Juan Francisco Senault (1599-1672)
Predicador y escritor eclesiástico holandés, superior de la congregación de San Felipe Neri; nació en Amberes en 1599 y murió en 1672. Sus obras más notables son: Tratado del uso de las pasiones; Panegíricos de los santos.
“Pero es
tu providencia, Padre, quien la guía, pues también en el mar abriste un camino
y una senda segura entre las olas, demostrando así que puedes salvar de todo
peligro”. (Sabiduría 14, 3-4)
Si el
Profeta tenía mucha razón para afirmar que la divina providencia gobernaba al Pueblo
de Israel, porque le había abierto el mar para que él pasase, y Ie voIvió a
juntar parar asegurar su retirada; porque habia obrado tantos milagros en el desierto
para guiarle a la tierra de promisión, a pesar de los esfuerzos de sus
enemigos; me persuado, señores, que la ilustre Santa, cuyas reliquias tenéis y
veneráis, puede en el Cielo pensar esto mismo, y confesar que debe su salvación
y gloria a esta perfección divina, pues ella fue la que la sacó de su país, la asistió
en los peligros del mar, y haciendo servir a las borrascas a sus designios, la
trajo felizmente a la ciudad, donde defendiendo su virginidad, adquirió con sus
compañeras la corona del martirio. En efecto, la divina providencia resplandeció
tanto sobre la persona de Santa Úrsula, que no se les puede separar sin violencia,
o sin injusticia: y así parece que haciendo el elogio de la una, necesariamente
se ha de hacer el de la otra. Pues si la historia que de ella se nos refiere,
es verdadera; ¿no fue menester que la providencia juntase tantas Vírgenes, las
diese a Santa Úrsula por Capitana, hiciese soplar los vientos que las llevasen al
campo de batalla, donde perdiendo la vida salvasen su honor, y consiguiesen una
gloriosa victoria? Conque no debemos
separarlas, pues tan estrechamente están unidas, que haciendo el Panegírico de
Santa Úrsula, hacemos el de la providencia, que la hizo tan felizmente hallar
su salvación en su naufragio. Mas cómo este milagro se comenzó en el mar,
siendo María el astro que domina a este elemento: Stela maris, saludémosla si os
place, y digámosla con el Angel:
AVE MARIA.
Aunque
la Fé nos enseña que todo lo que hay en Dios es Dios mismo, y que en la
simplicidad de su ser todas sus perfecciones son una misma cosa; no obstante
eso, nos permite dividirlas, y comparándolas entre sí, dar la preferencia a la
que nos es más útil y provechosa. De ahí nace, que los infelices exaltan la
misericordia que los protege, los delincuentes prefieren a la bondad que los
perdona; y los Santos dan el primer lugar a la justicia que los recompensa. Mas
si me es permitido decir mi parecer en una materia tan elevada, daría con Tertuliano
el primer lugar a la providencia: porque además de que esta perfección divina
es propia de Dios, y le dá a conocer a todo el mundo: Hoec illi propria divinitas
constat; gobierna todos los sucesos del mudo, encamina todas las criaturas a su fin, las asiste en sus necesidades , y las libra
de los peligros que las amenazan: junta en sí también todas las otras
perfecciones divinas, y empleandólas en sus designios, toma todos sus nombres y
cualidades. Como sabiduría, dirige y gobierna; como voluntad, manda; como
potencia, ejecuta; dice Hugo de San Victor: Sciencla est ut dirigens, voluntas ut
imperans, potentia ut exequens. Pero désele el nombre que se quiera, nunca
parece que es más admirable que cuando saca nuestra salvación del odio mismo de
nuestros enemigos, cumpliendo los designios que tiene acerca de nosotros por
medio de aquellos mismos que tiran a estorbarlos. Asi vemos que los hermanos de
José contribuyen a su grandeza, y le hacen subir al Trono, cuando piensan
quitarle la libertad: que la hija de Faraon salva a Moisés, que era el destinado
para perder a todo Egipto: que los Tiranos coronan a los Santos a quienes
quitan la vida, y los hacen gloriosos queriendo hacerlos infelices. También
veremos todas estas maravillas en la conducta que observó la providencia con la
persona de Santa Úrsula y de sus compañeras; y vosotros admirareis conmigo esta
adorable perfección divina, que se sirvió de la prudencia de Máximo para juntar
todas estas jóvenes doncellas, de la tormenta para conducirlas al puerto, de la
brutalidad de los soldados para hacerlas santas Vírgenes, y de su bárbara
crueldad para hacerlas Mártires muy ilustres.
Los
hombres aman tanto la libertad y aborrecen de tal suerte la esclavitud, que los
conquistadores se han visto obligados a hacer que la dulzura ocupase el lugar
de la violencia, para asegurar sus conquistas. El mismo Dios, a cuya voluntad
ninguna cosa puede resistirse, nunca ha podido ganar el corazón de los hombres
por medio del terror, y cuando ha querido hacerse amar, se ha valido de las
promesas y alianzas: Mundus perire maluit, quam timere, dice S. Pedro Cristólogo,
pavore mors ipsa Ievior. (a) Mas ha querido el mundo perderse, que temer,
porque juzgó que no era tan molesto morir una vez, como estar temiendo siempre
el morir. De ahí proviene, dice este elocuente Padre, que viendo Dios que el
temor perdia al mundo, se resolvió a ganarle por amor, convidarle con su
gracia, y retenerle por alguna alianza:
Videns ergo Deus mundum labefactari timore, continuo agit, ut cum amore revocet,
invitet gratia, charitate teneat, e constringat affectu.
Los políticos,
que nunca son mas felices que cuando imitan la conducta que Dios usa con el mundo,
han observado lo mismo: y viendo que el rigor alejaba de su persona a los
vasallos, recurrieron a la dulzura y mansedumbre, y procuraron conservar por
medio de promesas y alianzas los reinos que habían conquistado con sus armas.
