Lapida

Lapida
Lápida en Basílica de Santa Ursula en Colonia, Alemania

domingo, 9 de septiembre de 2012

Los Mártires, grandezas del Cristianismo


SANTA URSULA Y LAS ONCE MIL VÍRGENES Y MÁRTIRES.

por el Conde de Fabraquer


José Muñoz Maldonado (Alicante, 6 de febrero de 1807 - 1875), primer conde de Fabraquer desde el 26 de mayo de 1847 y vizconde de San Javier, periodista, novelista, historiador, jurista y político español.

Ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, dirigió el Semanario Pintoresco Español, El Museo de las Familias, El Mentor de la Infancia, El Domingo y Flor de la Infancia. Historiador, novelista por entregas y autor dramático, escribió crónicas, cuentos, leyendas de la Historia de España, bajo el título de La España caballeresca, Los Misterios del Escorial, Historia, leyenda, tradiciones, Historias, tradiciones y leyendas de las Imágenes de la Virgen aparecidas en España.

Colaboró en la revista ilustrada madrileña El Globo Ilustrado1 y en El Panorama, Periódico de Literatura y Arte; fue un habitual traductor de folletines franceses de Paul de Kock; también tradujo Los Miserables de Víctor Hugo. Fue senador vitalicio en la legislatura 1867-1868 y por la provincia de Zamora en la de 1872-1873.




En los primeros atlas del siglo llI, época bárbara y feroz, en que la, fe sufría las persecuciones de los hombres, uno de los siete distritos del reino de la Hibernia, llamado hoy Irlanda, era gobernado por un hombre según el corazón de Dios.

Aquel rey generoso y sabio se llamaba Theonote. Su mujer era sumisa y piadosa, y su matrimonio había sido bendecido con una hija que desde sus primeros años parecía eminentemente favorecida por el cielo. Los paganos de aquella isla contaban que las hadas habían bailado alrededor de la cuna de Úrsula, y le habían dado la belleza y las gracias. ! Los cristianos decían que los ángeles y la Santa Madre Dios habían derramado sobre ella los tesoros del candor y de la castidad! … Úrsula, agradable a Dios y a los hombres, crecía en el retiro como una azucena cuyo perfume debía embalsamar un día el palacio del Rey de los reyes.

La fama de la belleza y de las gracias de la joven virgen se había difundido lejos, y el rey Theonote vio un día llegar a su palacio a Conan, hijo de un rey vecino llamado Agrippino, que no era conocido de los cristianos sino por persecuciones que les hacía padecer. El joven príncipe venia a pedir la mano de Úrsula; empero la bendita virgen tuvo horror a aquella unión. Temió sin embargo declarar su negativa, porque la petición de Conan estaba apoyada por Agrippino y todos temían sus victoriosas armas. Úrsula, con el corazón lleno de angustia, oró largo tiempo. Se durmió al fin, con un tranquilo sueño, y entonces  oyó una voz que le decía que fuese a un país lejano a aguardar allí la voluntad de Dios. La joven al despertarse, declaró las órdenes del cielo, y sus padres se apresuraron a secundarlas.

Se prepararon los navíos y las compañeras de Úrsula, elegidas entre las más nobles familias, se dispusieron a seguir a la real fugitiva en su misteriosa peregrinación. Un gran número de vírgenes se postraban a los pies de sus padres para solicitar si bendición al despedirse; y todas ellas animadas con un santo fervor, se embarcaron en las naves, cuyos blancos pabellones ofrecían la imagen la cruz. Jóvenes llenas de entusiasmo, y unidas por un voto solemne de castidad, las servían de escolta y de defensa. Los sacerdotes repetían las palabras de Dios;  y al eco de los himnos sagrados se hizo a la vela la escuadra.

Impelida la escuadra  por el viento divino, se adelantó desde las costas de Irlanda hasta la embocadura del Rhin; y subiendo el curso de aquel río, llegó delante de Colonia, ciudad real y poderosa que debía a los romanos el brillo con que resplandecía ante todas las ciudades de la Germania.

Anclaron los navíos delante de aquella ciudad y Úrsula creyó haber llegado al término de su viaje; pero una segunda visión le anunció que la revelación de su suerte le aguardaba en Roma, y que de los labios del soberano Pontífice (entonces oscuro é ignorado) sabría su futuro destino.
Sumisa, cual el joven Samuel a las divinas inspiraciones, la princesa volvió á seguir el curso de su peregrinación, la escuadra volvió a subir el Rhin; pero al llegar a Basilea las jóvenes viajeras seguidas de los sacerdotes y de los caballeros, abandonaron sus navíos y continuaron el camino á pié para Italia.

Nada las detuvo, ni las heladas cumbres ni las amenazadoras rocas, ni 'las nieves amontonadas por los siglos, ni la abierta sima de los precipicios; y superando todos los obstáculos, llegaron al fin ante la ciudad Reina. Entraron con respeto en la ciudad consagrada, purificada por el holocausto de aquellos mártires que tenían ya altares en las frías regiones donde el mismo César no había podido penetrar. El venerable Siricio, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, recibió la errante tropa con un amor paternal; oró con ella en el sepulcro de los Apóstoles; la guió en las catacumbas, asilo sagrado donde los vivos se albergaban cerca de los muertos; y movido también por una visión profética, anunció á Úrsula que volvería a pasar los montes, y que llegaría a las orillas del Rhin, donde la palma del martirio la aguardaba.

