aquella santa multitud. Cuando todas fueron degolladas se acercaron a donde estaba Sta. Úrsula, y el príncipe de los hunos, al verla, quedó prendado de su extraordinaria hermosura, e intentó consolarla de la muerte de sus compañeras, prometiéndole unirse a ella en matrimonio. Pero Úrsula le rechazó con toda su alma. El, al verse despreciado, montó en cólera y la atravesó con un dardo, consumando de esta manera su martirio.

Había entre ellas una doncella llamada Córdula, la cual llena de miedo había pasado toda aquella noche escondida en la nave. Pero al amanecer salió de su escondite y se ofreció también voluntariamente a la muerte, recibiendo, lo mismo que todas las demás, la corona del martirio. Pero como no había muerto en el mismo día no se celebraba su festividad, hasta que pasado mucho tiempo se le apareció a una reclusa y le reveló que su fiesta debía celebrarse al día siguiente de la de sus compañeras. El martirio tuvo lugar en el año 238 del Señor. Algunos sin embargo no están de acuerdo de que el martirio sucediese en ese año, pues ni Sicilia ni Constantinopla eran reinos, como aquí se dice de que las reinas de ambos países habían estado con las vírgenes. Por eso me parece más digno de crédito admitir que el martirio se produjo mucho después del emperador Constantino, cuando los hunos y los godos asolaron la región, es decir, en tiempo del emperador Marciano (como leemos en una Crónica), que reinó en el año del Señor de 452.

A continuación Jacobo de Voragine inserta estos dos milagros tomados, como ya se ha dicho, del Speculum historiale de Vicente de Beauvais:
1. Era un abad que había obtenido de una abadesa de Colonia el cuerpo de una de las santas vírgenes, con la promesa de colocarlo solemnemente en su iglesia en un cofre de plata. Pero lo dejó estar un año entero sobre el altar en una caja de madera. Una noche en que el abad cantaba los maitines acompañado de sus monjes, he aquí que la virgen bajó corporalmente del altar, se inclinó con reverente humildad y, ante la estupefacción de los monjes, atravesó por medio del coro y desapareció de su vista. El abad corrió a ver la caja y la encontró vacía. Aprisa se fue a Colonia y contó a la abadesa todo lo sucedido. Ambos fueron a la sepultura de la que habían extraído el cuerpo de la virgen, y vieron que yacía allí de nuevo. El abad pidió perdón y rogó a la abadesa que le devolviera el cuerpo de aquella virgen o que le concediera el de otra. Pero su ruego no fue atendido.

2. Era un religioso que sentia gran devoción por las santas vírgenes. Sucedió que estando enfermo en el lecho se le apareció una virgen. Era en extreme hermosa, y le preguntó si la conocía. El monje, admirando absorto aquel rostro, le respondió que no acertaba a decir quién pudiera ser. Entonces la virgen le dijo: “ Yo soy una de las once mil vírgenes, por las que tú has tenido siempre tanto amor. Ahora te va a ser recompensado. Reza en amor y devoción once mil padrenuestros, y nosotras vendremos a auxiliarte y consolarte en la hora de tu muerte”. Y desapareció. El religioso cumplió su encargo con la mayor diligencia. Mandó luego llamar al abad y le pidió la extremaunción. Cuando le fue administrada, dijo de pronto a todos los hermanos allí presentes que se retiraran, para que las santas vírgenes pudieran entrar. El abad le pidió que se explicara, y el monje le contó entonces lo que la virgen le había prometido. Lo dejaron, pues, solo, y poco después, cuando volvieron comprobaron que había fallecido.

La brevedad con que están contados estos dos milagros inspirados en la leyenda de las once mil vírgenes es propia de la literatura edificante destinada a ilustrar y amenizar la predicación, tarea que se encomendó especialmente a la Orden dominicana.