Alejandro el grande no estuvo seguro del afecto de los Persas, hasta que obligó
a los Macedonios a hacer alianza con ellos: y las Colonias entre los Romanos
dieron tanta firmeza a su República, como pudieron darle sus armadas: Máximo se
valió de este artificio para mantenerse en su rebelión: creyendo que si él podía
obligar a los Franceses a coligarse con los Ingleses, conservaría fácilmente en
su favor estos dos grandes Reinos , y que asistido de sus fuerzas, se haría respetable
al Emperador Graciano. Para ejecutar este designio, recogió en Inglaterra, y
juntó todas las doncellas de calidad que allí había, para que conducidas a la
Bretaña, y dándolas a los Capitanes Franceses para esposas suyas, consiguiese
él sus favores por esta alianza.
La política
que usó en esto era muy fina; y si los vientos no hubieran impedido su ejecución,
se hubiera podido lisonjear de hacerse señor de la Inglaterra y de la Francia
con esta astucia, pues se hubiera asegurado el afecto de los Padres, por medio de
las hijas que él les había quitado, y el amor de los maridos por las mujeres
que les había dado.
Aunque
el Cielo que no aprueba jamás la violencia, aún cuando ésta se ordenase al matrimonio,
no aprobó los designios del tirano; no obstante, no dejó de servirse de ella
para formar la más ilustre compañía que jamás se ha visto en la Iglesia, y para
juntar once mil Vírgenes, honor de su siglo, y admiración de los otros
venideros. Porque este gran Orden tiene tres o cuatro ventajas que hacen su
diferencia y su gloria, y que son puros efectos de la providencia divina.
La
primera es, que este cuerpo místico tiene juntas todas las partes de que se
compone, y que contra las leyes comunes y ordinarias, tan presto se vió perfeccionado
como compuesto: pues ninguno ignora que hay esta diferencia entre los cuerpos naturales,
y los cuerpos místicos, que los primeros tienen todas sus partes a un tiempo, y
la naturaleza, que los forma, a un mismo tiempo trabaja en todos sus miembros.
Esta sabia Madre forma la lengua al mismo tiempo quE el corazón, extiende los
brazos al mismo tiempo que dá su longitud a las piernas, y abre los ojos al
mismo tiempo que los oídos. Pero el arte, que no tiene ni el poder ni la
industria de la naturaleza, trabaja sucesivamente en sus obras: ahora, forma la
cabeza de una estatua, después dibuja uno de sus ojos, luego acaba una de sus
manos, y dándola todas sus partes y perfecciones unas, después de otras, hace
sucesivamente y con el tiempo la imagen de un Santo, o la de un Rey.
Pues
como la política es un arte, no forma los Estados ni los Reinos enteramente de
un golpe, ni les da de una vez todas las partes de que deben componerse, y de
que han de constar. La República Romana no fue grande desde su nacimiento. No tenia
Cónsules, cuando tenía Tarquinos; perdió los Escipiones y Camilos, cuando adquirió
los Césares y Pompeyos; y no habiendo tenido nunca juntos a todos estos grandes
hombres, se le puede decir que nunca se vió a sí misma toda entera. La Iglesia
universal, que es el más grande y más noble de todos los cuerpos místicos, y
reconoce al Hijo de Dios por su cabeza; y al Espíritu Santo por su alma, jamás ha
tenido juntas todas las partes de que se compone, y nunca las tendrá sino, en el
Cielo. Loa Apóstoles no vivían ya en el tiempo de los Anacoretas; los Mártires
no convivieron con los Doctores y esta Madre no viendo nunca juntos a todos sus
hijos, ha llorado la muerte, de Ios Lorenzos y Ciprianos, cuando se regocijaba
con el nacimiento de los Agustinos y de los Ambrosios. De suerte que este gran
cuerpo, que está extendido por todo el Universo, nunca ha estado con toda
su perfección; y siguiendo las leyes del tiempo a que está sujeto, no puede
aumentarse sino por su disminución ni, puede engrandecerse si no por su pérdida.
Pero la compañía
de Santa Úrsula se puede gloriar de ser un cuerpo que tiene juntas todas las
partes de que consta, y de que al mismo tiempo se halla con once mil Vírgenes
que la componen y forman; la sucesión, no tiene parte en esta obra; como no la
forma el tiempo, no la destruye la muerte, y hallando juntas por la providencia
todas estas doncellas, no se separarán con el martirio las unas de las otras,
pues padeciéndole a un tiempo todas ellas, irán a hacer en, el Cielo la misma
compañía que formaban en la tierra.
Como
tuvo desde su nacimiento toda su grandeza, así también tuvo toda su perfección:
porque la misma providencia que juntó todas estás Vírgenes, las separó de sus padres
y madres, las apartó de su patria, las inspiró el menosprecio de los bienes
perecederos, y preparándolas insensiblemente al martirio, las hizo Profesas en
la virtud, antes de haberlas hecho Novicias. EI mal y el bien no se aprenden en
un instante; y si es verdad, que el hombre no se hace malo de repente: Nemo repente
fit malus; mas verdadero es, que se necesita tiempo para hacerse virtuoso. El estudio de la virtud es más largo que el de la
ciencia; no bastan muchos años para adquirirla, y se puede decir de la adquisición
de la virtud con mucha oportunidad, que el
arte es muy largo, o que la vida es muy
corta: Ars longa, vlta brevis. Pero cuando el Espíritu Santo es nuestro Maestro,
nos enseña en un instante lo que no pueden los hombres enseñarnos en un siglo.
Por eso Santa Úrsula y sus compañeras, a quienes había enseñado e instruido en
su escuela el Espíritu Santo, fueron perfectas luego que estuvieron unidas, y
se hallaron aseguradas de su salvación, luego que ellas formaron su compañía: en lo cual, consiste su
tercera ventaja, y su principal diferencia.