Volvieron a pasar los Alpes, llegaron a Basilea, y los buques, siguiendo el curso del rio, las transportaron ante las murallas de Colonia, que saludaron cual un lugar de triunfo y de descanso!
En aquel tiempo reinaba en Roma, es decir, en el mundo entero, un soldado bárbaro salido de las tribus de los godos, que más tarde anonadaron por sus belicosas irrupciones el Imperio Romano, débil, afeminado y ya caduco. Maximino se había revestido la púrpura teñida con la sangre de su predecesor. El imperio se estremecía a su nombre; el Senado ofreció sacrificios, a fin de que permaneciese alejado de Roma y los cristianos veían en él el heredero de los furores de Nerón y de Domiciano.

En aquel momento Maximino había plantado sus águilas en las orillas del Rhin; y los viajeros de la Irlanda vieron desde lejos las alineadas tiendas que formaban su numeroso campamento. Apenas hubieron puesto el pié sobre la orilla cuando fueron asaltados por una nube de dardos y de flechas: les llegaba el martirio por la mano de los compañeros feroces del Emperador. Las vírgenes fueron inmoladas sobre los humeantes cadáveres de los Sacerdotes, y los caballeros heridos por la espada recibían con alegría el golpe  que abreviaba su peregrinación, y les abría las puertas del cielo: solo Úrsula escapó a la matanza.

Fue arrastrada delante de Maximino: aquel bárbaro la miró, y un rápido amor se apoderó de su corazón: le enseñó á un lado los lictores, y al otro el altar del campo donde los sacerdotes iban a ofrecer un sacrificio.
-¡Sé mi mujer, o muere! dijo.
 Sonrióse Úrsula, y respondió:
-Estoy pronta a morir.
Inmediatamente dio la señal a los verdugos, y la joven doncella, atravesado el pecho con un dardo, pasó á gozar de las delicias celestiales.

Tal es la historia de Úrsula y de sus compañeras, cuyos restos se veneran aún todavía en la Catedral de Colonia.

Cuando en 1156 se descubrieron en Colonia una docena de sepulcros con inscripciones, que expresaban encerrar los restos de Santa Úrsula y de sus, compañeras, los escritores ascéticos, muy comunes en aquella época de ardiente fe, se dieron gran pena y trabajo en reconstruí, con ayuda de unos huesos reducidos a polvo, una historia devorada por los siglos. Por de pronto, un franciscano fue el que arrancó de aquellos silenciosos testigos la genealogía de Úrsula, hija de un príncipe de la Irlanda y parienta de muchas casas soberanas.

Vienen en seguida los cronistas ambicionando la gloria de fijar la fecha del martirio de Santa Úrsula: empero mientras coloca el uno este suceso en el año 384, su émulo, para mayor exactitud, la aproxima hasta en 453, sin que podamos decir cuál de ellos se equivoca o si se engañan los dos. Después vienen los legendarios con la pretensión de determinar el número de las compañeras de Úrsula. Los unos la dan once, los otros mil, otros once mil, número adoptado por la creencia popular y al que se debe las Once mil vírgenes. Adriano de Valois y el padre Sirmond, personajes muy doctos, reconocen que los legendarios, simples traductores de un antiguo martirologio, han tomado la palabra Undecimillia, nombre propio de la única compañera de Úrsula, por una expresión numérica, y reducen el número de Once mil a la simple unidad. Sin embargo, en el Oficio Divino se hace mención de Santa  Úrsula y sus compañeras.

Si la historia y la leyenda de Santa Úrsula nos dejan algunos detalles que desear, en cambio de esto, tenemos la evidencia de la gran veneración que inspiró su memoria y de los muchos prodigios que en bien de la humanidad obró el Señor en su sepulcro.

Su culto, adoptado con entusiasmo religioso, hacía mucho tiempo por los habitantes de Colonia, se difundió rapidísimamente en el siglo XII por toda la cristiandad. Tres corporaciones sabias, las más ilustres del mundo literario y científico de entonces, la Sorbona de París, la universidad de Coímbra en Portugal y la de Viena en Austria, la proclamaron por su Patrona y venían todos los años en el día de su festividad, el 21 de octubre, a postrarse delante de su imagen.

Santa Úrsula, que condujo al cielo a tantas almas santas que ella había formado con su instrucción y sus ejemplos, es mirada como el modelo de las personas que se aplican a dar una educación a la juventud, y bajo su invocación se han formado gran número de establecimientos religiosos para la educación de las jóvenes doncellas.

En 1537 la bienaventurada Ángela, llamada de Brescia, en la Lombardía, porque había permanecido largo tiempo en aquella ciudad, instituyó las Ursulinas. Doncellas o viudas reunidas en congregación libres en un principio de votos, se consagraron a la educación de las jóvenes de su sexo. Después de algunos años de satisfactorias pruebas, el papa Paulo III, edificado de su celo, autorizó su instituto por un breve de 1544. Más tarde, en 1572, a instancia, de San Carlos Borromeo, el Pontífice Gregorio XII erigió la nueva congregación en Orden religiosa, bajo la regla de San Agustín, y obligó a las Ursulinas a guardar clausura.

A los tres votos ordinarios de religión tuvieron que añadir el cuarto voto de educar gratuitamente a las niñas. El pontífice Paulo V aprobó la regla de esta Orden también en su bula de 13 de junio de 1612. La utilidad de esta Orden, establecida en Francia en un principio, la ha hecho rápidamente multiplicarse por todo el mundo cristiano. En España hay Ursulinas con clausura, en Murcia y en Sigüenza. Hay Ursulinas también, en otras varias provincias, donde, a pesar de las bulas de Gregorio XIII y de Paulo V, estas comunidades religiosas persisten en la regla de Ángela de Merici, su fundadora; y no han querido pronunciar sino votos simples y sin someterse a clausura; pero de todos modos prestan un gran servicio a la Religión y a la sociedad!!!


 
 

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