Laudes de Santa Ursula por Hildegard von Bingen



Santa, vidente, sanadora y compositora: todo parece haber sido dicho acerca de Hildegard von
Bingen. Y sin embargo, aún queda mucho por descubrir sobre su música. Las interpretaciones que han aparecido en los últimos años han tendido a separarse de su contexto y presentar una clase de música que está limitada por una visión de la Edad Media, despojada de la inspiración presentada por la liturgia, o es música mucho más cercana a una concepción de la espiritualidad ilustrada por el movimiento de la Nueva Era, que a los valores de la civilización del siglo 12. Con la finalidad de presentar una faceta diferente de esta personalidad extraordinaria, Ensemble Organum ha tratado de repensar la música de Hildegard dentro del contexto estético y litúrgico de la Renania del siglo 12, en la continuidad de la  tradición litúrgica benedictina post Carolingia, sino también como parte del espíritu creativo que aceleró el Siglo 12.
Se ha prestado especial atención al estudio de los timbres vocales de uso común en los conventos de la época, especialmente el empleo de la voz de pecho, el registro más bajo de la voz femenina. La producción musical de Hildegard es esencialmente litúrgica y, como el Ordo Virtutum, una obra de moralidad destinada a la edificación de las monjas, consiste en responsorios, antífonas, himnos, secuencias y aleluyas. La mayoría de sus composiciones, las que pertenecen a las tres primeras categorías, se escribieron para el oficio divino, y algunas pocas para la Misa, la cual no es sorprendente en el contexto litúrgico del siglo 12.
Eran, de hecho. los oficios menos “canónicos” que la celebración de la Misa, las piezas de las cuales fueron casi inmutablemente fijadas por la tradición, que en su estructura se prestaban a sí mismas para las innovaciones, no tanto en su forma como en contenido.
Así, el siglo 12 vio el florecimiento de una multitud de composiciones generalmente dedicado a los santos que iban a ser honrado en alguna forma especial. Estas piezas tomaban principalmente la forma de antífonas, responsoriales y a veces himnos que eran recuentos poéticos de los principales acontecimientos en la vida del santo y elogió de sus virtudes. La función de las antífonas era introducir y concluir el canto de un salmo: El texto daba el sentido en la que el salmo iba a ser meditado, mientras que la música definía la fórmula en la que el salmo era recitado. El responsorio ocurría en los oficios de maitines justo después de las clases, pero a veces sirve para subrayar una procesión o una estación ante las reliquias de un santo. La totalidad o una parte del ciclo litúrgico podía ser compuesto, consistiendo de 9 responsorios y antífonas para maitines -12 en la
tradición monástica- las antífonas y los himnos para laudes, prima y tercia, una secuencia para la Misa, antífonas y el himno de Vísperas.



En la composición de la fiesta de Santa Úrsula, Hildegard se inspiró el ciclo litúrgico más completo. Tenemos 2 responsorios, 9 antífonas de las cuales 6 están destinados específicamente para el oficio de laudes, una secuencia para la Misa, después el Aleluya antes del Evangelio, y un himno para laudes o vísperas. Los dos responsorios podían ser cantados, ya sea como respuesta de maitines, o al final de Laudes o de tercias, para marcar la gran procesión antes de la misa, o bien al final de las vísperas. Para ayudar al oyente a restituir el trabajo de Hildegard a su contexto, decidimos reconstituir el oficio de laudes por competo para la fiesta de Santa Úrsula.

El oficio de laudes, el primero de la Liturgia de las Horas, era una celebración de la llegada del sol y empezaba a al final de la noche. El canto del himno correspondía con el amanecer para que los primeros rayos del sol pudieran ser saludados entonando  el cántico evangélico, el Benedictus, el canto de Zacarías, alabanza de cuando él se enteró del nacimiento de su hijo Juan el Bautista, que iba a proclamar la inminente venida del Mesías. En los días de gran solemnidad el altar se incensaba durante el canto del Benedictus.