Por mas
favores y gracias que los más ilustres cuerpos de la Iglesia hayan recibido de
Jesucristo, no hay uno siquiera que pueda
responder de la salvación de todos sus hijos. La Iglesia misma, aunque esposa
del Hijo de Dios, lleva en su seno los réprobos con los predestinados, y se ve precisada a llorar la muerte de muchos
a quienes el Espíritu Santo había dado
la vida en el Sacramento del Bautismo. El Colegio de los Apóstoles, que debía ser
el plantel de la Iglesia, no se pudo librar de esta desgracia, pues aunque solamente
se componía de doce hombres, no dejó de contar un apóstata en tan pequeña número,
y de atemorizarse de la perdición de aquel a quien el mismo Jesucristo había
escogido para que trabajase en la salud del Universo. Pero esta ilustre compañía
de Santa Úrsula solamente se compone de predestinadas; no admite en su seno sino
escogidas; no recibe sino las Vírgenes que
están escritas en el libro de la vida, y se gloría de que conduce al cielo todas
las que había tomado acá en la tierra: las réprobas no entraron jamás en esta
compañía, y está muy asegurada de que su alegría no se ha de perturbar por la pérdida
de alguna de sus hijas.
Finalmente,
lo que eleva la gloria de este Orden sobre todas las las demás, es que no se
compone sino de Vírgenes y Mártires, y que subieron al Cielo por los dos
caminos más honrosos que se hallan en la Iglesia. Como en el Reino de Jesucristo
hay muchas mansiones que son diferentes en resplandor y luz: In domo Patris mei
mansiones multae sunt; hay también muchos caminos para llegar a ellas: los unos
van allá por la soledad que los oculta de los ojos del mundo, y los libra de sus
lazos y celadas; otros van por la humildad que es el camino menos brillante,
pero el más seguro: aquellos van por la mortificación que es el camino más
dificultoso y el más cristiano; estos van por la pureza y el martirio, que son las dos sendas más nobles y santas.
Pues todas las compañeras de Santa Úrsula subieron al Cielo por esta senda: Todas
ellas son Vírgenes 'y Mártires, y todo este gran cuerpo no se compone sino de
doncellas, que se consagraron por la castidad y se sacrificaron por el martirio.
Debemos, pues confesar que la providencia divina es muy admirable, pues tan provechosamente
se valió de los intereses de Máximo, hacienda una colonia para el Cielo, de la
que éI pensaba hacer en la Bretaña, y de una compañía que él levantó para
poblar la Francia, compuso la providencia un orden que será una de las más
ilustres partes de la Iglesia, sirviéndose de la tormenta para llevarlas a la ciudad,
donde las tenía preparadas sus coronas: que es el segundo punto de este
discurso.
Aunque
el hombre haya caído de su grandeza, no deja de conservar su imperio sobre el
mundo, ni deja de mostrar que aún la calidad de pecador no le ha hecho perder
la de Monarca. El manda en los Cielos, y con el auxilio de la Astrología se sirve
del movimiento de sus esferas, de las influencias de los Astros, y de la luz
del sol: Hace todo lo que quiere en la
tierra; y esta parte del mundo es tan suya, que la cultiva con su trabajo, la
divide con su avaricia, y la hace gemir con el peso de sus edificios para
contentar su vanidad. Aunque el aire esté separado de la tierra, no deja de ejercer
en él su tiranía, pues en él hace guerra a los pájaros, sin que sus alas puedan
defenderlos ni de sus tiros, ni de sus flechas. El mismo fuego con ser activo,
no puede evitar su poder; antes sirve a la ira del hombre en los cañones, y se
le precisa a llevar la muerte con las balas a las plazas que somete. La mar con
sus borrascas no se puede exceptuar de la dominación de este Soberano, que después
de haber perdido sus derechos, disputa todavía su autoridad en el mundo: Así
carga de bajeles este elemento, usa de
él para sus conquistas; y valiéndose de él en la paz y en la guerra, le hace servir
a su ambición tanto como a su avaricia; aunque por más artificios y violencias
que emplee para domarle, ve muchas veces castigada su temeridad con el
naufragio. Porque no puede amansar este elemento cuando está impetuoso, ni
apaciguar los vientos que le impelen; después de haberse valido de su destreza
e industria para vencer las tempestades se ve obligado a recurrir a las
oraciones y a los votos para calmarlas.
Pues
como este elemento es el más rebelde al hombre, es el más obediente a Dios, y
parece que una sumisión ciega quiere agradecerle el favor de haberle eximido de
la violencia de este tirano. Porque en su mayor furor respeta los límites que
le ha prefijado su Soberano: Trueca sus olas en espuma, cuando se acerca a la
arena que le sirve de freno, y se retira luego que la toca, como receloso de
que se le sospeche rebelde, o se le
acuse de infidelidad. En las mayores tormentas se acuerda de la ley que se le
ha impuesto, quiebra sus olas, se aparta de la orilla, se retira a su propio
seno, y va a descargar su furia contra sí mismo: Usque buc venies, e ibi
confringes tumentes fIuctus tuos. (Job 38)
Muda el
mar sus cualidades según las diversas órdenes que recibe de Dios: ya se divide
para dejar libre el paso a sus siervos; ya se vuelve a juntar para sumergir a
sus enemigos; unas veces se consolida para sostener, y llevar sobre sí a los
inocentes; otras sale de sus márgenes para ir a buscar los pecadores. Pero la
obediencia de la mar nunca mejor se deja conocer, que en la tempestad y en la bonanza
que las hace con arreglo a la voluntad del Creador. Levanta el mar montañas de
sus olas, cuando es menester impedir la fuga de aquel Profeta que no quería
predicar en Nínive la penitencia; y calma su furor cuando Jesucristo le amenaza
significándole su enojo por el tono de su voz, y como reprendiéndole que no
haya tenido respeto a su misterioso sueño; pues cuando le despertaron sus discípulos,
dice la Santa Escritura, que reprendió, y que riñó su majestad al mar y a la tempestad,
y que al mismo tiempo se apaciguaron sus olas: At ille surgens, increpavit
ventum e tempestatem aquae, e cessavit , e facta est tranquilitas. “..se levantó y amenazó al viento y a las olas
encrespadas; se tranquilizaron y todo quedó en calma”. San Lucas 8,24.
Pero si
alguna, vez ha dado este elemento claras pruebas de su sumisión, es preciso confesar
que fue en el viaje de Santa Úrsula. Cuando esta Santa partió de Inglaterra,
parecía que el océano se gloriaba de llevar sobre sí tantas princesas, y que
los Zefiros llenasen las velas de sus bajeles, para hacerlas llegar con
brevedad a la Bretaña: el espacio era pequeño, el mar apacible, el viento favorable;
y toda esta compañía que estaba viendo ya las costas de la Francia, se
preparaba ya para el desembarco. Pero como el designio de la providencia divina
era muy diferente del de la humana, se levantó una tempestad que apartó de la
ribera todos los bajeles, y sin separarlos los llevó entre el orgullo de las
olas amotinadas, a la embocadura del Rhin. El temor que las tenía espantadas, las
obligó a suplicar con instancias a los marineros que entrasen en aquel gran
rio, y buscasen un puerto en que asegurar sus vidas, y que librándolas de la tempestad
las defendiese del naufragio. Vuestros deseos serán oídos, felicísimas Vírgenes:
y él cielo que siempre concede a sus siervos más de Io que piden, no solamente
os hará hallar un asilo donde no temáis la muerte, sino también un teatro en
que después de haber peleado, seréis gloriosamente coronadas.
No pudiera
yo dejar de admirar aquí con San Ambrosio las utilidades que recibimos, del mar,
a quien llama este gran Santo hablando de esto, hospedaje de todos los ríos y fuente de todas las lluvias: Hospitium fluminum,
e fonsimbrium. Efectivamente, el mar nos trae nuestras mercancías y nuestros víveres,
une las nacionés más separadas y remotas, y
nos aparta y defiende de nuestros enemigos: Invrctio commeatuum, quo
sibi distantes populi copulantur, quo barbaricus furor clauditor. (Libto 5,
Hexameron, cap. 5). El finalmente abrevia
nuestros viajes, nos socorre en nuestras necesidades, y nos preserva de la
hambre: Itineris compendium, subsidium vectigallium, sterilitatis alimenntum.
Pero siento que habiendo hablado de las
ventajas que sacamos del mar, no haya dicho cosa alguna de la utilidad que
sacamos de sus tempestades y de sus naufragios. Porque los vientos obedecen a la
providencia divina, y como ésta se sirve de ellos para destruir a sus enemigos,
también se vale de ellos para salvar a sus siervos.
Y si esto
mismo fué prueba de que Jesucristo era Dios, como dice el mismo San Ambrosio, cuando
los vientos se apaciguaron, y la tranquilidad se siguió a la tormenta, y los
elementos insensibles oyeron su palabra: Quod turbatum sedatur mare, e divinae vocis
imperio obsequuntur elementa; atque insensibilin sensun accipiunt obsequendi,
divinae mysterium gratiae revelatur. (San Lucas, 5).
A vista
de esto, ¿no es preciso confesar que Jesucristo parece todavía más absoluto cuando
hace que la tempestad sirva para ejecutar sus voluntades, y que aún los mismos
naufragios sirvan para asegurar la salud
de sus siervos?.
Esto es
lo que hizo en la persona de Santa Úrsula y sus compañeras, que deben todo su reposo
al furor del mar, y confiesan en el cielo, que la tormenta que las apartó de Bretaña,
y las condujo a Colonia fue la causa de su felicidad. Porque sería un impío el que
imaginara que esta tempestad había sido un accidente casual; y que la fortuna,
que ningún poder tiene en el imperio de la Providencia, era la que había
causado la felicidad de estas vírgenes: In regno Providentiae nibil licet
temeritati. Dios fue el que levantó o permitió esta tormenta para la
santificación de Úrsula. Dios fue el que dio orden a los vientos para que llevara
aquellos bajeles a la embocadura del Rhin; y el que mandó a la tempestad llevar
estas doncellas a un país, donde haciéndolas perder los deseos de casarse, la desvergüenza
de los soldados las había de inducir a tomar
la resolución de conservar y defender su virginal pureza. Este es el tercer punto
de este discurso.
Como ninguna
cosa hay en la Iglesia, que sea más brillante que la virginidad, así no hay virtud
que con mayor cuidado aconseje el Hijo de Dios, ni que el demonio disuada con
mayor astucia. Esta virtud es tan noble y elevada, que más tiene del Cielo que
de la tierra, y más pertenece a los ángeles que a los hombres. Es un principio
o una mediación de la otra vida, dice San Cipriano: Nibil aliud quam futurae vitae
gloriosa meditatio. (Cipriano: de Bono Pudicit): es una infancia que dura siempre,
sobre la cual no ejercen su tiranía los años: Perseverantia infantiae: es el triunfo de los
deleites, porque el haberlos vencido a todos, es el deleite mayor: VoIuptatum
triumpbus, voluptatem enim vicisse, maxima voluptas est. En las otras victorias
nosotros somos más fuertes que nuestros enemigos, pero en la de la pureza somos
más fuertes que nosotros mismos, y podemos jactarnos de que nada nos falta que
vencer, cuando nos hemos vencido a nosotros mimos, despues que habemos
sobrepujado a los otros: Qui bostem vicit, fortior fuit, sed altero; qui
libldinem repressit, se ipso fortio est. De ahí proviene, que Jesucristo
inspira el amor a esta virtud a todas las personas que se le acercan más, y así
quiso que su precursor, su amado Evangelista, su Santísima Madre, y sus esposas
sean vírgenes. Parece que reserva todas las grandezas de su estado para premio
de la virginidad, y que como esta virtud es tan difícil, la hace gloriosa para
convidar a ella a todo el mundo.