La historia de Santa Úrsula y sus once mil compañeras, fue una de las leyendas más populares de la Edad Media, especialmente en las regiones del Rhin. La leyenda se remonta a los inicios del siglo quinto, cuando una inscripción en piedra que se encuentra en Colonia, registra la reconstrucción por un Clematius de una iglesia memorial en el lugar del martirio de un número de doncellas, de los cuales no hay nombres ni otros datos. Alrededor del siglo noveno se hace ya mención de "miles" • que se supone que han sido martirizadas bajo el emperador Maximiano (286-310). En el siglo siguiente, el número había aumentado a 11,000 y la historia se convirtió en una leyenda dorada.

El descubrimiento en Colonia en 1155 de un cementerio romano, fue tomado como la tumba de las mártires, añadido a las elaboraciones absurdas del romancero piadoso, originando un fervor renovada del culto popular de Santa Ursula. Esto se ve confirmado por el oficio compuesto por Hildegard en su honor poco después de que estas reliquias se encontraran. El Papa Benedicto XIV (1740-1758), no obstante, intentó eliminar al grupo de la lista de Mártires romanos,  hasta que el culto fue finalmente suprimido por el Papa Pablo VI en 1969.

Una versión dice que Ursula - "el osito" -, era una doncella cristiana, la hija del rey de Bretaña, prometida en matrimonio con el hijo del rey de Gran Bretaña, que, sin embargo, era un pagano. La futura novia aceptó el matrimonio con la condición de que su prometido se convirtiera después de una peregrinación a Roma que les llevaría tres años, mientras tanto ella podría, naturalmente, conservar su virginidad. Ella pidió ser acompañada por diez jóvenes doncellas como compañeras, así también de la nobleza. A cada una de ellas se le unió un millar de otras vírgenes, haciendo un total de once mil. Multitudes de hombres sabios y piadosos, entre ellos varios obispos, reunidos para contemplar esta maravilla, y demás está decirlo, para velar por su virginidad. El convoy comenzó, cruzó el mar y navegó por el Rin hasta Colonia donde la peregrinación debía continuar a pie hasta Roma. El Papa, abrumado por tan grande manifestación de la fe, abandonó su cargo para unirse al ejército de las vírgenes, las acompañó en su viaje de retorno, sólo para sufrir el martirio con todas ellas en las crueles manos de los hunos y su líder Atila que, cautivado por la belleza de Úrsula, trató en vano de poseerla.

Esta leyenda está llena de anacronismos, pero es sumamente instructiva como refiexión de la mentalidad popular de ese periodo de la historia y de la manera en que los hechos históricos fueron interpretados por la imaginación visionaria. Se trata de una glorificación de un deliberado estado de virginidad que, para los primeros cristianos era un factor esencial del progreso civilizador en reacción a la sexualidad brutal de las sociedades paganas.

La primera antífona compuesta por Hildegard evoca la misericordia de Dios para con Ursula y sus compañeras que, a los ojos de todo el pueblo les procuraba un beso de paz. La segunda antífona explica como las vírgenes que vinieron de todas partes fueron recibidas por Úrsula, las cuales a través de la pureza de sus virtudes que trajeron el paraíso celestial a la tierra. La tercera antífona nos habla de los hombres sabios y piadosos de la misma tierra, de Bretaña y de otras regiones que se unieron a ellas para preservar su virginidad y protegerlas. La cuarta antífona nos recuerda que Dios designó a la primera mujer para someterse a la vigilancia de los hombres. La quinta antífona  presenta a los Salmos 148, 149 y 150 - los dos últimos no han sido incluídos en este trabajo debido a las limitaciones de tiempo de grabación en un CD - los cuales son canciones de alabanza a toda la creación. Es debido a estos Salmos que el Oficio fue llamado Laudes matutinos. La antífona nos da un poco de la visión cosmológica, un ejercicio de cara a la naturaleza visionaria de Hildegard: el aire y todas las criaturas que incluye en sus Oficios participa en la armonía del firmamento que comunica su energía a ellos.
Por último, la sexta antífona anuncia la proclamación del Evangelio y el cántico nos dice que a través de su martirio estas vírgenes, sostenidas por la fuerza divina, desplegaron el estandarte de la virginidad.