El
demonio por el contrario, se vale de todos sus artificios para alejar de esa
virtud a todos los hombres: y como sabe, que ella ha de poblar el Cielo, y
llenar las sillas que sus cómplices en la rebeldía ocupaban, hace cuanto puede
para que temamos a esa virtud, o la menospreciemos: Unas veces nos persuade,
que esa virtud toca solamente a las jóvenes solteras, y que el querer conservar
la pureza es emprender una cosa superior a nuestra capacidad; otra, que costándonos
mucho trabajo nos produce poco honor, y que estando continuamente empeñada en
el combate, nunca está segura de la victoria; y otras veces finalmente nos persuade,
que esta virtud solamente es buena para sí misma, pero inútil a los estados,
que despuebla la tierra, y que no siendo recomendable sino por la dificultad
que cuesta, saca toda su estimación del trabajo que la acompaña. Añade también
artificio a sus persuasiones, y se vale de mil tentaciones para combatir el
designio de las Vírgenes que se quieren consagrar a Jesucristo: hace que su
carne se rebele contra la razón, y por una guerra intestina y doméstica procura
hacer que la esclava triunfe de su Soberana: se vale de los deleites para
alagar sus sentidos, y sorprendiendo a estos crédulos mensajeros, tira a engañar
al alma con las infieles relaciones que ellos la hacen: se sirve de las
promesas y de las amenazas de los impúdicos para corromperlas, o para espantarlas;
y mezclando dos pasiones a un tiempo, derriba por el temor a las que no ha
podido corromper por la esperanza. Esta fue la estratagema de que se valió para
con Santa Úrsula y sus compañeras; porque apenas abordaron a las orillas de
aquel gran rio, cuando los soldados prendados de su hermosura se enamoraron de
ellas: estos hombres que se dividen entre el amor y el furor, y que adoran
sucesivamente a Venus y a Belona, se declararon esclavos de estas doncellas, y
para ganarlas usaron de todos los artificios que esta pasión aconseja, y
sugiere a los miserables que están poseídos de ella: ofrecieron su libertad en
obsequio de estas nuevas señoras persuadiéndose, que como desde luego ellos se habían
dejado encantar de sus miradas, ellas se dejarían vencer de sus rendimientos.
Los jefes dieron ejemplo a los soldados para esto mismo, pues postrándose a los
pies de tan bellas extranjeras, les enseñaron que por la veneración y respeto
era por donde debían introducirse a su amistad y gracia: y finalmente, cuando
supieron que venían destinadas para esposas de los soldados de Máximo, no se
olvidaron de decirlas que ellos eran vasallos del Emperador, y que su buena
fortuna no había querido, que tan
apreciables doncellas fuesen mujeres de los soldados de un tirano usurpador.
Al ver,
señores, la resistencia de nuestras Amazonas
a las pretensiones de las tropas de aquellos soldados enamorados de
ellas, se me viene a la memoria el suceso de aquellas mujeres perdidas, que por
consejo de Balaam, acometieron en otro tiempo a los israelitas y se sirvieron
de sus prendas naturales para corromperlos. Es verdad que el suceso es
extremadamente diferente; porque aquellas sedujeron a todos los soldados de la
armada, y les hicieron perder la fe, haciéndoles perder la castidad; pero aquí
todo fue muy al contrario, porque los soldados nada pudieron conseguir de
nuestras amazonas; todos sus rendimientos fueron inútiles, y sus ruegos
mezclados con sus lágrimas, nada pudieron alcanzar de estas generosas
doncellas. Ellos no las hablaban de otra cosa que del matrimonio, y bajo de tan
hermoso pretexto creían que su solicitud era legítima: pensaban que quedaban victoriosos de Máximo, con quitarle todas aquellas
bellezas y que era contribuir
a la felicidad de ellas mismas, el quitárselas a los soldados de aquel Tirano.
Pero, ¡Oh prodigio maravilloso! En lugar de hacer impresión estas razones en el
corazón de Santa Úrsula y de sus Compañeras, las infundieron horror al
matrimonio: y asistidas de la gracia en esta necesidad , las inspiró un grande
amor a la pureza, y las hizo formar el propósito de exponer su vida en defensa
de la virginidad. Úrsula en esta ocasión
dijo a sus compañeras tantas cosas acerca de lo ventajosa que es esta virtud,
que todas ellas se resolvieron a guardarla toda su vida, renunciando a los soldados
de Máximo, y a los de Valentiniano, protestaron no admitir jamás otro Esposo
que Jesucristo. Así el demonio fue vencido con sus propias armas; perdió la victoria
que esperaba conseguir, y bien lejos de enredar a aquellas doncellas en la impureza bajo el hermoso título del matrimonio,
las vio resueltas a consagrar su virginidad al Hijo de Dios. En este instante
la grande Úrsula se hizo Esposa de Jesucristo; y quedando virgen, comenzó a ser
madre de todas aquellas hijas, que se habían
aprovechado de sus razones y de sus ejemplos.
No es ya
estéril la virginidad desde que pasó por la persona de María: tiene todo el
honor de su fecundidad, como el de su santidad, y todas las Vírgenes son madres
en el mismo instante que se hacen esposas de Jesucristo. Porque además de que
ellas inspiran la pureza a las que
tratan y comunican, y vienen a ser madres de las que las imitan; conciben a
Jesucristo en su corazón; y por un milagro de la gracia, que la naturaleza no
puede comprender, se hacen madres é hijas de su Esposo. Ellas sacan esta
ventaja de la Iglesia, que al mismo tiempo es Esposa, Madre, y Virgen: Esposa,
porque está unida a Jesucristo: Madre, porque se ha hecho fecunda por su Espíritu:
Virgen, porque es incorruptible en su fé, que es lo que hace su virginidad. Ecclesia,
dice San Fulgencio, una, vera, et católica, sponsa est, quia inhaeret Christo:
Virgo est, quia incorrupta perseverat in Cristo: Mater est, quia faecundatur a Christo.
La virginidad de esta Esposa, dura siempre, y no se destruye por su fecudidad,
como tampoco su fecundidad es impedida por su virginidad. Y la integridad de
esta Madre es tan grande, que si no fuera siempre Virgen, no pudiera ser Madre:
Hujus. sponsae nec faecunditate virginitas corrumpitur, nec virginitate fecunditas
impeditur: et tanta in bac Matre virginitatis perseverat integritas, ut nisi virgo
semper esset, mater esse non posset.
Nunca se
descubri6 esta verdad más claramente que en la persona de Santa Úrsula, que fue
Esposa de Jesucristo en el mismo instante que resolvió perseverar Virgen por el
voto que hizo públicamente de esta virtud, y fue también madre de todas aquellas
doncellas, que aprovechándose de su consejo y ejemplo, consagraron su virginidad
al Hijo de Dios. Aquí es donde es preciso confesar, que la pureza es más fecunda
que la fecundidad misma; y que felizmente la ha abandonado la esterilidad, que otras
veces solía ser su verguenza y distinción. Aquí es preciso exclamar en favor de
Santa Úrsula que se hizo madre de once mil hijas, luego que ofreció a su esposo
su virginidad ¡O quam pulchra est casta generatio cum claritate! Porque a la verdad,
¿qué pureza mayor que la de esta Santa que renuncia el matrimonio, siendo tan
pretendida de los mismos Generales, y que se consagra a Jesucristo entre los
deseos y suspiros de aqueIlos ilustres amantes? ¿Qué fecundidad mayor que la
suya, pues en un momento se ve madre de un ejército de Vírgenes que, concibiéndolas
con su palabra, se puede lisonjear de ser una perfecta imagen de María, que
concibió a su hijo en su castísimo seno, cuando su boca pronunció, y dijo al
Angel aquellas palabras: Ecca ancilla Dominati. Fiat mibi secundum verbum tuum?.
Pero no
admiremos tanto la pureza y fecundidad de Santa Úrsula, que dejemos de admirar
al mismo tiempo el medio de que se valió la providencia para hacerla tan pura y
tan fecunda. Porque atendiendo solamente a las apariencias, diremos que para
producir esta maravilla, se valió la providencia de unos militares enamorados,
y que se sirvió de sus instancias y solicitaciones para inspirar la aversión al
matrimonio y el deseo de la pureza en Santa Úrsula y sus compañeras; mas por un
prodigio tan admirable como imperceptible, las hizo entender sus designios por
las mismas bocas que las manifestaban sus pasiones, y que ponían todos sus
esfuerzos en hacerlas caer en la impureza bajo el pretexto del matrimonio.
El
grande San Ambrosio se admiró de que Dios se sirviese de los demonios pata ejecutar
sus designios, y que se valiese de aquellas criaturas rebeldes para conservar
sus fieles servidores. Notó San Ambrosio con admiración, que Dios entregase a
su siervo Job a aquellos rebeldes espíritus para que le guardasen, y que pusiese
a su cuidado aquel gran hombre que tantas veces se había burlado de la
inutilidad de sus esfuerzos: Quanta vis Christi, ut custodia hominis Imperetur
etiam ipsi diabolo qui semper vult nocere! (Lib. De Paenit. Cap. 13)
¡Qué grande es el poder de Jesucristo que
encarga a los demonios la persona de Job, y encomienda a este hombre inocente a
aquellos Angeles pecadores! Imperante Christo, diabulus fit suae praedae custos:
Y por su precepto aquellos malignos espíritus vienen a ser guardas de la presa
que ellos hubieran querido devorar. Pues la maravilla que sucedió en la persona
de Úrsula y de sus compañeras no es menos considerable, porque Dios se sirvió
de unos soldados impúdicos para inspirar el amor de la virginidad a unas doncellas
que ellos querían, corromper, y por otro prodigio mayor que éste, se sirvió de
su furor para conservar su pureza haciéndolas perder por ella su vida, que es
el cuarto punto de este discurso,
Como la
providencia de Dios no es diferente de su Santidad, se mezcla· en todas las
cosas del mundo sin contraer su impureza, y tan santa queda cuando trata con
los demonios, como cuando trata con los Angeles: Tiene la providencia parte en
sus acciones, pero no en sus maldades: hace juntamente con ellos todo lo que
ellos hacen pero ella hace con una bondad suma lo que ellos hacen con espantosa
malicia. Por lo cual podemos decir de todas las cosas lo que el gran Padre San Agustín dijo de la
muerte del Hijo de Dios. Esta acción tuvo tres causas bien diferentes, que
concurrieron juntas a producir el mismo efecto. Judas entregó a Jesucristo en
manos de los judíos, por una avaricia que da horror aún a los más perversos: el
Padre entregó a su Hijo por una misericordia que causa admiración a todos los
hombres: el Hijo se entregó a sí mismo por una obediencia que da espanto a los
Angeles; pero como los motivos de una misma acción son muy diferentes, tienen
también consecuencias extremamente distantes: porque ludas que entrega a su Maestro es condenado; el Padre Eterno que entrega
a su Hijo es glorificado; y el Hijo que se ofrece a si mismo, es admirado de
todo el mundo: Tradidit Judas Christum, et damnatur; tradidit Pater, et glorificatur;
tradidit se ipsu Filius, et laudatur. Malus diabolus, añade San Agustín, malus Judas,
usus est Dominus ambobus bene (Serm. 114, de diversis) El demonio, que inspiró
a Judas este designio, es malo; Judas que le ejecuta, es un perverso; pero Dios
que usa bien de la malicia de entrambos, es infinitamente bueno.