El himno Cum vox sanguinis demuestra el profundo conocimiento que Hildegarda tenía de la Biblia y de la tradición exegética de su tiempo. Se relata la visión de una procesión sobrenatural inmensa en la cual Ursula y sus compañeras, después de haber sacrificado su sangre, están de pie ante el trono de Dios. Está repleto de imágenes del Antiguo Testamento. Las palabras ya no hacen alusión a los acontecimientos en la historia de Úrsula, pero hacen uso de la alegoría para mostrar cómo la santidad de Ursula, como la de Cristo, está en relación con los grandes profetas del Antiguo Testamento. Encontramos referencias al encuentro de Abraham con Dios en las llanuras de Mambré (Gn 18, 1.15), la sustitución por el carnero para reemplazar el sacrificio de Isaac (Génesis 22, 13), el sacrificio de animales en la ley antigua (Lev. 1. 1,15), y la visión en la que a Moisés se le permitió ver la espalda de Dios, pero no su rostro (Éxodo 33, 20-23). Estos episodios fueron considerados respectivamente, como prefiguraciones de la revelación de la trilogía divina, del sacrificio de Cristo, y de lo incompleto de la revelación hebrea.

La respuesta Spiritui sancto rinde homenaje al Espíritu Santo que suscitó la organización de todas estas vírgenes como palomas que vuelan hacia el cielo. Al igual que Abraham, ellas dejaron sus países de origen para seguir el llamado de Dios.
La última frase de la respuesta, que se repite dos veces, es una evocación final de Ursula quien se desgarró del amor de su prometido, orientado hacia el martirio simbolizado por el cordero. La música es de una tristeza infinita.

La música de Hildegard tiene la intención de añadir un mayor grado de contemplación a la liturgia. A menudo toma la forma de una declamación lenta y solemne destinada a permitir al oyente que absorba cada palabra y planta en su mente la imagen floreciente que, como se trata de la vida puede ser contemplado. Es una música que es exactamente lo contrario de la música cisterciense, cuyas reglas habían sido definidas treinta años antes. La escalas modales, tanto auténticas y plagiadas, utilizadas por Hildegard exceden los rangos limitados fijados por Guy d'Eu, el teórico de la orden del Císter. Los cromatismos y los cambios del final de la modalidad son otras "irregularidades" denunciadas por los cistercienses sobre las obras de Hildegard. Desde este punto de vista, quizá fue, con un cierto sentido del humor, que Hildegard presentó el monasterio cisterciense de Villers su volumen de las Sinfonías - el manuscrito que hemos utilizado para esta grabación.

Su trabajo revela las grandes preocupaciones de los músicos de su tiempo y refleja una tradición de
canto que llegó a pesar en el siglo 12, cuando las melodías se empezaban a escribir en la notación personal. Esto luego se convirtió en necesario para indicar al tenor las exactas graduaciones y ciertas combinaciones que difícilmente podían se justificas por los teóricos. Aunque ciertas características habían sido santificadas por la costumbre, como la frecuente inestabilidad de los modos en “D” en los cuales la alteración de la nota segunda parece cambiarlas a los modos de “E”, lo cual algunos extremistas declararon irregular y por lo tanto que debía ser prohibido. Estas variaciones a menudo debían haber estado presentes en el canto carolingio - que aún se mantienen vigentes en el canto bizantino -, pero algunos pensadores del siglo 12 lo encontraron difícil de entender. Así, la obra de Hildegard aparece, en el contexto eclesiástico de su tiempo, como una vigorosamente nueva canción tradicional. Ella utiliza la quintaesencia del lenguaje musical post-carolingio moldeado por la fuerza de números cuyo papel musical en el siglo 12 podrían ser claramente enunciados gracias a la maestría de la notación diastemática (en el que los grados de la escala están definidos). Era, en un sentido noble, una síntesis admirable de una tradición del lenguaje musical y su racionalización por números al servicio de un texto que preparaba el camino a la más exaltada contemplación litúrgica.
Marcel Perés.

PISTAS DE AUDIO


Letra en Latín


                          


 
 
 
 

 
 
          
 
 
 
 
 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...