Digamos
lo mismo, señoras mías, de la providencia divina, de la constancia de Santa Úrsula,
y del furor de los soldados de Valentiniano. Todas tres cosas contribuyeron a un
tiempo a la muerte de nuestras ilustres Mártires: la providencia la permitió, Úrsula
y sus compañeras la padecieron, y los soldados se la dieron; y se vitupera la
rabia de aquellos soldados, se admira la constancia de aquellas Vírgenes, y se
adora la providencia de Dios, que por caminos tan diferentes ejecuta sus designios
y cumple su voluntad. Y a la verdad, ¿qué cosa más admirable que ver como
aquellos soldados en un instante truecan su amor en furor; de enamorados se
transforman en verdugos, y no pudiendo corromper la castidad de aquellas jóvenes,
maquinan contra su vida y las hacen Mártires?. ¿Qué cosa hay más extraña que
ver a aquellas doncellas, que, no pensaban antes sino en sus bodas y que iban a
buscar a sus esposos, y que intentaban hallar en el matrimonio el
establecimiento de su fortuna, mudar enteramente de pensamiento, consagrando su
pureza al Hijo de Dios; y haciéndose sus Mártires al mismo tiempo que se hicieron
sus esposas?
¿Pero
qué cosa hay más admirable que ver cómo la providencia gobierna todas estas
cosas por unos medios tan contrarios que se vale de los intereses de Máximo
para juntar todas estas jóvenes que
obliga' la tempestad a llevarlas a la embocadura del Rhin; que la tormenta arrebata
los bajeles, y no los separa; que los soldados se hallan en las orillas del río,
y al instante se enamoran de aquellas extranjeras; que su amor impúdico
enciende en el alma de aquellas jóvenes el amor a la pureza; y que finalmente,
la crueldad de aquellos verdugos les da a todas aquellas Vírgenes la corona del
martirio? Ciertamente es menester confesar que la providencia de nuestro Dios
es admirable en sus determinaciones, sabia en su conducta, poderosa en su ejecución,
y que con mucha razón dice de ella la Escritura: Attingit ergo a fine usque, ad
finem fortiter, et disponit omnia suaviter. (Sab 8,1) Que sabe mezclar la
dulzura con la fortaleza para ejecutar lo que emprende, y sin forzar la
libertad de los hombres, sin mancharse con la malicia de los pecadores, sin
disminuir el mérito de los justos, cumple infaliblemente la providencia todo lo
que tiene proyectado con infinita sabiduría.
Después
de haber admirado la causa, admiremos sus efectos, y bajando nuestros ojos
desde el Cielo a la tierra, consideremos lo que sucede a las orillas de aquel
rio, que se vuelve rojo por la mucha
sangre que se mezcla con sus ondas. Todos los Mártires que hay en la Iglesia
deben su mérito a sus trabajos, y si no hubieran
peleado en la tierra, no hubieran sido coronados en el Cielo. Esta máxima es
tan verdadera que en sentencia de San Cipriano, el combate más difícil y más dilatado
es siempre el más glorioso: Martyrium nibil baberet admirabile sine dolore, quem
superasse dignum est corona. (Cipriano) El martirio nada tendría de maravilloso
sin el dolor; toda su gloria consiste en sobrepujarle y no pretende la corona sino
después de haber conseguido esta victoria. Siendo esto cierto, y siéndolo también
que los que han padecido el martirio juzgan que cuanto es más sensible y doloroso,
tanto es más honroso; es preciso confesar que ninguno hay que no deba ceder a este
de Santa Úrsula y sus compañeras; pues aunque ellas no hayan padecido más que
el corte de las espadas de sus verdugos, y la punta de sus flechas, se hallan en
su combate tales circunstancias que le hacen extremadamente espantoso.
En
primer lugar, estas temerosas doncellas veían una armada entera que las
amenazaba con la muerte: temían la licencia de los soldados, y conocen en ellos
mucho mas amor que furor: tiemblan entre las amenazas de la muerte, y del
ultraje que las sería más insoportable que la muerte misma; y se ven obligadas
a irritar a sus mismos verdugos, a trocarles el amor en aborrecimiento y hacerlos
más crueles para que fuesen menos insolentes. Cuando hubieran puesto en
ejecución este designio, sucedió el temor a su seguridad, y no temiendo ya los
peligros de su honor, comenzaron a temer los de su vida. Tiemblan de ver tantos
verdugos prevenidos, tantas espadas que resplandecen en sus manos, tantas
flechas que vuelan por el aire, y tantos suplicios que se presentan a sus ojos.
No saben de qué golpe han de ser heridas; ignoran si han de recibir una o
muchas heridas, y de tantas muertes como se les vienen a a la imaginación, no saben
cuál será la que acabe con su vida; y el más justo temor que las atormenta es el
de sobrevivir a sus compañeras, y su más vivo y más violento deseo es el de adelantarse
a las demás en la gloria.
Tan presto
una veía su brazo traspasado de una flecha, se afligía de que la herida no
fuese tan grande como era necesario para derramar toda su sangre: tan presto otra
daba gracias a su esposo de que la saeta que le había penetrado el corazón, la
quitaba la vida, y no la había quitado su amor: aquella abriendo la boca para
implorar la asistencia de Jesucristo, recibe en ella la flecha que cumple sus
deseos, y la libra de sus temores: esta quejándose de que, habiendo sido herida
con el mismo tiro que su compañera, no haya muerto con ella, y tenga necesidad
de un segundo golpe para seguirla al Cielo: una se espanta de que estando llena
de heridas penetrantes, no acabe de salir su alma por tantas bocas como tiene
abiertas, y de que la tenga tan pegada al cuerpo, que no vaya más prontamente a
buscar a su esposo: otra se aflige, porque las flechas insensibles a sus ruegos
la perdonan, y porque la dejan viva en medio de tantas muertes: aquella,
siguiendo el movimiento de su amor, se pone a ser el blanco de los soldados; los
incita a que se venguen en ella, y los exhorta a que la traspasen el corazón
con sus flechas, ya que no le han podido herir con sus suspiros; ésta, habiendo
recibido una herida de muerte ,recibe su propia sangre en la mano, y se la ofrece
a Jesucristo por ultima certeza de su amor.
¿Pero cómo
es posible, amadas Señoras mías, como es posible que yo os repita las palabras,
os cuente las heridas, ni os represente ,las muertes de once mil Vírgenes; sino
que todo esto os lo haga ver en la persona de Santa Úrsula, en quien todas estas
heridas, todas estas muertes admirable y cruelmente se vieron reunidas? Porque
esta noble amazona desde un lugar eminente contemplaba el martirio de sus
compañeras: desde, allí mezclaba sus lágrimas con su sangre: padecía sus dolores:
era herida con todas sus flechas: sufría tantos golpes como sus compañeras
recibían: murió mil veces en sus cuerpos antes que muriese en el suyo: y ofreció
a Dios tantos sacrificios como víctimas veía caer muertas a sus pies. No
obstante, la gravedad del dolor no la impidió el uso de las palabras; antes animaba
a sus compañeras, las representaba que el Cielo estaba abierto para recibirlas,
que su Esposo las aguardaba, y que por medio de una muerte tan breve, irían a
poseer una vida eterna. Finalmente, después de haber hecho el oficio de General,
haber hecho sacrificio de sus entrañas, haber sacrificado todas aquellas hijas,
excediendo millares de veces la constancia de Abraham; una flecha favorable a sus
deseos acabó su vida y su martirio, y la
facilitó tantas coronas como había padecido de tormentos y penas.
No quedara
satisfecho, señoras, si no me valiera aquí de las palabras más elocuentes para
acabar el Panegírico de esta Virgen, diciendo de Santa Úrsula lo que San
Gregorio el Grande dijo en otra ocasión de Santa Felicitas. Dice el Santo que esta
gloriosa Madre fue más que Mártir, porque vio a sus siete hijos morir en su
presencia: Non ergo banc faeminam martyrem, sed plusquam martyrem dixerim, quae
septem filios ante se mortuos praemisit: (Homil 3. In Matth.) ¿Pues qué será de
Santa Úrsula que vio morir en su presencia once mil de sus hijas? Dice el Santo
que aquella Madre Felicitas estaba temerosa de la constancia de sus hijos mientras
estaban vivos, y se regocijó cuando ya estaban muertos: Timuit viventibus, gavisa
est morientibus. ¿No es esto mismo lo que sucedía a la valerosa Úrsula, que recelaba
y temía que dejando a sus hijas en la
tierra, no las había de tener compañeras en el Cielo? Felícitas padecía todas las
heridas que recibieron sus hijos, y su amor la hizo sufrir todos los tormentos
que los verdugos los hicieron padecer: Ipsa eorum vulnera accepit. ¿Pues la caridad
de Úrsula con una ingeniosa crueldad no halló también el medio de hacerla
padecer todas las penas de sus hijas? En fin, aquella Madre, dice San Gregorio,
excedió a todos nuestros Mártires, porque murió en la persona de todos sus- hijos;
y no bastando a su amor una muerte, quiso padecer siete para satisfacerle: Vicit
ergo Felicitas martyres, quae tot ante se morientibus filis pro Christo frecuenter
occubuit: quia ad illius amorem sola sua mors ei minime suffecit : Pues Úrsula,
excedió tanto a Felicitas, cuanto ésta había excedido a los otros Mártires:
porque murió 11 mil veces en la persona
de sus hijas: derramó su sangre por todas sus venas: entregó su alma por todas
sus heridas; y padeció tantas muertes ella sola, como habían sufrido todas
juntas.
¿Se ha
visto jamás valor más generoso, ni se ha hallado nunca más riguroso martirio? ¡Qué
vergüenza para los hombres y mujeres que con tanta dificultad toleran las miserias
de esta vida! ¡Qué confusión para los padres y madres que son inconsolables en
la muerte de sus hijos! ¡Qué justa reprensión para todos aquellos que se dejan corromper
por los deleites, o espantar por las penas y dolores! ¡Úrsula menosprecia cetros
que se le presentan, y desdeña las pretensiones del Vice-Emperador; y vosotras
os dejáis engañar de vanas sumisiones, y de promesas falsas! !Úrsula no se
espanta de una armada que ha mudado su amor en odio, y que inventa mil géneros de
muertes para hacer bambalear su constancia; y vosotras os dejáis vencer con
amenazas frívolas, o con terrores pánicos! !Úrsula venció a la muerte, bajo de la
forma más terrible qué se le puede proponer; y vosotras tembláis cuando se os
presenta, bajo el nombre de una calentura, o de un cólico que os acomete! En fin,
Úrsula adora la providencia, que la sacó de su patria, la apartó de Bretaña donde la aguardaba un rico partido;
y la levó a Colonia, donde no halló sino amantes impúdicos o verdugos despiadados.
El amor de aquellos la hizo tomar la resolución de perseverar siempre Virgen, y
el furor de estos la hizo formar el designio de morir Mártir. !Y vosotras,
culpareis a la providencia, cuando contradice a vuestros deseos o se opone a vuestra
pretensiones: queréis hacer a esta divina perfección esclava de vuestros
intereses, y aún, obligarla con la más alta insolencia a que sea cómplice de vuestras
maldades! Aprended a sujetaros a sus determinaciones: acordaos de que, no obstante
que parezcan rigurosas, siempre son bastantemente dulces y suaves, si
contribuyen a vuestra salud eterna: y pues Santa Úrsula es alabada porque subió
a la gloria por medio del martirio, no os lamentéis de que Dios quiera también llevaros
a su Reino por el camino de la Cruz, y de que os aflija en la tierra para
coronaros en el Cielo. Amén.
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